Llega a su fin este que en verdad ha sido un annus horribilis, el año de la peste, que trae consigo para nosotros, según se dice, una década de retroceso en la economía y, por consiguiente, la amenaza del hambre, con los desórdenes sociales que ello implica.
Dijo alguna vez Alfonso López Michelsen que, a su juicio, el mandatario más importante que tuvo Colombia en el siglo XX fue Enrique Olaya Herrera, por las enormes dificultades que le tocó afrontar.
Las que padece hoy Iván Duque Márquez no les van en zaga. Su inventario equivale, como dicen unos versos de Celedonio Esteban Flores, al "desfile de las inclemencias". No hay que hacerle la vida más difícil acumulando críticas, así las haya merecidas. Miremos lo positivo: es un gobernante aplicado, ecuánime, juicioso. Si no ha podido reunir en torno suyo a todas las tendencias políticas es porque algunas de ellas adolecen de un sectarismo pugnaz y disolvente.
Este año de la pandemia nos ha puesto a todos a pensar en nuestra contingencia: hoy somos y mañana no parecemos. ¡Cuán fugaz es nuestro tránsito por esta vida mortal! Estamos a merced de un bicho microscópico que en un abrir y cerrar de ojos penetra en nuestro organismo, lo somete a torturas indecibles y atrae la cercanía de la muerte. ¿Nos devuelve a la nada de donde unos creen que venimos, o más bien nos abre las puertas de la eternidad, a la que muchos nos sabemos abocados para bien o para mal? La peste nos fuerza a la meditatio mortis.
La certeza de nuestra contingencia hace que nos concentremos en lo que verdaderamente interesa, en los valores supremos que debemos reconocer y cultivar. Y, a no dudarlo, fuera de los valores espirituales que nos convocan, y en consonancia con ellos, la pandemia ha estimulado el reencuentro con nuestros núcleos familiares. Lo más importante en nuestras vidas es la familia que nos rodea. Ignorarla es fuente de males sin cuento, no sólo en lo personal, sino en lo comunitario. Son nuestros seres queridos los que nos darán ánimo a la hora del último adiós.
Volvamos a las dificultades inenarrables que padece en la hora presente nuestra patria colombiana. Como lo señalé hace algún tiempo en este blog, hay quienes en estos momentos de tremendas dificultades se esmeran en tratar de cortar orejas, cuando las circunstancias exigen que procuremos ponernos de acuerdo en procura de recuperar el tiempo perdido, esa década que la pandemia ha echado a perder.
La solución no está en atizar el odio de clases ni estimular las confrontaciones de todo orden, sino en concentrar nuestros esfuerzos en la reactivación de los sectores productivos que traerá consigo la del empleo y el consiguiente mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más desprotegidos.
Como dice Alfonso Monsalve Solórzano en un escrito de hoy, el imperativo de la hora presente es la solidaridad, sin la cual no puede haber libertad ni igualdad (vid. http://www.periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/28463-%C2%A1ojo-con-el-2021?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Portada-PeridicoDebate-PeridicoDebate+%28Peri%C3%B3dico+Debate%29).
Los grandes estudiosos de la política reconocen que ésta ofrece una cara de confrontación, muchas veces violenta, pero también ella, como dice el ilustre jurista argentino Mario Justo López, exhibe una "faz arquitectónica", constructiva, de edificación del orden social, de búsqueda de la armonía, la paz y el entendimiento colectivos.
A ello nos convoca la hora presente.