Hace poco recordé en este blog un famoso poema de Julio Flórez que lleva este título.
Conviene volver sobre el asunto para hablar de la boga tardía del comunismo en la que José Martí llamaba Nuestra América.
Cuando esta plaga vino a menos en Europa oriental y mudó sustancialmente en Asia, con excepción de Corea del Norte, a partir de la pústula cubana se ha venido expandiendo por distintos países de la región hasta llegar con aires de triunfo al nuestro.
Hoy nos desgobierna un puñado de comunistas que, como dice la representante norteamericana María Elvira Salazar, están encabezados por alguien que tiene una agenda oculta que se niega a revelar, pero a todas luces no es otra que imponernos el modelo castrochavista.
Hay que estar muy cegados por la ideología para presentar a Cuba como paradigma de democracia, libertades y justicia social. Por donde se la mire, es un desastre. Es un país dotado de tierras excelentes y una envidiable posición geopolítica, pero sometido a un Estado policíaco que controla de modo implacable a una población que a duras penas sobrevive. La gente se quiere ir de Cuba, pero a nadie en sus cabales, a menos que se trate de activistas de izquierda, se le ocurre migrar hacia allá. donde reina una pobreza que nada tiene de honorable. A lo que la retórica llama un pueblo soberano, dueño de su destino, se lo mantiene al borde de la miseria y envidiando la prosperidad que reina en otras latitudes no muy lejanas.
A raíz del colapso del comunismo en Europa Oriental y su transformación capitalista en China y Vietnam a fines del siglo pasado, Fidel Castro y Lula Da Silva urdieron la conformación del Foro de San Pablo para suministrarle aire entre nosotros a un proyecto moribundo en los países que le dieron vida a lo largo de dicho siglo. Lo que había demostrado su rotundo fracaso en los países que lo padecieron, cobró nuevo impulso en nuestro vecindario, mas no para demostrar su vigor, sino para corroborar sus efectos deletéreos.
Sólo a unos orates se les puede ocurrir que lo que se ha implantado en Venezuela en las últimas décadas es digno de imitarse, al igual que lo que ahora se está ensayando en Chile o lo que está protocolizando la ruina de Argentina o de Bolivia, por no mencionar a Nicaragua.
La ignara segunda de quien por obra de la mala fortuna hoy nos desgobierna se hace lenguas sobre el sistema de salud en Cuba, mientras que la que encabeza el ministerio de Trabajo lanza arengas acerca de las hazañas de los Castro, de Chávez y de Maduro. Pero el que las encabeza, ducho en el disimulo y el engaño, cuando le preguntan sobre el régimen que le gustaría implantar en Colombia responde sin sonrojo que el de Corea del Sur.
Bueno sería que respondiera si las inquietantes reformas que está promoviendo se ajustan a ese modelo o más bien nos acercarían a su vecino del norte. Corea del Sur promueve la creación de riqueza, esa acumulación de capital que nuestro gárrulo gobernante considera que es causante del cambio climático y de una probable extinción de la humanidad. En Corea del Norte reina en cambio el hambre. Su esfuerzo productivo no se aplica a mejorar las condiciones de vida de la población, ofreciéndole más y mejores bienes de consumo, sino a una desaforada carrera armamentista, esa sí susceptible de acabar con la especie humana.
En estos días he venido leyendo sobre la caída del comunismo en Europa oriental. He citado en otra ocasión "El Diablo en la Historia". Ahora me ocupo de "Historia del Presente", de Timothy Garton Ash, (Tusquets Editores, Barcelona, 1999), una estupenda crónica de la Europa de la última década del siglo XX que relata las vicisitudes del poscomunismo en países que sufrieron los delirios, que no ilusiones, de los secuaces de Lenin y de Stalin. Hablo de Europa oriental con cierta imprecisión, pensando en las fronteras que trazó la Cortina de Hierro.
¿Cuál será el legado de nuestros gobernantes comunistas?
A la luz de lo que viene ocurriendo, creo que será peor que el que dejaron en sus respectivos países los súbditos de Moscú.
Lo que ha fracasado en otras latitudes es lo que acá se nos ofrece como cambio garante de un futuro promisorio. ¡Qué tal!
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