El Centro Democrático anunció ayer que su candidato presidencial es Óscar Iván Zuluaga, que ganó la nominación en franca lid con una lujosa nómina de contendores. Siendo todos ellos muy respetables, el triunfo de Zuluaga goza de explicaciones razonables, pues ya fue candidato presidencial en las elecciones de 2014 que le birlaron en una de las maniobras más oscuras de nuestra historia política, orquestada por Juan Manuel Santos y Eduardo Montealegre, su fiscal del bolsillo.
La hoja de vida de Zuluaga es encomiable. Su desempeño tanto en el sector público como en el privado lo acredita de sobra para ejercer la Primera Magistratura de la Nación. No es hombre pugnaz y sus declaraciones lo muestran como persona de muy buen juicio que pondera con serenidad las situaciones y ofrece soluciones razonables para afrontarlas.
Las circunstancias actuales ofrecen muchas diferencias respecto de las que rodearon su primera candidatura hace 7 años. En ese momento el debate se centraba en el diálogo que se estaba adelantando en La Habana con las Farc. Mal de nuestro grado, ese diálogo cuajó en un acuerdo que ya es un hecho cumplido, así sea a costa del Estado de Derecho, que quedó severamente desvertebrado por las trapisondas que para imponerlo se le ocurrieron a Santos. Frenarlo o darle reversa es ya prácticamente imposible imposible. Quizás podrían introducírsele correctivos, siempre que en el próximo congreso hubiere mayorías dispuestas para ello.
Ese acuerdo con las Farc no trajo consigo la paz que se buscaba. La violencia de distintos pelambres está enseñoreada en vastos escenarios del territorio nacional, principalmente por obra de la funesta herencia de más de 200.000 hectáreas de cultivos de coca que nos dejaron Santos y su ministro Alejandro Gaviria. No sabe uno con qué cara se atreve este último a aspirar a gobernarnos, después de tan proditorio legado.
El próximo presidente tendrá que lidiar con estos problemas y otros de no menor gravedad.
Pero la circunstancia que representa mayor peligro para la sociedad colombiana es la candidatura de Gustavo Petro, que al tenor de las encuestas goza de un inquietante favor en distintos sectores de nuestra sociedad. Cuán fuerte sea ese apoyo es algo que se verá en las elecciones de congresistas que tendrán lugar en marzo próximo. Lo cierto es que se trata de una aspiración que hace mucha bulla, de parte de quién a todas luces es una mala persona y no guarda recato alguno para hacer pésimas propuestas.
Así se esmere en ocultar su verdadera identidad y sus más acendradas convicciones, es un hecho notorio que Petro en el fondo es un comunista que sigue las consignas que le dictan en La Habana.
Por consiguiente, Colombia corre el riesgo de que el comunismo llegue al poder por medio del voto popular.
Este peligro exige gran habilidad política para integrar una coalición capaz de enfrentarlo eficazmente en las urnas. Zuluaga así lo ha entendido muy bien y afortunadamente posee las condiciones que se requieren para aunar voluntades que coincidan en el propósito de salvar la democracia liberal entre nosotros. Hay que llegar a las elecciones presidenciales con un liderazgo fuerte y excelentes propuestas que convenzan al electorado acerca del camino que deberemos seguir para no hundirnos en cenagales como el de Venezuela o el Perú.
Para que estos propósitos sean viables es necesario doblar muchas páginas y hasta tragarse bastantes sapos. En síntesis, la polarización entre uribistas y santistas debe superarse. Las estigmatizaciones recíprocas deben dejarse de lado, pues los más altos intereses de la patria así lo exigen.