domingo, 25 de noviembre de 2018

La Subversión en Marcha

Es posible que el celo anime la vehemencia de los comentarios de Fernando Londoño Hoyos sobre la marcha del actual del actual gobierno. Pero, más allá de la forma, sobre la que caben distintas consideraciones, hay que admitir el fondo de verdad que en los mismos anida: hay en marcha un movimiento subversivo que pretende derrocar al presidente Duque.

La cabeza visible de ese movimiento es Gustavo Petro, quien desde que perdió las elecciones anunció que estimularía la resistencia popular contra el que lo derrotó en franca lid.

Petro no ha dejado de ser comunista ni ha superado su talante guerrillero. Es un personaje nefasto que no reconoce ni Dios ni Ley. La subversión es su estado de ánimo. Nadie como él ilustra sobre lo que podemos denominar la democracia tumultuaria, aquella que en lugar de fundarse en la opinión bien informada y mejor concebida a través del esfuerzo racional de la ciudadanía, excita las bajas pasiones del populacho y promueve su ímpetu destructivo. 

Es fácil advertir la expresión demoníaca de su rostro cuando anima a la turbamulta. Demoníaco es además el apoyo que le presta al colectivo LGTBI, en contra de la familia y de una sexualidad responsable. Lo suyo es la demolición de la moralidad, en aras de los postulados del marxismo cultural y específicamente de la revolución sexual que pretende instaurar el libertinaje. De ese modo, elimina los frenos morales que protegen el orden de las comunidades y garantizan el ejercicio sosegado de los derechos. (Vid. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12162143; https://www.youtube.com/watch?v=trSwV92knFo; https://www.youtube.com/watch?v=xnteoHx8hdw; https://www.youtube.com/watch?v=CzHYNHJD1i4).

¿A qué fue Petro a Cuba hace poco? Sin duda alguna, a recibir instrucciones y recabar el apoyo de la dictadura comunista que en ese país impera. Y si en estos días anda de pelea con la dictadura venezolana, es para desorientar al público colombiano, del mismo modo que lo hicieron Santos y Chávez con ocasión del debate presidencial de 2010.

No hay que olvidar que el Plan Estratégico de las Farc para la Toma del Poder en Colombia contemplaba una fase final, la de la insurrección popular. Las circunstancias han obligado a modificar el modus operandi del proceso revolucionario que se tenía previsto, pero el mismo sigue vigente, apoyado en la armazón jurídico-politica del NAF, que estimula la movilización y la protesta populares, dejando en la práctica inermes a las autoridades para controlar sus desmanes, y en el tamaño de la votación que obtuvo Petro en las pasadas elecciones, que hace pensar a los extremistas que las condiciones están dadas para desquiciar el gobierno del presidente Duque.

Es indiscutible que la gobernabilidad de este es muy precaria, dado que no cuenta con un sólido respaldo de parte de la opinión pública y carece de medios eficaces para  imponer el respeto al poder legítimo con que fue investido por el pueblo colombiano. 

Para comenzar, tal como lo anuncié desde un principio, el régimen constitucional vigente desarticuló de tal modo la estructura de la autoridad que no es exagerado afirmar que contiene elementos capaces de hacer ingobernable a Colombia. De hecho, es un criadero de monstruos institucionales que se devoran o estorban unos a otros, en lugar de aplicarse a la colaboración armónica para hacer efectivos los fines del Estado.

Como la Constitución se concibió en contra del Congreso y el régimen presidencial, su desarrollo ha redundado en pro de la dictadura judicial, encabezada por la Corte Constitucional, que guarda en su bolsillo las llaves de la adecuación de nuestra normatividad a las necesidades cambiantes y apremiantes de la sociedad, con su arbitraria tesis de que ella es garante de unos "principios basilares" de la Constitución que inventa y acomoda a su amaño.

La Corte Constitucional hizo inoperante el Estado de Conmoción Interior, que los gobiernos ya no decretan porque ipso facto convierte a aquella en protagonista principal de la función de conservar el orden público y restablecerlo donde fuere turbado. Si la Corte queda bajo el control de una mayoría proclive a la subversión, como ocurrió hace algún tiempo y quizás suceda hoy, la autoridad ya no podrá aplicarse a su cometido básico, que es garantizar el cabal funcionamiento de las instituciones y la protección de la seguridad de las comunidades.

En Colombia ha dejado de regir el Estado de Derecho. Ni el Presidente ni el Congreso saben a ciencia cierta cuáles son sus poderes, porque la dictadura judicial los amplía o restringe como le da la gana, a sabiendas de que sus disposiciones están libres de todo control. Y si el Congreso se atreve a reformar la Constitución para imponerle responsabilidades, con toda desfachatez invoca la separación de poderes para impedírselo, tal como sucedió con el Acto Legislativo No. 2 se 2015. (Vid. http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2016/C-053-16.htm).

Quien lea cuidadosamente el NAF podrá percatarse de que ese esperpento supraconstitucional convierte a la fuerza pública en pobre espectadora de las manifestaciones de la democracia tumultuaria que se apoya en la movilización y la protesta populares. Ahí se dice que debe abstenerse de actuar incluso frente a los disturbios. Y si decide hacerlo para proteger el espacio público, la seguridad ciudadana, la propiedad privada y los demás bienes jurídicos amparados por el Código Nacional de Policía y Convivencia o el Código Penal, ahí estará esperándola la dictadura judicial que decide ad libitum sobre la proporcionalidad del ejercicio de la fuerza y se halla presta a ensañarse contra los agentes del orden que intenten cumplir con su deber.

La consigna en Colombia es desmantelar la autoridad en favor del libertinaje de la muchedumbre. Los promotores del desorden son conscientes de ello. Y obran en consecuencia. Lanzan primero a los estudiantes a las calles. Continúan con los trabajadores y con sectores sensibles de la sociedad, como los transportadores o los maestros. Seguirán con los campesinos y así sucesivamente, con la consigna de hacer invivible la república, hasta que los responsables de las fuerzas armadas tengan que decirle al Presidente: somos incapaces de asegurar el orden constitucional.

¿Qué hará él en ese momento?



martes, 20 de noviembre de 2018

¿A quién queréis: a Duque o a Petro?

Las últimas encuestas muestran que en la opinión pública ha cundido el desánimo en torno de la gestión del presidente Duque.

Es un hecho innegable que obedece a distintas causas, unas de ellas imputables a él mismo, pero otras ajenas, si se quiere, a su voluntad, pues tocan con la herencia desastrosa que legó su antecesor, con el espíritu subversivo de la oposición petrista y con un ánimo morboso que se advierte en cierta prensa.

Conviene recordar a este propósito las sabias palabras de Rafael Núñez: “La prensa debe ser antorcha y no tea, cordial y no tósigo, debe ser mensajera de verdad y no de error y calumnia, porque la herida que se hace a la honra y al sosiego es con frecuencia la más grande de todas”.

Para nadie es un secreto que los medios más influyentes, sobre todo en radio y televisión, le tienen inquina al presidente Duque, a quien le trasladan la áspera enemiga que han profesado contra el hoy senador Uribe Vélez y lo que él representa.

Hay que partir de la base de que Uribe es Uribe y Duque es Duque, vale decir, que no obstante las relaciones que median entre ambos, de cierto modo Uribe es el pasado, ciertamente inmediato, mientras que Duque apunta hacia el futuro.

La obra de Uribe es histórica y merece el reconocimiento de la ciudadanía, pero ya no estamos en el año 2002, sino en el 2018, lo cual significa que prácticamente hay una nueva generación que experimenta otras aspiraciones y ve las cosas de distinta manera.

Muchos de los nuevos electores apenas habían nacido cuando Uribe libró su patriótica batalla contra la subversión comunista, la que, mal que bien, hoy está en desbandada y completamente desacreditada ante el pueblo. Es una culebra agonizante, así siga revolcándose y tratando de morder. Lo que queda de ella son unas estructuras criminales que tarde o temprano serán sometidas por la acción de la autoridades. 

No obstante, a partir de ahí se han producido unas mutaciones, unos cambios de piel, diríase que unas reencarnaciones de las que Petro y sus compinches han tomado atenta nota. Esa secta no avala hoy abiertamente los programas de las Farc y el Eln, que nos ofrecen los infernales paraísos imperantes en Cuba y Venezuela, sino las consignas de una nueva izquierda que se presenta como adalid de la lucha contra la corrupción, de la promoción de las demandas más acuciantes de los sectores populares y del progresismo que avanza hacia la transformación radical de la sociedad en el sentido que predica el marxismo cultural. Todo ello se resume en la engañosa divisa de la "Colombia Humana" que enarbola el pestilente Petro.

El presidente Duque ha querido adaptarse a los signos de estos tiempos. Para empezar, es hombre joven al que no se puede vincular con el  paramilitarismo, el narcotráfico, la polítiquería o la corrupción. Lo lógico sería que la juventud se identificara con él, si no estuviera contaminada por el deletéreo espíritu de la nueva izquierda. Ha adoptado, además, medidas audaces, como la de darle la mitad del gobierno a la mujer, lo cual ameritaría su aplauso si la causa de su promoción tampoco estuviera  asociada con el feminismo radical de las "Gamarras" y otras de su misma calaña.

Lo que cabe destacar en los primeros 100 días de su gobierno es la prudencia, el ánimo conciliador, su propósito de superar la polarización que envenena el espíritu colectivo. Si no ha barrido al santismo es porque piensa que en Colombia cabemos todos, con nuestros aciertos y nuestros errores. No hay en sus acciones ánimo vindicativo.

Ello no quiere decir que sea de carácter débil. Ha mostrado su fortaleza frente a la presión politiquera por los puestos y los contratos, manteniendo su propósito de cero "mermelada" para comprar apoyos en el Congreso, en los medios o en los gremios. También se ha mostrado firme ante el Eln y sus apoyos en Cuba y Venezuela, a cuyos gobiernos les ha reclamado vigorosamente por la protección que les brindan. No le ha temblado la voz, además, para denunciar el régimen dictatorial que oprime al sufrido pueblo venezolano. 

No ignoro que se han cometido errores ni que hay aspectos discutibles en estos primeros días de gestión presidencial, pero hay que admitir que pocos mandatarios han encontrado circunstancias tan adversas como el actual. Tal vez las actuales sean similares en cierta medida a las que encontró en sus comienzos Misael Pastrana Borrero, quien supo sortearlas con gran habilidad.

Hay que darle tiempo a Duque para que muestre su casta y no atosigarlo con críticas que, todo lo bien intencionadas que parezcan ser, conducen a demeritarlo ante la opinión y a alimentar, así sea sin quererlo, la estrategia del caos que lidera Petro.







sábado, 10 de noviembre de 2018

Legalidad, Equidad, Emprendimiento

En estas tres palabras ha centrado el presidente Duque su programa de gobierno. Ellas apuntan hacia el núcleo de las grandes necesidades de la sociedad colombiana en la hora presente.

Es indiscutible que padecemos hoy una profunda crisis institucional. El Imperio de la Ley está severamente agrietado y de hecho experimentamos la acción de poderes que lo desafían abiertamente o que diciéndose sus guardianes lo desconocen sin reato alguno. 

En rigor, del gobierno popular, representativo, electivo, alternativo, controlado y responsable  que proclamaban nuestras primeras Constituciones, lo que queda es un entretejido de poderes mal ensamblados, unas veces ineficientes y otras desaforados. 

La Corte Constitucional ha destruido la Constitución, que en sus manos es un texto que significa cualquier cosa que a ella le venga en gana. El tiempo le ha dado la razón a Alfonso López Michelsen, quien me dijo hace unos años que "más daño que la Constitución, ha hecho la Corte Constitucional". 

Una concepción demasiado dúctil de la juridicidad, como la que ahora se ha impuesto, trae consigo la arbitrariedad y, de contera, la corrupción del aparato judicial, que ya es espantosa. Y no tenemos Congreso capaz de ponerle freno, pues si intenta emprender a fondo una reforma de la justicia, la omnipotente Corte Constitucional hará trizas sus propósitos, como sucedió con el Acto Legislativo de 2015 sobre Equilibrio de Poderes.

Pedro Medellín  escribió hace poco un inquietante artículo titulado "El Desplome de la Legalidad", en el que muestra a las claras la crisis de autoridad y, por ende, el auge de la anarquía en vastos sectores del territorio.   (Vid. https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/pedro-medellin/el-desplome-de-la-legalidad.html). Es un vacío, una impotencia, que no solo se dan en regiones apartadas, sino en las ciudades mismas. Ya se habla, por ejemplo, de que el Cartel de Sinaloa controla varias comunas de Medellín. Y lo que sucedió en Bogotá hace pocos días con los desmanes de la protesta estudiantil indica que hay en marcha un firme propósito subversivo, sin duda alentado por la campaña de "resistencia" de Petro y sus conmilitones.

¿Qué puede hacer el presidente Duque para restaurar el Imperio de la Ley en Colombia? No es culpa suya que la Constitución vigente haya diluido y debilitado hasta el extremo la autoridad, como tampoco le es imputable la claudicación que entraña el ominoso NAF convenido por Santos y avalado por el Congreso y la Corte Constitucional. Lo cierto es que le toca gobernar amarrado por una camisa de fuerza para la que no hay remedios institucionales adecuados que permitan adecuarla a las necesidades actuales.

El propósito de avanzar hacia una sociedad más justa es del todo plausible. La nuestra es flagrantemente inequitativa desde muchos puntos de vista. Pero una cosa es reconocer nuestras falencias y otra muy distinta el modus operandi para corregirlas. 

La acción social del Estado es un imperativo constitucional cuya legitimidad está por fuera de toda discusión.  Pero los propósitos que deben inspirarla y los procedimientos para articularla son asuntos que se prestan a los más arduos debates políticos. Con qué recursos se cuenta y cómo debe empleárselos, he ahí el meollo. La demagogia hace estragos y tras ella viene la corrupción. Lo que hizo Petro en Bogotá es buena muestra de lo que se logra mediante políticas sociales equivocadas. A Duque le corresponde insistir en la equidad, pero con políticas serias y ajustadas a las realidades socio-económicas.

Bien podría decirse hoy: "Dadme una buena economía y podré daros una buena política social". Y está probado, más allá de toda discusión, que la buena economía depende  ante todo del emprendimiento privado. Que el Estado lo vigile, lo controle y lo encauce, quién puede dudarlo. Pero sin llegar a asfixiarlo, ni a imponerle trabas inútiles. Y, del mismo modo que decimos que hoy la acción de la autoridad está frenada por una insoportable camisa de fuerza, también la libertad y la creatividad del empresariado están constreñidas por un cúmulo insoportable de regulaciones e imposiciones que dificultan el cumplimiento de sus funciones sociales, que no son otras que las de generar riqueza, empleo, suministro de bienes y servicios necesarios para el bienestar de las comunidades, progreso en todos los órdenes. 

Tarea hercúlea la que carga sobre sus hombros el actual gobierno en su propósito de estimular las fuerzas productivas para poner la sociedad colombiana a la altura de las sociedades modernas.

Reitero que al presidente Duque hay que otorgarle un generoso voto de confianza, pues los problemas que le toca manejar son arduos a más no poder y los recursos con que cuenta son sobremanera escasos.




domingo, 4 de noviembre de 2018

Lo que queda del día

El título de esta preciosa cinta de Anthony Hopkins me sirvió para dar respuesta al muy amable homenaje que, junto con Juan Gómez Martínez, Alberto Velásquez Martinez y Raúl E. Tamayo Gaviria, nos ofrendó el viernes pasado ese inigualable amigo que es William Calderón, y a las generosas palabras que nos dirigió para enaltecernos mi querido discípulo Marco A. Velilla Moreno.

Como ya observo de cerca lo que Julián Marías llamaba el horizonte de las ultimidades, tengo claro que el juicio sobre mi vida que más me interesa es el de mi Supremo Hacedor. Agradezco, desde luego, la generosidad con que me tratan quienes me aprecian, pero tengo que decir con franqueza que, si bien sus manifestaciones dan muestra de que, como lo dice sabiamente el Evangelio, "de la abundancia del corazón hablan las palabras", estas exceden de sobra los precarios méritos de que pueden dar cuenta mis ejecutorias.

A esta altura de la vida hay que hacer todos los días examen de conciencia, y el que yo practico en no mucho me favorece. 

Suelo mirar hacia atrás y encuentro que es muy poco aquello de lo que legítimamente podría ufanarme no solo ante Dios, sino ante mis semejantes.

La imagen de mi pasado que suele ofrecerme el escrutinio que del mismo hago suele ser ora la un yermo, bien la de lo que aquí llamamos un charrascal, es decir, un lote enrastrojado, en donde a veces, como en el desierto de Atacama, cada año hay alguna floración.

Esas flores corresponden a los afectos que cultivo o que suscito. Cada noche le doy gracias a Dios por los seres queridos que me rodean. Son regalos maravillosos que Él me da sin merecerlos, pero si no los tuviera, mi vida sería como la que describen por ahí unos tangazos, la de una sombra entre las sombras.

Dice San Juan de la Cruz, siguiendo a San Pablo, que a la tarde se nos juzgará en el amor. Y en el atardecer de mi existencia terrena lo único que en definitiva cuenta es el amor con que he acompañado a los seres con que Dios ha querido rodearla, el consejo oportuno a quien lo ha pedido, el ejemplo edificante que a algunos ha servido sin que yo me diera cuenta, el favor desinteresado a los que lo han necesitado, la limosna brindada con generosidad y simpatía al que  ha tendido la mano para implorarla; pero también hay que anotar en el debe todas las omisiones, y, lo que es peor, la deuda incancelable con las personas con las que he pecado y las que he ofendido, perjudicado, decepcionado o escandalizado. Hoy solo puedo rogar por ellas y pedirle perdón a Dios por los múltiples errores cometidos a lo largo de mi existencia.

Discutiendo con un contertulio ateo que pregunta por qué Dios no se manifiesta, le digo que yo no puedo negar su presencia en mi vida, pues su infinita misericordia me ha librado de caer en los peores abismos que torpemente he bordeado. Como André Frossard, bien puedo exclamar: "Dios existe, yo me lo encontré". O más bien: "Él vino a mi encuentro". (Vid. https://kupdf.net/download/dios-existe-yo-me-lo-encontre-andre-frossard_599ceccbdc0d60637d53a1f9_pdf). Y con Corrado Balducci, igualmente puedo decir que el Diablo existe, pues he experimentado en mi intimidad  su presencia destructiva (Vid. https://www.mscperu.org/espirit/diablo/bajardiablo/balducci,%20corrado%20-%20el%20diablo%20existe.pdf).

Doy fe de lo que escribe Dostoiewsky en torno de su impactante personaje Dimitri Karamazov, que padece la lucha entre Dios y el Diablo que se libra en el interior de cada hombre. Platón la describía en otros términos que en el fondo significan lo mismo, al referirse a los dos corceles que arrastran al alma, uno hacia las alturas y otro hacia los abismos.

Instrumento de la Providencia fue mi finada esposa, que por su amor, sus oraciones, su abnegación, su fidelidad y su generosidad hizo de mí lo que soy. Ella es la que merece los homenajes con que ahora se me agasaja. Todo lo bueno que de mí se diga es obra suya.

Gracias mil, en todo caso, mi querido William por tan cálida muestra de tu afecto, lo mismo que a los amigos que me acompañaron en ocasión que resultó como William la deseaba, es decir, alegre y efusiva.