Que de su aprobación por la ciudadanía y su puesta en marcha se derive un resultado aceptable de paz política con los efectivos de las Farc, es algo que está por verse y depende de muchísimos imponderables.
Por supuesto que sería muy positivo que esa guerrilla se desmovilizara, entregara sus armas y entrase a actuar en el escenario político sin acudir a la violencia. Pienso que precisamente la consideración de estos resultados es lo que motiva a muchos para votar sí en el plebiscito. Es un punto de vista que, desde luego, es respetable.
Pero al lado de esos logros hay que examinar el precio institucional que se estaría pagando por un Acuerdo que tirios y troyanos piensan que es defectuoso a más no poder. Se dice en lenguaje coloquial que está plagado de "sapos" que tendríamos que tragarnos para que, como lo escribió Jorge Giraldo Ramírez en su más reciente artículo para "El Colombiano", se elimine "el mayor factor de violencia en nuestra historia contemporánea, después de la desarticulación del Cartel de Medellín y la desmovilización paramilitar".
Hace un tiempo escribí al respecto que una cosa es tener que tragar "sapos" y otra es que a uno se lo trague el "sapo".
Temo que el triunfo del sí el próximo domingo nos meta, en efecto, dentro de las fauces de algo muchísimo peor que un sapo, es decir, de un saurio descomunal del que no podríamos librarnos pacíficamente en el futuro, habida consideración del carácter supraconstitucional e irreversible del gravosísimo contenido del Acuerdo Final.
Refrendado plebiscitariamente este último, ipso facto entraría en vigencia el dañino Acto Legislativo para la Paz que prevé el otorgamiento de facultades legislativas tan amplias para Santos que, en la práctica, equivalen a convertirlo en dictador. Pero lo será de mera fachada, pues toda la normatividad que pretenda expedir en ejercicio de esas atribuciones o busque que el Congreso le apruebe, tendrá que pasar por el filtro de la CSVR (Comisión de Implementación, Seguimiento y Verificación del Acuerdo Final de Paz y de Resolución de Diferencias).
A esta Comisión se le fija, entre otras, la tarea de "Constatar que el contenido de todos los proyectos de decreto, ley o acto legislativo que sean necesarios para implementar el Acuerdo Final, corresponda a lo acordado, antes de que sean expedidos o presentados, según el caso, por Presidente de la República (sic) ....", así como la de "Proponer borradores de normas que deban ser acordadas para la implementación del Acuerdo Final".
Según esto, el sí es ante todo para que Santos, bajo la tutela de la CSVR, promueva en el sentido que le indiquen las Farc una avasalladora revolución en prácticamente todas los áreas de la normatividad jurídica.
Esa avalancha normativa, repito, no nos garantizará la paz y probablemente dará lugar a innumerables conflictos cuando la gente vea de cerca que se viene la instauración legal del Socialismo del Siglo XXI.
A la gente le preguntan en las encuestas sobre la impunidad y la participación en política de los guerrilleros, o sobre su apoyo a las Farc, y las respuestas suelen ser abrumadoramente desfavorables para las mismas. Pero el sí dizque para que abandonen la violencia traerá consigo de modo inevitable la posibilidad de que hagan su revolución desde arriba.
Esta mañana unos contertulios se excitaron porque les anuncié que otro resultado previsible es el cogobierno con las Farc a partir del triunfo del sí. Pero es algo que está dentro de la lógica del hecho político que ahí se configuraría, pues el apoyo popular al Acuerdo Final, así sea por exigua mayoría y con baja participación, lo es para ejecutarlo. Y las Farc, con todo derecho, entrarán a reclamar que se les dé participación decisiva en ese cometido.
En consecuencia, las ingentes partidas presupuestales y la no menos ingente burocracia que se requerirán para desarrollar las múltiples iniciativas que contempla el Acuerdo Final se asignarán para su manejo a gente de las Farc. De esa manera, la organización guerrillera contará con un peso político descomunal, amén del que de suyo representan las generosísimas gabelas que ya se sabe que se les concederán de conformidad con el Acuerdo.
Las Farc no entrarán al juego político en igualdad de condiciones con los demás partidos y movimientos. Contarán con ventajas exorbitantes. Y lo previsible es que le exijan a Santos que cumpla la oferta que según se ha dicho les hizo en 1997 cuando, so pretexto de un confuso acuerdo de paz con el que pretendía desplazar a Samper de la presidencia, les propuso la creación de un nuevo Frente Nacional.
Bien miradas las cosas, las Farc ya no necesitarán de la violencia a que han estado habituadas a lo largo de más de medio siglo, pues tendrán de su lado a la fuerza pública, la fiscalía paralela y la jurisdicción especial para la paz, no solo para su protección, sino para perseguir a sus enemigos reales o potenciales.
Sus voceros no han desarmado el espíritu belicoso. El documento que se presentó a la X Conferencia que tuvo lugar hace poco en los Llanos del Yarí es un llamado a la acción para la toma del poder con miras a llevar a la práctica lo que en múltiples ocasiones he denominado su proyecto totalitario y liberticida. Sus voceros hablan de democracia, pero la entienden en sentido diametralmente opuesto al que se le asigna en nuestra tradición política. La suya es una democracia al estilo cubano o venezolano. No han renunciado a su credo marxista-leninista. Por el contrario, acaban de reafirmarlo en el documento de marras.
Quiérase o no, el voto por el sí entraña entonces la posibilidad de convertir a Colombia en una nueva Cuba o una nueva Venezuela. Cuánto se demoren, el tiempo lo dirá, Personalmente, creo que es algo que podría ocurrir en el corto plazo.
Muchos de mis interlocutores me dicen que soy un fantasioso profeta de desastres. Pero algo conozco de la historia, de las ideologías y de los procesos políticos, que son tan dinámicos y mudables como las personas mismas. La rueda del tiempo gira y eleva vertiginosamente a los que en un momento dado parecen estar condenados a la marginación. En 2010 las Farc parecían derrotadas. Hoy hablan en tono triunfalista y amenazador. Y si reciben el apoyo popular el próximo domingo, no habrá qué ni quién las contenga.
Hay mucha gente de buena fe que no lo cree así. Pero no se han detenido a pensar que el Acuerdo Final no es un Pacto de Caballeros, sino una componenda entre bribones. Santos lo es por su propia personalidad; las Farc lo son por su ideología y su sociopatía.