La Cuaresma es tiempo de reflexión espiritual. Nos invita desde el comienzo a convertirnos y seguir el Evangelio, que nos enseña que nuestro Señor Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (vid. Juan 14:6 https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/juan/14/6/).
¿De qué camino se trata?
Es un lugar común lo de que somos peregrinos que transitamos por el mundo. Lo cuestionable es saber de dónde venimos y para dónde vamos, así como cuál es la ruta que nos conviene para orientar nuestras vidas.
El escepticismo dominante en los tiempos que corren les hace creer a muchos que venimos de la nada y hacia ella nos dirigimos: hemos sido arrojados a la vida, afirma Heidegger, quien proclama que somos seres proyectados hacia la muerte. Otros hacen suya la idea de Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Ello significa que no hay instancia superior que nos indique la ruta que nos toca seguir en nuestro decurso vital. Una idea más inquietante es la que obsesiona al incrédulo Borges, la de que estamos dentro de laberintos cuyas salidas ignoramos, aunque en alguna parte leí que en sus horas finales admitió el auxilio de un sacerdote católico, pues quería morir en el seno de la misma religión de su madre.
Pues bien, hay un precioso libro de Gabriel Marcel, a quien se cataloga como existencialista católico, que lleva por título "Homo Viator: Prolegómenos a una metafísica de la esperanza" y aporta profundas reflexiones sobre este asunto crucial para la vida de cada uno de nosotros. (Vid. Download PDF - Gabriel Marcel-homo-viator.pdf [x4e65dg02mn3] (idoc.pub).
En mi oración cotidiana le pido al Señor que me ayude a perseverar en el camino que hacia Él me conduce y no permita que me extravíe ni muchísimo menos me acerque a esos abismos de los que su misericordia me ha rescatado.
No es un camino suave, ese que con facilidad nos conduce hacia la perdición, sino la vía de la puerta estrecha de que nos habla Mt. 7:13-14, erizada de obstáculos de toda índole que sólo podemos superar mediante el auxilio de la gracia y no con nuestras propias fuerzas, como erróneamente lo sostienen ciertas corrientes espiritualistas que están de moda. (Vid. "Lucha para entrar por la puerta estrecha". Reflexión - Vatican News).
El Evangelio narra en uno de sus pasajes la desazón que invadió a los apóstoles al considerar las dificultades que ofrece el camino trazado por el Maestro, quien les hizo ver que lo que para los hombres es imposible no lo es para Dios (vid. https://es.catholic.net/op/articulos/17688/cat/331/el-joven-rico-se-marcho-entristecido.html).
La Verdad nos guía por el Camino recto: "La verdad os hará libres" (Vid.Juan, 8 - La Biblia de Jerusalén - Bíblia Católica Online (bibliacatolica.com.br).
Hoy se descree de la verdad. Se niega que podamos conocer la realidad y muchísimo menos la de las cosas eternas, respecto de las cuáles se piensa que nuestras mentes se mueven entre lo absurdo y el misterio, tema del que se ocupa un interesante libro de Jean Guitton (vid. Guitton, Jean - Lo Absurdo y El Misterio - Free Download PDF (kupdf.net).
Ese relativismo imperante en los tiempos que corren es, simple y llanamente, corrosivo. Destruye la esperanza, niega sobre todo que haya una verdad moral. A falta de ésta, se habla hoy de acuerdos, de consensos, diríase que de negociaciones entre los individuos para hacer posible su convivencia. Pero esos pactos, explícitos o supuestos, reposan necesariamente sobre la idea platónica de que en el Topos Uranos anidan certezas sobre lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno. La vida humana se pierde en el desasosiego si renuncia a esas certezas.
El Camino y la Verdad de que nos habla el Evangelio apuntan hacia la Vida. ¿De qué se trata ésta?
Muchos dicen que sólo hay la vida terrenal, la del mundo natural que habitamos y nos toca disfrutarla a plenitud, dándonos todo el gusto posible.
¿Qué sucedería si hubiese vida eterna?
En estos días hablaba con una allegada acerca de que a mi avanzada edad la preocupación principal es el tránsito a la vida eterna. Respondió que nunca piensa en ello, que vive y goza su día sin interesarse en lo demás. No era el momento de abrumarla con el relato de mis rotundas experiencias acerca del más allá. No dudo de que mi conciencia permanecerá después de la muerte biológica y albergo la esperanza de que la misericordia y el perdón que promete el Evangelio saldrán en mi auxilio, pese a los múltiples desvaríos en que he incurrido. Soy, como reza un pasaje evangélico, apenas un jornalero de la última hora (Mt. 20:1-16). Mi gran frustración en esta etapa final y crucial de mi existencia es no haber aspirado a la santidad. Lo digo evocando a León Bloy: La única tristeza es la de no ser santos – Comboni2000 – Spiritualità e Missione