"El Colombiano" de hoy trae una interesante información sobre las encuestas presidenciales, que coinciden en asignarle el primer lugar en las preferencias ciudadanas a Iván Duque, más o menos por el orden del 40%, y el segundo a Gustavo Petro, con cerca del 30% de a intención de voto. (http://www.elcolombiano.com/elecciones-2018-colombia/encuestas-el-hueso-duro-de-roer-para-candidatos-DK8628140).
Por supuesto que en tres semanas el estado de la opinión podría variar, pero las encuestas más recientes indican, primero, que esos son los más probables triunfadores y, segundo, que habría segunda vuelta para dirimir la competencia entre Duque y Petro.
Es verdad que las encuestas, por refinadas que sean, no reflejan exactamente las preferencias electorales. Pero indican unas tendencias, sobre todo cuando exhiben resultados coincidentes.
Salvo que ocurra algo inesperado, cabe predecir que a medida que se acerque la fecha de las elecciones se irá acentuando la polarización entre Duque y Petro, al tiempo que verán desvanecerse las probabilidades de una tercería llamada a superarla. Fajardo, Vargas Lleras y De La Calle, todo lo meritorios que puedan ser, parecen estar condenados al fracaso.
Siendo realistas, la ciudadanía tendrá entonces que decidir entre lo que representa Duque y lo que significa Petro.
Esta elección no es algo así como optar por la Coca-Cola y la Pepsi-Cola, como le escuché decir a López Michelsen en 1974 cuando se enfrentó a Gómez Hurtado, queriendo resaltar así las coincidencias entre ambos. Tanto las había, que compartieron el gobierno en los años siguientes.
Las diferencias entre Duque y Petro son incompatibles desde muchos puntos de vista.
No es sino mirar sus respectivas personalidades, sus trayectorias, sus modos de encarar las situaciones colectivas.
Duque es, a no dudarlo, un candidato serio, realista, bien centrado. Petro, como lo señalé hace algunas semanas en este blog, exhibe en cambio un inquietante perfil psicológico. Con todo respeto, digo que me parece delirante, tocado de megalomanía, irresponsable a más no poder.
Lo que los separa desde el punto de vista ideológico no tiene que ver con la polaridad derecha-izquierda, como algunos despistados creen. Esa polaridad, insisto, es superficial y aun en el caso de que pudiera identificársele algún contenido concluyente, el mismo no sería aplicable a este caso. En rigor, lo que separa a Duque de Petro es el talante moderado del primero y el radical del segundo.
La moderación en política permite ver con más claridad las diferentes facetas de las situaciones colectivas y explorar opciones de compromiso, sin que ello implique necesariamente el sacrificio de principios básicos. El radicalismo, en cambio, es duro e intransigente, pues pretende amoldar las realidades a las ideas que se profesan. Parafraseando algo que se dijo del Maestro Valencia, es capaz de sacrificar un mundo para imponer una opinión.
Duque ha hablado de la necesidad de promover grandes acuerdos nacionales para abordar las difíciles circunstancias en que dejará Santos sumida a Colombia. Ya hay unos congresistas elegidos con los que necesariamente habrá que contar, pues representan, para decirlo en términos similares a los que utilizó alguna vez López Michelsen, un "mandato fresco".
El asunto más delicado es el acuerdo con las Farc, el famoso NAF, que evidentemente habrá que ajustar, no para que vuelva una guerra que no se ha ido, sino para sentar las bases, ahora sí, de una paz estable y duradera. Es un tema de muy alta política que no es insoluble, pero sí, bastante difícil. Las Farc no pueden atrincherarse en el principio "Pacta sunt servanda", pues el mismo debe atemperarse con el "Rebus sic stantibus".
El lenguaje de Petro es de confrontación pasional, de lucha de clases, de resentimiento destructivo. Viene a mi memoria un escrito de Mauro Torres que publicó "El Tiempo" hace años, en el que señaló las funestas consecuencias que para el entendimiento entre los colombianos acarrearon los excesos oratorios de Gaitán y Laureano Gómez. Petro parece creer que es la reencarnación del primero de ellos o, por lo menos, el legítimo intérprete y continuador de las ideas y los programas de caudillo liberal. Abriga, en el fondo, una concepción mitológica de nuestra historia, tal como lo deja ver el prólogo que escribió para un libro reciente de Otty Patiño sobre la violencia en Colombia.
Duque es, en cambio, un hombre de hoy, con la preparación y el bagaje intelectual de un dirigente para los tiempos actuales. Y goza de la ventaja de no estar comprometido con dolorosos acontecimientos de nuestro pasado, incluso el más reciente, como sí es el caso de Petro, cuya vinculación con el M-19 es un pesado lastre del que difícilmente podrá desprenderse.
En fin, Duque representa el acceso al poder de una nueva generación que tiene muchísimo que aportarle a nuestra patria. Trae, como lo señaló Jaime Castro, "una bocanada de aire fresco para la política colombina". Duque no es Uribe, sino, como también se ha venido diciendo, "el que es" (Vid.
https://360radio.com.co/duque-es-el-que-es/)
Se equivocan los que con pérfida intención afirman que votar por Duque es como reelegir a Uribe. Este tiene ya ganado su puesto en la historia, con sus virtudes y sus defectos. Duque puede tener coincidencias con él, pero es dueño de su propia personalidad y no ha hipotecado su futuro. De ser elegido, le tocará tomar sus propias decisiones y hacer sus propias apuestas. En Colombia no funciona lo de los "hombres fuertes" y los "presidentes títeres", como en el actual caso cubano. El poder presidencial es para ejercerlo, y Duque, que se formó bajo la influencia de ese profundo conocedor de nuestra historia politica que fue su apreciado padre, lo sabe bastante bien.
Es posible que uno tenga ciertas diferencias conceptuales y abrigue algunas reservas sobre el ideario de Duque, pero por encima de ellas está la necesidad que marca la coyuntura de enderezar el rumbo del país y no llevarlo por el despeñadero al que podría conducirlo la insania de Petro.
A votar, pues, profusamente por Duque, a fin de que ojalá gane en la primera vuelta.