Es probable que el NAF resulte siendo una de las peores frustraciones que haya podido sufrir este desventurado país en su decurso histórico, pues no ha traído consigo la anhelada paz con verdad, justicia, reparación para las víctimas y no repetición. Sus resultados positivos son magros y no los que las partes esperaban, como tampoco todo lo desastrosos que sus críticos anunciábamos.
A este respecto, no puede dejar de reconocerse que la desmovilización de un buen número de frentes guerrilleros y la incorporación de varios de sus jefes al Congreso sea algo admisible en medio de las circunstancias. Y si bien el acuerdo se diseñó para darles a las Farc privilegios exorbitantes concebidos para ubicarlas en una posición hegemónica dentro del escenario nacional, en esto se quedaron tal vez con los crespos hechos, habida consideración de que el pueblo colombiano definitivamente no las quiere.
La JEP y la Comisión de la Verdad, que constituyen dos figuras sustanciales para el desarrollo de lo acordado, no han ganado la confianza de la opinión, pues cada vez se advierte con mayor claridad el desbalance que las afecta. Poco se cree que garanticen justicia y verdad, porque están más del lado de las Farc que de los intereses objetivos de nuestra sociedad. Como se dice coloquialmente por ahí, se observa a no dudarlo que lloran por un solo ojo.
Es cierto, como lo sostiene el exmagistrado José Gregorio Hernández, que el NAF no está integralmente incorporado a la Constitución y podría, en consecuencia, reformárselo. Alguna manifestación del padre De Roux da pie para admitirlo. Pero la constelación de fuerzas políticas que actúa en la hora presente no se identifica con ese propósito. Sólo el Centro Democrático persevera en sus críticas y en la idea de introducirle modificaciones sustanciales. Pero su menguada influencia en el electorado dificulta esa iniciativa.
Insistir paladinamente en ella suscita un escollo casi insalvable para lo que es más urgente hoy por hoy, cuando debe promoverse una gran coalición para contrarrestar el peligro que para nuestra democracia liberal acarrea el delirante extremismo de Gustavo Petro y sus secuaces de la fementida Colombia Humana.
Es dudoso que el CD pueda presentar un candidato con vocación triunfadora en la primera vuelta de las elecciones presidenciales venideras. También lo es que pase a segunda vuelta y logre reunir en torno suyo a los eventuales contrincantes de Petro.
Si mal no recuerdo, en una convención liberal que tuvo lugar en el teatro Olympia de Medellín en 1955, Alfonso López Pumarejo, consciente de la necesidad de combatir la dictadura de Rojas y restablecer el orden constitucional, dijo que el liberalismo debía de prepararse para votar por un candidato conservador que ofreciese garantía para sus derechos.
Lo mismo pienso en estos momentos acerca de lo que le conviene al CD como fuerza estabilizadora de nuestra institucionalidad. Puede haber personajes no contaminados por la polarización ni el odio contra el expresidente Uribe y lo que éste representa, capaces de reunir en torno suyo a los sectores moderados de la opinión colombiana e incluso de ofrecerle garantías a lo que de modo bastante impreciso podría denominarse como la izquierda democrática respetuosa del orden constitucional.
Es cuestión de que alguien con influencia y buen sentido se acerque a los distintos escenarios que influyen en la opinión pública para ambientar propuestas de acuerdo satisfactorias para ellos.
Perseverar en el desconocimiento del NAF equivale en estos momentos a dar coces contra el aguijón. Creo que es preferible dejar que evolucione, como sucede con ciertas enfermedades. Llegará quizás el momento en que lo rescatable de esos acuerdos pueda mantenerse y lo reformable logre enderezarse. Pero, como en muchas otras situaciones, hay que darle tiempo al tiempo.
Hay otros focos de violencia que es urgente enfrentar, casi todos ligados al narcotráfico. No en vano nos quedó como herencia del desgobierno de Santos la calamidad de habernos convertido por mucho en el principal productor de cocaína del mundo.
Insisto en la actualidad de la vieja proclama del general Benjamín Herrera: "La Patria por encima de los partidos".
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