La consigna para el pueblo colombiano el próximo 1o. de abril ha de ser la misma que les impartió Córdova a sus soldados para dar comienzo a la batalla de Ayacucho, que selló la independencia del Perú y, de ese modo, la de los pueblos sudamericanos que antes estaban sujetos al dominio español:"¡Paso de vencedores!"
La presencia multitudinaria del pueblo en las calles de veinte ciudades en donde se ha programado marchar para hacer que Santos entregue el cargo que dolosamente ocupa y se revierta el ignominioso proceso de sumisión de Colombia a las Farc, será un evento de veras histórico.
Santos burló descaradamente la rotunda manifestación de la ciudadanía el dos de octubre del año pasado. Esa manifestación deberá repetirse con creces en las calles el sábado que viene. Veremos, entonces, si ese gobernante espurio se atreverá después a desafiar al pueblo que reiteradamente le ha hecho sentir que no lo quiere a él ni quiere a los malhechores de las Farc.
Lo que está en juego en el inmediato futuro no es solo la salvaguarda de la libertad de los colombianos, sino ante todo el rescate de la dignidad de nuestra patria, que ha sido mancillada sin consideración alguna por Santos y sus secuaces.
Ayer, en ameno y estimulante coloquio con un distinguido grupo de estudiantes de Ciencia Política de la UPB, tuve oportunidad de dialogar con ellos acerca de la posición que actualmente ocupa Colombia en el concierto de las naciones, tanto en el ámbito regional como en el global.
Les recordé que el profesor Luis López de Mesa, cuando era ministro de Relaciones Exteriores del presidente Eduardo Santos, pudo ufanarse con sobra de razones de que Colombia era por ese entonces una potencia moral.
En efecto, superada la terrible experiencia de la guerra de los mil días, llevaba varias décadas de convivencia pacífica bajo una institucionalidad liberal y democrática que parecía estar cada vez más afianzada.
Éramos a la sazón, como esas familias que valoran el decoro, un pueblo ciertamente pobre, pero honrado, cuya civilidad republicana brillaba en medio de un panorama ensombrecido por regímenes dictatoriales y corrompidos. Gozaba por aquella época de lo que hoy los polítólogos llaman el "softpower", un poder que no reside en la riqueza, ni en las armas, ni el ímpetu dominador y expansivo, sino en la respetabilidad, en la autoridad moral.
Colombia había ganado especial reconocimiento porque respetaba con celo sus compromisos internacionales. Era una nación digna y por ello jugó un importante papel en la creación y puesta en marcha de la ONU.
¿Qué es hoy de nuestra patria?
Somos un país problema, al borde de caer en la deplorable categoría de Estado fallido.
De hecho, la claudicación de Santos ante las Farc entraña la violación de severos compromisos internacionales, pero sobretodo la pérdida de nuestra condición de Estado soberano. Dizque en aras de la paz hemos aceptado la humillación, y nos quedaremos con esta y sin aquella, vale decir, "con el pecado y sin el género".
Leo por ahí que alguien que se dice experto en justicia transicional afirma sin ruborizarse que lo convenido acerca de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) dizque cumple con los estándares internacionales. Y me atrevo a preguntarle si ha leído con atención el Tratado de Roma sobre la Corte Penal Internacional (CPI) o la Convención de Viena sobre lucha contra el narcotráfico.
Debido a la complacencia de Santos con las Farc, hoy somos el primer productor de coca en el mundo. ¡Y nos atrevemos a otorgarles amnistía a los capos de esa organización guerrillera, que es a la vez narcoterrorista, por cuanto consideramos que el narcotráfico es delito conexo con los delitos políticos, contra lo que expresamente dispone el artículo 10 de la mencionada Convención de Viena!
No solo constituímos un país peligroso para la salud mundial. Al convertirnos en un Narcoestado, lo seremos además para la seguridad del mundo civilizado. En vez de la potencia moral que pregonaba el profesor López de Mesa, vamos camino de ser un país paria, refugio de los peores delincuentes internacionales.
He dicho en varias oportunidades y aquí lo reitero: lo acordado con las Farc acerca de la Comisión de Implementación, Seguimiento y Verificación, en la que la última palabra la tendrán los gobiernos de Cuba, Venezuela, Noruega y Chile, así como sobre la comisión encargada de elegir magistrados de la JEP y el nombramiento de Secretario de la misma, configura a las claras el delito de traición a la patria, por cuanto entraña gravísimo menoscabo de nuestra condición de Estado soberano.
Santos nos ha sometido a la tutela de nuestros peores enemigos. Colombia queda sujeta al yugo de los regímenes totalitarios y liberticidas de Cuba y Venezuela. Ha entregado su poder soberano en lo constituyente, lo legislativo y lo jurisdiccional. Hace parte ya del siniestro Plan Maestro que denunció Omar Bula Escobar en un valeroso, documentado y esclarecedor libro que no pudo llegar al gran público porque los libreros temieron difundirlo.
¡Colombianos, es hora de reiterar lo que en su hora expresó don Marco Fidel Suárez acerca de que la nuestra es tierra estéril para las dictaduras.
¡Fuera, Santos!