Así reza una perentoria consigna del programa de A.A. que conviene traer a colación para orientar los pasos que hemos de seguir con miras a los procesos electorales venideros.
Las preocupaciones que embargan a los colombianos en la actualidad son muy variadas y apremiantes, pero hay que fijar prioridades y quizás la más significativa de todas ellas toca con la elección del modelo político que debemos acoger para encauzar nuestra vida comunitaria.
Hay básicamente dos grandes opciones electorales: mantener, así sea con ajustes, nuestro régimen de democracia liberal, todo lo imperfecto que lo consideremos, o votar por lo que ahora se denomina como una democracia iliberal, eufemismo que en el fondo disfraza lo que Revel llamaba la tentación totalitaria y constituye el trasfondo de la propuesta que lidera Gustavo Petro.
Netflix está presentando una serie que, para decirlo en términos de la jerga periodística, resulta de palpitante actualidad para nosotros: "Cómo se convirtieron en tiranos". Ahí se examina la trayectoria de varios dictadores del siglo pasado y no dejan de preocupar sus similitudes con Petro.
Petro espanta no sólo por sus planteamientos, sino por su personalidad. Su pasado en el M-19 es oscuro a más no poder. Circulan en las redes sociales versiones aterradoras sobre su crueldad y su menosprecio respecto de las víctimas de secuestros y extorsiones. Su gestión como alcalde de Bogotá abre no pocos espacios para la crítica: decisiones arbitrarias, eventos corruptos, favorecimiento a personajes sospechosos. De todo ello ha quedado constancia, según puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=szbjBDWeALQ.
A pesar de sus reiteradas manifestaciones en torno de la paz, el diálogo social y el humanismo, Petro es a no dudarlo un extremista que no sólo adhiere a los dogmas clásicos del marxismo-leninismo, sino a las tendencias del marxismo cultural, especialmente en lo tocante con la ideología de género y la promoción de la homosexualidad.
Esto que dijo al acompañar un desfile del Orgullo Gay cuando era alcalde de Bogotá es bien elocuente: https://www.facebook.com/
El elector común y corriente no suele estar al tanto de la evolución de las doctrinas, los programas y, en general, los desarrollos de la política en otras latitudes. Pero ellos terminan proyectándose tarde o temprano en nuestra sociedad a través de distintos medios.
En países que se dicen avanzados la revolución sexual ha tenido comienzos a primera vista razonables acerca de la superación de tendencias discriminatorias respecto de la mujer y lo que ahora se presenta como el colectivo LGTBI+. Pero lo que está haciendo, por ejemplo, el gobierno comunista en España para borrar la identidad sexual de los niños a partir de la educación preescolar es estremecedor, aunque no extraño a lo que probablemente promovería Petro si llegara a ser presidente de Colombia.
En el pasado debate presidencial Petro exhibía crucifijos en una de sus muñecas, para producir la impresión de que respetaba símbolos religiosos caros a nuestra sensibilidad popular. Pero, según quedó registrado en la prensa, llegó a anunciar que no toleraría los crucifijos en los espacios públicos. Él se ha declarado librepensador, cualquier cosa que ello signifique, al igual que otros presidentes de los siglos XIX y XX. Pero los de este último siglo se mostraron tolerantes respecto del sentimiento católico de la mayoría de los colombianos. Con Petro las cosas serían tal vez muy diferentes, de modo que la suerte de la Iglesia Católica y las restantes iglesias cristianas resultaría probablemente muy comprometida bajo un gobierno presidido por él.
En otra ocasión he advertido que Petro promueve lo que llamo una democracia tumultuaria, de la que ha dado muestras la movilización que hemos padecido en los últimos meses, así como la que organizó contra el procurador Ordóñez cuando lo destituyó como alcalde de Bogotá. Ya en la Revolución Francesa se sufrieron los excesos de esa concepción de la democracia. Acá volveríamos a padecerlos si Petro llegara a ser presidente.
Maquiavelo decía que el disimulo y el engaño son dos procedimientos muy efectivos para triunfar o al menos mantenerse en la política. Petro acude a ellos de modo reiterativo. Niega ser comunista y su cercanía con el castrochavismo, pero su amistad con el turbio senador Cepeda y sus viajes a Cuba son bien dicientes acerca de su identidad política. Su discurso mendaz no alcanza a ocultar sus proyectos de fondo acerca de la transformación revolucionaria de la sociedad colombiana, comenzando por su estructura económica. Y ya se sabe que es lo que resultaría de ahí.
En su biografía de Hitler, Hans Bernd Gisevius destaca el perfil demoníaco del dictador nazi. A mí no me cabe duda de que en la personalidad de Petro anida un demonio. La expresión de su rostro infunde miedo, sus palabras estremecen de pavor.
La advertencia acerca del 2022 no es antojadiza. Todo lo contrario, es seria a más no poder.
excelente
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