viernes, 28 de junio de 2024

Jugando con fuego

Recuerdo una caricatura que publicó Vélezefe a propósito del debate que se presentó en la Asamblea Constituyente de 1991 acerca de la referencia a Dios en el preámbulo de la Constitución que se estaba discutiendo. En la caricatura aparece San Pedro informándole al Padre Eterno que unos asambleístas estaban tratando de excluirlo del texto constitucional, a lo que el Altísimo respondió que estuvieran tranquilos, pues Él ya los estaba borrando de su lista.

El debate se zanjó mediante una fórmula transaccional que reemplazaba el enunciado de la Constitución de 1886 según el cual la Constitución se expedía en nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad, por otra alusiva al poder soberano del pueblo combinada con la protección de Dios.

Todo lo discutible que sea esta fórmula, de ella se desprende en todo caso que el nuestro no es un Estado ateo ni irreligioso, y si bien ya no favorece, como antes, a la religión católica, tampoco la ignora ni la descalifica, pues, quiérase o no, ella hace parte de la riqueza cultural de la Nación que debe protegerse por el Estado y los particulares, según lo dispone el artículo 8 de la Constitución Política en concordancia con los artículos 70 y 72 id.

El catolicismo y, en general, el cristianismo, integra el patrimonio espiritual de nuestra patria. No es el caso de volver a un Estado confesional ni mucho menos clerical, que la doctrina católica ya no prohíja, pero sí el de reconocer que en la vida comunitaria obra una dimensión espiritual que la enaltece.

En realidad, los magistrados de la Corte Constitucional que dispusieron el retiro del Crucifijo que presidía el recinto de sus deliberaciones adoptan una versión extrema del laicismo que aspira a que la religiosidad quede restringida tan sólo a la esfera íntima de las personas y no se proyecte en la vida de relación. Es la tesis iluminista que considera que aquélla es propia de una etapa inmadura de la civilización, según lo expuesto por Kant en su célebre opúsculo "Respuesta a la pregunta ¿qué es Ilustración?" (vid. Descargando en PDF Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilust... de Immanuel Kant - Elejandría (elejandria.com).

La antropología materialista que según Borges configura la triste mitología de nuestro tiempo desprecia lo religioso y aspira a erradicarlo de la cultura. Nuestra Corte Constitucional sigue sus huellas, ignorando lo que proclaman el Preámbulo y los citados artículos de nuestra Carta Magna.

En mi "Introducción a la Teoría Constitucional" he llamado la atención acerca de la dimensión espiritual del bien común, concepto que se proyecta a todo lo largo y ancho de nuestro ordenamiento político y en especial compromete a los congresistas para la emisión de sus votos, tal como lo dispone el artículo 133 de la Constitución Política (vid. "Introducción a la Teoría Constitucional", Alvear Editor, Medellín, 2023, pp. 237 y ss). 

Ahí mismo observo "que la invocación de Dios es un elemento importante para recordarles a los autores de las Constituciones que no son titulares de poderes absolutos y que sobre ellos y sus obras pesan deberes éticos que no pueden desconocer. Parafraseando un texto célebre de Ripert, bien puede afirmarse que por esa vía penetra la regla moral en las obligaciones políticas" (vid. p. 111).  Concluyo diciendo que "Parece preferible, entonces, que los gobernantes se inspiren en un Dios trascendente que ilumine su conciencia y los haga responsables, en lugar de que cortejen y manipulen esa oscura deidad moderna, veleidosa y apasionada, que lleva el nombre de Demos" (p. 112).

Los juristas a la moda han sustituido la religión por la ideología. Aquélla hace parte del patrimonio espiritual de nuestra nacionalidad y es profesada, al menos de labios para afuera, por la inmensa mayoría de los colombianos. La segunda corresponde al pensamiento de una ínfima minoría que se dice ilustrada y ha capturado los resortes del poder público. Es ella la que, no obstante la proclama constitucional acerca de la inviolabilidad del derecho a la vida (art. 12 Const. Pol.), ha declarado como derechos fundamentales el aborto y la eutanasia, que precisamente vulneran el más sagrado de los derechos de la persona y ponen en grave riesgo la civilización misma. Sus efectos deletéreos no tardarán en sobrevenir.

Volviendo a Vélezefe, no cabe duda de que a esos magistrados que le dan la espalda a Nuestro Señor Jesucristo y destierran su imagen del desafortunado Palacio de Justicia, el Padre Celestial los está excluyendo de la lista de sus elegidos. Si no se arrepienten, les espera el fuego eterno. Para desgracia nuestra, ya lo están esparciendo entre nosotros.



martes, 18 de junio de 2024

Civilización y democracia puestas a prueba

La civilización política reposa sobre un principio básico: el monopolio de la fuerza por parte del Estado y bajo el control del Derecho. Si el poder del Estado se funda en la democracia y protege derechos fundamentales que mejoren la suerte de las comunidades, muchísimo mejor. Estos son los ideales que proclama el Occidente y tratan de expandirse con relativo éxito por todo el mundo.

Si ese monopolio es ilusorio, porque hay grupos que lo desconocen y combaten, la situación tiende hacia la barbarie, tal como sucede entre nosotros. Bajo un desgobierno tolerante y hasta obsecuente con esos grupos no es posible hablar de civilización política. Al fin y al cabo, está bajo el mando de alguien que se jacta de haberse formado en una organización criminal que dejó un hórrido rastro de sangre a lo largo de su actividad subversiva.

¿Cómo puede enarbolar la causa de la vida quien fue cómplice de la tenebrosa muerte de José Raquel Mercado y del terrible holocausto del Palacio de Justicia? 

La democracia, por su parte, supone que todos los actores políticos renuncien a la violencia. Su modus operandi consiste en que dentro del marco de las libertades de expresión y de organización se compita pacíficamente por el voto de una ciudadanía debidamente informada y dispuesta a decidir racionalmente en torno de las distintas opciones que se le presenten.

Si hay actores que tratan de presionarla por la fuerza, la democracia se debilita y hasta desaparece.

Nuestra sociedad padece desde hace más de sesenta años el asedio de criminales que sostienen que no contamos con una democracia real, pues ellos dizque son los legítimos voceros de las aspiraciones populares. Pero cuando se presentan a elecciones, como ha sucedido con los herederos políticos de las Farc, hoy llamados Comunes, su fracaso es elocuente.

El desgobierno que nos aflige pretende hoy cambiar las reglas del juego político por medio de un supuesto proceso constituyente acordado con los criminales del ELN que han afligido a Colombia con sus letales y destructivas depredaciones. En lugar de aplicarles el peso de la ley, pretende ponerla al servicio de sus delirios ideológicos. Ello no es de extrañar, dado que es un trato que se adelanta, como se dice coloquialmente, entre caimanes del mismo charco.

El que ejerce la jefatura del Estado entre nosotros es un comunista irredento que oculta bajo promesas engañosas su verdadera identidad política y sus aviesas intenciones. Lo que disfraza un discurso de cambio que califica mendazmente como progresista no es otra cosa que el propósito de imponernos un régimen totalitario y liberticida cuyos funestos resultados en otros países saltan a la vista. Su rabiosa exaltación de lo público y su desdén por lo privado ofrecen una estatización absoluta que conlleva la abolición de las libertades. Lo que promueve no es el ilusorio socialismo con rostro humano que soñaban con inocencia en los países sometidos al yugo de la Unión Soviética, sino el rigor inmisericorde y crudelísimo que impusieron las estalinistas. Como bien lo ha dicho mi amigo José Alvear Sanín, lo suyo presagia la pesadilla polpotiana que trató de llevar al extremo la distopía marxista.

Hay que insistir en que Colombia atraviesa por la peor situación de una historia que ha sido pródiga en adversidades. Ojalá podamos superar estos momentos de dificilísima prueba.


miércoles, 12 de junio de 2024

Golpe a golpe

Hay, como ahora se dice, golpes de Estado duros y blandos. Los primeros acuden a la fuerza de las armas o a las explosiones populares. Los segundos son sinuosos, taimados: dicen respetar la institucionalidad, pero la desconocen torciéndole el pescuezo para ponerla a decir lo que sus normatividades no autorizan. Es posible que haya golpes en que ambas modalidades, el empleo de la violencia y la distorsión de las reglas constitucionales, se junten para obtener el resultado de una modificación irregular del régimen político.

Sea de ello lo que fuere, el golpe de Estado implica el desconocimiento del orden vigente y su sustitución por otro que se impone en contra de sus disposiciones.

La caída de un gobierno en virtud de lo que estipula la Constitución no puede asimilarse a un golpe de Estado, que por definición entraña el desconocimiento de aquélla. 

Nuestra Constitución contiene varias disposiciones que pueden dar lugar a que el Presidente cese en sus funciones, sea porque se lo condene por la comisión de delitos, por indignidad en el ejercicio del cargo, por haber excedido los topes de financiación de su campaña electoral o porque se declare la vacancia por incapacidad física permanente. Todo ello supone el trámite de los respectivos procesos y decisiones de autoridades competentes, vale decir, que se cumpla lo dispuesto por la Constitución.

Hoy por hoy cursan varios procesos regulares que podrían desembocar en la destitución del actual jefe del Estado. Adelantarlos y culminarlos como la Constitución lo ordena o permite no significa vulnerarla, sino cumplirla.

Cosa diferente es el proceso constituyente que está impulsando quien ahora nos desgobierna. Ahí sí que se vislumbra el golpe de Estado, tanto duro como blando.

¿Qué es lo que pretende?

Lo que de modo expreso ha manifestado consiste en eludir la normatividad constitucional para imponer otra que sea de su gusto. No hay que hilar muy delgado para llegar a la conclusión de que aspira a instaurar un régimen comunista al estilo de lo que impera en Cuba y en Venezuela, sus modelos de ordenación política.

Para ello ha urdido una doble estrategia.

La primera consiste en formular unas hipótesis tortuosas acerca de la posibilidad de convocar una asamblea constituyente sin que el Congreso intervenga, a partir de una interpretación abusiva del acuerdo con las Farc y de la figura del reglamento constitucional, para lo cual ha puesto a delirar a Leyva y Montealegre, cuyo parecido con Tuco y Tico, las urracas parlanchinas, no deja de llamar la atención (vid. youtube.com/watch?v=yEereDXp9bU).

La segunda busca promover un vigoroso movimiento popular que presione al Congreso y a la Corte Constitucional para que faciliten la convocatoria de una asamblea constituyente a todas luces en contra de la normatividad, amparándose en el ejercicio directo de la soberanía popular.

No entraré en disquisiciones sobre el poder constituyente primario y el secundario, ni acerca de la cacareada soberanía popular, temas acerca de los cuáles mis opiniones discrepan de las creencias comúnmente aceptadas, más cercanas a la mitología que a la racionalidad.

Lo que veo a las claras es un doble cauce para entronizar la dictadura comunista en Colombia. Ya lo he dicho en otra ocasión: hay en curso un iter criminis orientado hacia la destrucción de nuestra institucionalidad, puesto en marcha por quien está obligado a mantener el orden constitucional preservando el orden público y restableciéndolo cuando fuere turbado. El que nos desgobierna debería estar sometido a juicio por el grave incumplimiento en que está incurriendo en torno de tan severas obligaciones constitucionales.

No hay motivos para asombrarse por ello. Colombia eligió para su gobierno a un exconvicto no arrepentido ni adecuadamente reintegrado a la sociedad. No es exagerado afirmar que buscó un pirómano para lidiar con los múltiples incendios que nos asedian. Sus simpatías lo inclinan hacia los facinerosos y lo alejan de los amantes del orden. De ahí que, fungiendo de comandante de las fuerzas armadas, las debilite, desmoralice y humille, mientras se muestra condescendiente con quienes siembran el terror a todo lo largo y ancho del territorio nacional.

El golpe no viene de quienes se oponen al gobierno, sino de éste mismo. Se avecina para nosotros la noche más oscura.


domingo, 9 de junio de 2024

El espejismo del cambio

Las sociedades modernas se caracterizan, entre otras cosas, por el dinamismo de sus transformaciones. El cambio se da en ellas constantemente y de muchas maneras. Cuando uno ha vivido más de 80 años puede dar fe de ello. Mi mundo de hoy no es el mismo de cuando era niño, adolescente, joven o adulto. Llegada la vejez es posible apreciar muchos aspectos positivos de esas transformaciones, pero también los negativos o al menos preocupantes.

El cambio social se produce en gran medida de manera espontánea por obra de la cultura, esto es, de la libertad. Cómo surge, se expande y consolida es un misterio, tal como lo acredita la moda. Los estructuralistas remiten a una entidad metafísica que lo impone sobre los individuos sin que éstos perciban muchas veces su acción.

Las transformaciones culturales influyen decisivamente en los ordenamientos sociales y en general en los escenarios de la política. Muy a menudo determinan o condicionan modificaciones en la normatividad jurídica, sea porque dan lugar a nuevas reglas, ya porque suscitan interpretaciones o modus operandi en sus aplicaciones que tratan de adaptarse a los nuevos puntos de vista acogidos en las colectividades. 

Hay, desde luego, cambios que proceden de la acción política, en buena medida por obra de las ideologías. Pero, a diferencia de los que fluyen espontáneamente de las interacciones sociales, suelen encontrar resistencia por parte de las comunidades, lo que da lugar a tratar de imponerlos por la fuerza o a tener que adecuarlos a las preferencias del espíritu público. 

Los promotores del cambio a partir del poder coercitivo del Estado suelen olvidar que cada sociedad se va configurando a partir de su experiencia histórica, por el peso de las costumbres. Éstas condicionan valoraciones, hábitos, formas de sociabilidad, rituales, tipos de liderazgo, etc. que no son fáciles de desarraigar ni de transformar por medio de la fuerza.

Por ejemplo, la supervivencia de la religión en Rusia muestra que más de 70 años de ateísmo oficial fueron insuficientes para erradicar cerca de un milenio de presencia del cristianismo ortodoxo en dicho país. Mantengo viva la imagen de Boris Yeltsin en las exequias de la familia del zar Nicolás II, mirando fijamente los féretros que ocultaban sus despojos mortales. ¿Qué pasaba por su mente en esa ocasión?

Estas consideraciones vienen a cuento por la monserga del gobierno del cambio con que se pretende hoy engatusarnos a los colombianos.

¿A dónde nos quiere llevar el que nos desgobierna? Se queja de que sus opositores son refractarios a unos cambios que todavía no ha querido especificar, pero que se adivinan al tenor de las amistades que cultiva y de ciertas expresiones que deja aflorar cuando su ánimo se altera o excita.

Esos cambios son los que predica el comunismo en sus distintas corrientes y que, como ya lo he señalado en otras ocasiones, han mostrado su rotundo fracaso en otros países. Nuestro Líder Galáctico pretende llevarnos hacia unos modelos de sociedad cruelmente inhumanos, so pretexto de realizar la justicia, concertar la paz y dizque proteger la vida. 

Sobre estos valores y la errada concepción de los mismos que profesa habré de referirme más adelante.

Colombia no es reacia al cambio. Nuestra sociedad lo viene experimentando y aceptando desde hace mucho tiempo atrás. Pero exige que el gobierno que dice promoverlo concrete sus propuestas y permita el libre debate democrático sobre su viabilidad y su conveniencia. 

Por ejemplo, a nuestra opinión no le parece bien que se sustituya un sistema de atención de la salud que en general ha funcionado bien, pese a sus deficiencias, para sustituirlo por uno controlado del todo por políticos proclives a la corrupción. Lo mismo acontece con el proyecto pensional, que pretende que los ahorros y contribuciones de los trabajadores no se manejen por financistas expertos, sino por el sindicalista que está al frente de Colpensiones.

La obsesión patológica por el cambio social parte de tres premisas harto discutibles, a saber:

-La idea de que el régimen social imperante es inaceptable y debe modificarse del todo, a partir de sus propios fundamentos. Lo ha dicho el que nos desgobierna, dando muestras de su poco aterrizada conciencia histórica, al afirmar que nuestros doscientos años de vida republicana han transcurrido en el vacío.

-La idea de que es posible realizar las utopías, todo lo delirantes que parezcan. Vale la pena recordar el empeño del funesto Che Guevara para transformar la sociedad cubana a partir del modelo del "nuevo hombre" urdido por los profetas del marxismo. ¿En qué ha quedado ese deplorable experimento? ¿Y qué decir del fin del Homo Sovieticus, de que trata un impactante libro de Svetlana Alexievich? Vid. (96) El fin del "homo sovieticus". Svetlana Alexievich. | Pedro Piedras Monroy - Academia.edu

-La idea de que el uso indiscriminado de la violencia justifica, como dijo alguno por ahí, que unos maten para que otros vivan mejor. Esa legitimación de la violencia política es un verdadero cáncer que afecta a nuestra sociedad. Se arguye que es una violencia que nace espontáneamente en las comunidades campesinas por las difíciles condiciones que padecen, pero bien podría pensarse que viene de universitarios e intelectuales envenenados por el marxismo, de cuyas almas perdidas da buena cuenta Dostoievski en "Los Endemoniados" (vid. Los Demonios en PDF y ePub - Fiódor Dostoyévski (bibliotecadevoces.com).

¿Es de esa índole quien hoy nos desgobierna? ¿Conviene buscar la paz a través de claudicaciones con los feroces activistas del ELN y las variopintas disidencias de las Farc, por no hablar de los narcotraficantes del Clan del Golfo y los numerosos grupos criminales que nos asuelan?



jueves, 6 de junio de 2024

A Suerte y Verdad

El que nos desgobierna ganó las elecciones presidenciales porque les hizo creer a los votantes que llevaría a cabo un programa de cambio de inspiración social-demócrata, vale decir, de izquierda moderada. Ocultó sus verdaderas intenciones, consistentes en provocar en Colombia una revolución comunista inspirada en los postulados del castro-chavismo.

El éxito de la social-democracia en Europa occidental radicó en entender que una sana política debería consistir en poner de acuerdo a los sectores público y privado en el fomento del crecimiento económico y una gestión razonable del desarrollo social tendiente a mejorar el nivel de vida de la población.

En una entrevista que dio hace algún tiempo Gorbachov éste reconoció que el comunismo había fracasado en la Unión Soviética y, en cambio, la fórmula ganadora que aspiraba a imponer en su país era la de la social-democracia europea, inspirada en los que el fanático Lenin llamaba con desprecio los "social-traidores".

En un país como el nuestro es desde luego necesaria la acción social del Estado para proteger a las capas más débiles de la sociedad y reducir las excesivas desigualdades mediante adecuadas políticas económicas, que es lo que se echa de menos bajo el desgobierno imperante.

Leí hace poco en un interesantísimo libro que se publicó hace años acerca de las relaciones entre el Derecho, las Ciencias Humanas y la Filosofía, un certero apunte del sabio profesor francés Marcel Prélot, que reclamaba en lo concerniente a las políticas sociales "menos oratoria y más laboratorio" ("Le Droit, las Sciences Humaines et la Philosophie", Vrin, Paris, 1973).

Nuestro Líder Galáctico perora sin ton ni son sobre lo divino y lo humano, pero su comprensión de los hechos socio-económicos es irrisoria. Cree torpemente en la magia de la palabra e ignora sin recato las realidades que debe enfrentar.

Recuerdo de nuevo una conversación que tuve hace años con el apreciado maestro Harold Martina, en la que trajo a colación que Rossini decía que sólo hay dos clases de música: la buena y la mala. Lo mismo cabe afirmar acerca de las políticas: las hay buenas y las hay malas.

La buena política parte del conocimiento adecuado de la realidad social sobre la que se pretende actuar, a sabiendas de que los medios suelen ser poco confiables y los resultados siempre serán aleatorios. De ahí que la regla de oro para gestionarla sea la prudencia. Pero esta es una virtud imposible para un exaltado como el que tiene hoy a su cargo los destinos de este desventurado país. Con razón se ha dicho de él que es "arrogante, ignorante e incompetente".

A la política de bienestar social que pretende llevar a cabo este desgobierno hay que aplicarle la lupa más severa, pues so pretexto de beneficiar a los más necesitados se están dando muchas veces alivios irrazonables y hasta contraproducentes, amén de la pavorosa corrupción cuyas dimensiones apenas ahora se están descubriendo.

Es escandaloso, por decir lo menos, el comportamiento presidencial en torno de lo que ya se sabe sobre la UNGDR. Recomiendo a mis lectores que sigan con atención la entrevista registrada hace poco en "El Reporte Coronell", en la que el titular del poder ejecutivo parece dar a entender que el problema es de otros y no puede ser atribuido a su deficiente gestión. Vale la pena recordar que en Derecho las responsabilidades suelen recaer sobre quienes incurren tanto en la "Culpa in eligendo" como en la "Culpa in vigilando". Una y otra apuntan inequívocamente hacia el jefe del Estado, a quien le resbala lo del "cónclave" que denuncian López y Pinilla (vid. https://www.youtube.com/watch?v=2kk6rKVhYfs).

En lugar de introducir correcciones a su desastrosa gestión en todos los ámbitos, sus delirios ideológicos lo llevan a adoptar actitudes cada vez más cerradas que hacen del todo inviable el gran acuerdo nacional que convendría gestionar con miras a resolver los gravísimos problemas de todo orden que estamos padeciendo. Todo indica que le apuesta al caos para así crear las condiciones propicias para una revolución. 

¿Cuál podría ser, en efecto, el panorama electoral dentro de dos años, con una fuerza pública debilitada, desmoralizada y humillada, incapaz por ello de enfrentar a los delincuentes que cada día copan más espacios, muy probablemente con la complicidad de un desgobierno que ha olvidado que su primera obligación constitucional es garantizar el orden público en todo el territorio nacional y restablecerlo cuando fuere turbado?

Como dice por ahí un tangazo, estamos "en carne propia sintiendo lo triste que es ir viviendo, viviendo a suerte y verdad". Vid. https://www.todotango.com/musica/tema/1339/A-suerte-y-verdad/; A suerte y verdad (youtube.com).