No es cierto que en este año que termina por primera vez haya llegado a gobernarnos un presidente izquierdista.
Aunque la definición de la izquierda política es vaga, con estas palabras se trata de identificar cierta tendencia ideológica que busca romper con el orden establecido en la sociedad. Esa tendencia disruptiva se puso de manifiesto entre nosotros en el siglo XIX con los radicales, a quienes sus contradictores llamaban jacobinos. La izquierda llegó al poder en el siglo XX con Alfonso López Pumarejo, que se rodeó de jóvenes rebeldes, las audacias menores de 30 años, con los que impulsó su llamada Revolución en Marcha. De ahí quedó como legado institucional la reforma constitucional de 1936, de clara inspiración socialista. En general, los presidentes liberales de la pasada centuria comulgaban con la definición del Liberalismo como una coalición de matices de izquierda, según los estatutos que redactó hace más de medio siglo Carlos Lleras Restrepo. En rigor, el partido se ha identificado con la social-democracia europea y es por ello que desde hace años se afilió a la Internacional Socialista.
De cierto modo, habría que considerar además que Belisario Betancur, no obstante su pasado conservador, estaba más inclinado hacia la izquierda y muy poco era lo que le quedaba de sus posturas derechistas de antaño.
Lo que en verdad nos ha sucedido es que por primera vez ha llegado la Casa de Nariño un comunista que no osa decir su nombre. Esa es la gran novedad en la política colombiana. Nuestro país se ha defendido del comunismo a lo largo de 100 años, pero por distintas circunstancias ha dado el brazo a torcer permitiendo que un demagogo extremista llegue a ocupar la jefatura del Estado.
El actual presidente gira en torno de los regímenes cubano y venezolano, pero si lo aceptara de modo explícito perdería apoyo en la población. Cuando le preguntan por el modelo de país en que se inspira habla de Corea del Sur, pero en realidad su mirada va más allá y se posa sobre Corea del Norte.
Él y los extremistas que lo rodean, tales como el senador Cepeda, tiene una hoja de ruta que lo lleva hacia el comunismo. Es astuto, mentiroso y oportunista, pero ya ha sacado las uñas, exhibido sus colmillos y mostrado sus orejas de lobo feroz.
La demagogia es una perversión de la democracia. Ya lo había advertido Platón al observar los estragos que causaba en la Grecia clásica. Trae consigo la agudización de los conflictos sociales. Enfrenta radicalmente a las clases sociales. Exaspera a los pobres contra los acaudalados, estimula sus más bajas pasiones, promueve a los peores, suscita la violencia tanto en las palabras como en los actos, derrocha los recursos públicos, destruye la economía y hace que la democracia degenere en dictadura.
Es poco probable que Colombia escape a los efectos de esa ley inexorable de degradación de la democracia, salvo que un vigoroso y decidido espíritu público logre oponer diques eficaces contra el tirano en ciernes que hoy nos domina.
No cabe duda alguna: nuestro inmediato futuro luce tormentoso.