lunes, 26 de febrero de 2018

Senderos que se bifurcan

Vuelvo sobre un tema que he tratado varias veces en las últimas semanas.

A riesgo de parecer monotemático, insisto en que el núcleo del venidero debate electoral versa sobre si hay que implementar el NAF tal como se lo convino con las Farc o , por el contrario, ponerle freno y tratar de enmendarlo.

No me cabe duda de que la primera alternativa nos sitúa en el camino del narcochavismo, sea por la línea dura que traza Petro o la blanda de Fajardo o De La Calle.

No hay que ignorar que el NAF está fríamente calculado para ubicar a las Farc en el umbral del poder por el que han venido luchando a lo largo de más de medio siglo. Todas las prerrogativas que ahí se les concedieron tienden a convertir a las Farc en un partido hegemónico que goza de ventajas inconcebibles dentro de un sistema democrático, cuya esencia radica en la garantía del libre juego de todos los protagonistas del escenario político.

Las Farc han sido enfáticas en mantener su vocación revolucionaria inspirada en los dogmas del marxismo-leninismo. En todos los tonos han manifestado que su propósito es instaurar el socialismo en nuestro país y aspiran a que el próximo gobierno sea de transición hacia esa meta. Sus modelos son Cuba y Venezuela. Promueven, por consiguiente, el castrochavismo.

Petro, a pesar de las mentiras que dijo en su reportaje con Vicky Dávila, va en esa dirección. 

Envuelto en una nebulosa de indefiniciones y gestos con los ojos y las manos, Fajardo, a quien prefiero llamar Farcjardo, anda por el mismo camino, aunque sin la contundencia de Petro.

Lo presentan como candidato del empresariado antioqueño, pero sus compañeros de viaje son la Alianza Verde y el Polo Democrático Alternativo, que hacen parte del Foro de San Pablo (Vid. http://forodesaopaulo.org/partidos/). Y este Foro, que es un peligro para la democracia (Vid. http://www.periodismosinfronteras.org/foro-sao-paulo-peligro-para-democracia.html), es obra del concurso de Fidel Castro y Lula. Su propósito es conducir a América Latina hacia el socialismo, así sea bajo la apariencia mendaz del Socialismo del Siglo XXI que predicaba Chávez y cuya ferocidad se ha puesto de presente con el régimen de Maduro.

Es curioso que Petro exhiba su grupo motejándolo de "decente" y lo mismo diga de sí mismo el inefable Farcjardo. Ya habrá oportunidad de verificar cuán decentes son el uno y el otro. Por lo pronto, parece que integran una curiosa "Liga de la Decencia", bien diferente por cierto de las que otrora velaban por la guarda de las buenas costumbres tanto en la vida pública como en los ámbitos privados. Por lo que se conoce, uno y otro son bastante rousseaunianos en achaques de moral, pues predican la virtud en lo público, pero no le guardan mucho miramiento en lo que a la vida familiar concierne.

Un amigo asegura haber visto un reportaje gráfico de Farcjardo en el que este exhibía sobre su escritorio un retrato del tristemente célebre Che Guevara. Si uno admira a ese monstruo, algo le falla dentro de su estructura moral. Recomiendo al respecto el libro de Nicolás Márquez, "El Canalla: la verdadera historia del Che", que se puede descargar pulsando el siguiente enlace: 

http://www.aunar-argentina.com/libros_pdf/EL%20CANALLA.pdf

Es claro que Petro es un lobo que intenta a veces cubrirse con una piel de oveja que definitivamente no le calza bien, pues no logra disimularle las orejas, los colmillos, las garras y el pelaje. Así intente emitir balidos, lo que sale de su boca son aullidos aterradores. Farcjardo, en cambio, deja la impresión de ser "una oveja con piel de oveja", como en su momento dijo Churchill de Attlee. Pero a su lado grita Claudia López y se advierte la ominosa presencia de Cepeda, a quien no puede uno dejar de comparar con una hiena.

Piense bien cada votante en las consecuencias de su elección. Si opta por los candidatos que siguen a Petro, a Farcjardo o a De La Calle, no se queje el día de mañana si las Farc le imponen su coyunda.

Yo, por mi parte, anuncio mi voto por el Centro Democrático. Para el Senado, lo haré por Paola Holguín, cuyas credenciales están de sobra bien acreditadas. Y para la Cámara votaré por Margarita Restrepo, denodada defensora de los niños reclutados y las mujeres abusadas por las Farc.

domingo, 18 de febrero de 2018

¿Locos al volante?

En mi anterior escrito para este blog señalé a vuelo de pájaro los atributos del poder presidencial entre nosotros, haciendo hincapié en el modo como Santos lo ha distorsionado llevándolo hasta los linderos de la tiranía, los cuales creo que ha traspasado.

Hay un tema que la Ciencia Constitucional no ha considerado con el esmero que precisa, y es el de la personalidad del gobernante, en especial la influencia que la misma ejerce sobre las decisiones prácticamente incontroladas e incontrolables que puede adoptar en ejercicio de sus amplísimos poderes y que afectan severamente la suerte de los gobernados.

En Francia se han publicado algunos libros que ilustran al respecto. Cito los siguientes:

-"Ces malades qui nous gouvernent", de Pierre Accoce y Pierre Rentschnik.

-"Ces nouveaux malades qui nous gouvernent", de los mismos autores.

-"Ces Don Juan qui nous gouvernent", de Patrick Girard.

-"Ces fous qui nous gouvernent", de Pascal de Sutter.

A estos conviene añadir, entre muchos otros más, "The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power", de Lord David Owen, ex-ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido  y "The Winner Effet: The Neuroscience of Success and Failure", de Ian T. Robertson (https://www.cadreo.com/actualites/dt-syndrome-hurbis-quand-pouvoir-rend-fou). Del libro de Lord Owen hay traducción castellana bajo el título de "En el Poder y la Enfermedad" (Vid. http://www.siruela.com/archivos/fragmentos/En_el_poder_y_la_Enfermedad.pdf).

He leído el primero y el cuarto de la lista. De los otros doy cuenta a partir de la búsqueda en Google.

El libro del Dr. de Sutter ofrece especiales atractivos. Ha sido profesor de la universidad de Louvain-La Neuve, miembro de la Sociedad Internacional de Psicología Política y consultor de la OTAN en esta materia.

En una presentación de su libro se dice que la Psicología Política es una disciplina que surgió hace más de medio siglo en Estados Unidos para estudiar la personalidad de quienes gobiernan las sociedades. Los consultores de la CIA y otras entidades se ocupan en detalle de los líderes, examinan cuidadosamente sus discursos, analizan sus gestos, interrogan a sus colaboradores cercanos y verifican sus informaciones, con miras a identificar sus rasgos definitorios.

A partir de ello, el Dr. de Sutter ha llegado, por ejemplo. a la conclusión de que G. W. Bush es un autista, Berlusconi es un megalómano y Sarkozy es un hiperactivo enfermizo. Pero, siguiendo una confesión de Mitterand, parte de la base de que "El poder es una droga que enloquece a quien la prueba"(http://www.walloniepresse.be/communiques/archives/yy2012/1206048.pdf).

De ahí que, parafraseando un célebre enunciado de Lord Acton, se diga que "El poder enloquece y el poder absoluto enloquece absolutamente".

La enfermedad es contagiosa y puede afectar a los pueblos, de suerte que bien cabe preguntarse acerca de quién está más tocado de la cabeza, si el elegido o el elector.

Ahora que nos aprestamos a elegir congresistas y nuevo presidente de la república, resulta oportuno hacer el escrutinio de la salud física, mental y espiritual de los candidatos.

El médico Juan Carlos Náder publicó hace varios días un inquietante escrito titulado "Santos es un enfermo mental" (Vid. http://www.periodicodebate.com/index.php/welcome/item/18000-cd-895).

Si tiene razón en lo que afirma, Colombia ha estado en los últimos ocho años en poder de un orate. Yo he pensado lo mismo desde hace tiempos, y así lo escribí en este blog, creo que a poco de iniciarse su primer periodo presidencial.

¿Cual es el grado de equilibrio mental de ciertos aspirantes, como Petro o Fajardo, que se ven tocados de megalomanía y narcisismo? ¿Alguno de ellos ha estado sometido a tratamiento psiquiátrico? ¿Podemos estar tranquilos los colombianos acerca de su buen juicio para enfrentar las muy difíciles condiciones que nos rodean? ¿Podrán sortear adecuadamente lo que he llamado la "Rifa del Tigre"?

Sobre la prensa recae una severa responsabilidad en estos momentos. En lugar de dedicarse a inflar el ego de los aspirantes y engañar al electorado con imágenes edulcoradas de los mismos, debería aplicarse a investigar sus antecedentes personales, tal como lo hacen los consultores de la CIA.

Si en estos momentos quien aspire a ingresar al servicio de una empresa seria debe someterse a examen psicológico y hasta a visita domiciliaria, lo mismo debería exigirse para los que andan cazando votos para la elección presidencial.




domingo, 11 de febrero de 2018

¿Gobierno de transición o de contención?

Se cuenta que al aprobarse la Constitución de 1886 uno de los delegatarios le dijo a don Miguel Antonio Caro que acababan de instaurar una monarquía, a lo que el inspirador de aquella respondió:"Sí, pero desafortunadamente electiva".

Transcurridos algo más de 130 años y pese a los cambios que a lo largo de ellos ha experimentado nuestro ordenamiento constitucional, la presidencia conserva su fisonomía monárquica, atenuada en unos casos, pero acentuada en otros.

De acuerdo con la Constitución, el presidente goza de estos atributos:

-Es jefe del Estado.

-Es jefe del gobierno

-Es suprema autoridad administrativa.

-Es comandante supremo de las fuerzas armadas.

Se supone que los poderes respectivos están sujetos a rigurosa normatividad constitucional y legal, según los principios del gobierno popular, representativo, alternativo, controlado y responsable que sustituyó al despotismo monárquico por obra de las revoluciones liberales de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Pero una cosa es la teoría y otra muy distinta, la práctica. La realidad muestra que el poder presidencial, específicamente entre nosotros, suele desbordar los cauces institucionales y ejercerse más como un atributo personal que como una magistratura. El ideal ilustrado de un gobierno de leyes y no de hombres puestos al servicio de aquellas se frustra día a día ante los hechos que muestran cómo la política se sirve del derecho, en lugar de sujetarse al mismo.

En distintas oportunidades he llamado la atención acerca del funesto legado que deja Juan Manuel Santos. Para decirlo con una expresión a la moda, ha hecho trizas la institucionalidad colombiana. Los abusos en que ha incurrido son legión y, salvo que la Providencia haga su obra justiciera, es poco probable que algún día responda jurídicamente por los enormes daños que ha ocasionado.

La oposición dice que es un sátrapa. Busco en la Enciclopedia del Idioma, de Martín Alonso, el significado de esta palabra y me ofrece dos acepciones: la de gobernador de una provincia de la antigua Persia y la de hombre ladino que sabe gobernarse con astucia e inteligencia en el comercio humano. En realidad, más se aviene con su estilo de gobierno el concepto de tiranía, que en la segunda acepción que trae Alonso es "Abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad".

Santos es, en rigor, un tirano.

El término de su mandato está fijado para el siete de agosto próximo. Si las reglas electorales se cumplieran honradamente, sería muy probable que la voluntad popular le diera la espalda a lo que Santos representa, negándose a dar su asentimiento al gobierno de transición llamado a facilitar la toma del poder por parte de las Farc. Pero hay fuertes indicios de que, como lo urdíó Santos hace cuatro años, tanto la manipulación del electorado como el fraude mondo y lirondo obrarán para dar apariencia de legitimidad esta vez a un proceso encaminado a imponernos un régimen totalitario y liberticida.

Toda elección abre unos caminos y cierra otros. Pero hay unas más significativas que otras. La que se avecina es verdaderamente crucial para la suerte de Colombia. Ahora no se trata, como suele ocurrir en países más tranquilos, de elegir entre la Coca-Cola y la Pepsi-Cola, sino entre un régimen de democracia liberal sujeto al derecho y la prolongación de una tiranía a la que los múltiples abusos en que ha incurrido Santos le ofrecerán precedentes a granel para destruir lo poco que nos resta de gobierno constitucional.

En manos de la ciudadanía está el porvenir de la república. Cada uno debe reflexionar cuidadosamente sobre el voto que va a depositar en las urnas. Además, hay que votar copiosamente para reducir las posibilidades de fraude y ejercer toda la vigilancia que sea posible en torno de la compra de votos y las maniobras de los jurados electorales.

Cuando Alberto Lleras tomó posesión de la presidencia el 7 de agosto de 1958, dijo que, habida consideración del régimen dictatorial de Rojas Pinilla, cumplir fiel y lealmente la Constitución y las leyes de la república era el programa que las circunstancias exigían. Lo mismo habrá que exigirle a quien resulte elegido para el próximo periodo: que respete la institucionalidad y no la tergiverse con miras a su destrucción. Por consiguiente, que haga cumplir las leyes y no someta la autoridad que las mismas otorgan a los dictados de los violentos. En suma, que se aplique a realizar un programa civilizador y no ceda ante la barbarie.

Lo que estamos presenciando es un panorama de anarquía, por cuanto el tirano que nos malgobierna ha renunciado a cumplir el deber elemental de conservar en todo el territorio el orden público y restablecerlo donde fuere turbado. 

Hay que elegir un presidente que tenga la entereza que se requiere para contener los apetitos desaforados de las Farc, el Eln y otras fuerzas deletéreas que conspiran contra la prosperidad de Colombia y el bienestar de su pueblo.


sábado, 3 de febrero de 2018

Las Horas Más Oscuras

Toda empresa política parte de ciertas representaciones y valoraciones sobre la realidad social, los medios de acción sobre la misma y los resultados que se espera obtener. Y en cada uno de esos escenarios se decide más con base en conjeturas que en hipótesis rigurosamente establecidas. Muy a menudo es la intuición la que señala la ruta que debe seguirse. Como en los famosos versos de Machado, "...no hay camino, se hace camino al andar".

La película "Las Horas Más Oscuras" que se exhibe en estos días ilustra de modo elocuente sobre estos aspectos cruciales del drama de la política. 

Parafraseando un célebre texto de Stefan Zweig, bien puede decirse que esos primeros días del ascenso de Churchill al cargo de Primer Ministro del Reino Unido, que son el tema de la película, constituyen un momento estelar de la humanidad, un hito decisivo en el ajetreado devenir de la Civilización Occidental y, por qué no, de la historia universal.

Ahora que los colombianos nos aprestamos a emitir, o dejar de hacerlo, unos votos decisivos como nunca antes para la suerte de nuestra república, bueno sería que muchos vieran la película y asimilaran sus enseñanzas, para así darse cuenta de lo que está en juego en el inmediato porvenir.

En varios escritos he señalado que el fondo de esa votación implica decidir entre el gobierno de transición que reclaman las Farc para avanzar en su proyecto totalitario y liberticida, o uno de contención de las protervas aspiraciones de esa horda criminal.

El que quiera lo primero, puede votar por Petro, Fajardo, De La Calle, Timochenko y las listas de los partidos y movimientos que los patrocinan. Los que descrean de lo que estos personajes representan tienen a su alcance unas opciones nítidas: los candidatos de la Gran Alianza y las listas del Centro Democrático.

Los primeros enarbolan las banderas de un falsa paz, la que promete el NAF, que es resultado de la más vergonzosa claudicación ante el crimen que ha conocido nuestra Colombia en toda su historia. 

Ya se está viendo que esa paz es ilusoria, engañosa y generadora de nuevas violencias. 

Para las Farc, constituye apenas un subterfugio que les permite seguir delinquiendo sin cumplir con sus compromisos de entrega total de las armas, de disolver sus agrupaciones criminales, de devolver los niños reclutados, de dar libertad a los secuestrados, de poner término a sus nexos con el narcotráfico, de resarcir a sus innumerables víctimas y de integrarse lealmente al escenario político para competir en igualdad de condiciones con sus demás actores.

Difícilmente habrá paz en Colombia mientras las Farc mantengan su adhesión al funesto credo marxista-leninista, sigan diciendo que el modelo que pretenden implantar en Colombia es el castro-chavista e insistan en su programa de combinación de formas de lucha revolucionaria, que les permite obrar como partido político regular, pero al mismo tiempo como animadoras de movimientos de protesta popular pensados para sembrar la anarquía en todo el territorio nacional bajo la mirada impotente de las autoridades encargadas de preservar el orden público, así como llevar a cabo sus propósitos de vindicta a través de la JEP que ya controlan, y de represión de sus contradictores por medio de la policía política que el vicepresidente Naranjo se comprometió en La Habana a poner en marcha al servicio de sus odios y sus temores.

Insisto en que el NAF trata de convertir a las Farc en un partido hegemónico, dotado de privilegios exorbitantes y claramente inadmisibles dentro de una sana concepción democrática. No es la profundización de la democracia lo que se busca con ese régimen de favor, sino su destrucción en beneficio de un grupo que aspira a convertirse en partido único o al menos dominante.

Ya se ve con entera claridad que el NAF es producto de un entendimiento entre la cúpula de las Farc y la camarilla que rodea y apoya a Santos, pero no cuenta con el respaldo de la Colombia profunda, que no solo desconfía de esos falsos redentores, sino que les teme e incluso los odía por su arrogancia, su desfachatez y su maldad. 

Lo que acaba de suceder en Armenia es bien diciente y de seguro se repetirá en muchos otros lugares durante esta campaña, con resultados imprevisibles.

La alternativa frente a esta mendaz transición no es precisamente la guerra, pero sí el ejercicio legítimo de la autoridad para enderezar el rumbo de Colombia. Si las encuestas muestran que la gran mayoría de la opinión considera que vamos por mal camino, la solución no es votar por quienes pretenden seguir transitándolo, sino por los que, a sabiendas de las enormes dificultades que nos rodean, quieren corregirlo.