Se cuenta que Eróstrato, un humilde pastor griego, quiso ganar fama cometiendo un destrozo enorme. Para lograrla, incendió el templo de Artemisa, en Éfeso. Obtuvo con ello la ejecución, pero también un renombre infame que llega hasta nuestros días. Hoy, los psicólogos hablan del síndrome o el complejo de Eróstrato para referirse al fenómeno por el cual ciertos individuos están dispuestos a incurrir en cualquier atrocidad que los dé a conocer con asombro entre sus semejantes.
Viendo lo que ocurre por estas calendas en nuestro país, no deja uno de pensar en si el que nos desgobierna, además de los notorios desequilibrios psíquicos que exhibe, padece también este trastorno.
Amenaza con destruir la institucionalidad si no se accede a sus muy discutibles iniciativas. Quizás no llegue, como Hitler, al extremo de incendiar el Reichstag, pero tiene al Congreso en ascuas porque no se le ha puesto de rodillas. Igual que a la Corte Suprema de Justicia, se halla presto a convocar a sus hordas para intimidarlo.
Está arruinando a Colombia. El fisco naufraga al borde de la bancarrota y todos los índices de la economía muestran severos deterioros. Lo único que crece es la actividad ilegal, que ha hecho del nuestro un vergonzoso narcoestado.
Con su cínico "chu, chu, chu" está liquidando el sistema de salud que venía protegiendo a nuestras comunidades. Hay millones de afiliados a las EPS que en estos momentos tiemblan pensando en la suerte que les espera porque un gobernante enemigo a ultranza del sector privado ha decidido ahorcarlas financieramente.
El tejido social está hecho flecos. Y para más ultraje, sus seguidores promueven en el Congreso una aterradora iniciativa tendiente a destruir del todo el orden familiar. Se trata del proyecto de ley 272 de 2022 que pretende prohibirles a los padres orientar la sexualidad de sus hijos, lo que Viviane Morales ha calificado como algo que consagra el delito de ser padres (vid. Alerta: el delito de ser padres - Columna de Viviane Morales (eltiempo.com). ¿Qué se hizo la Iglesia militante que en otras épocas habría protestado desde los púlpitos contra una iniciativa tan disolvente?
Alguno de sus secuaces aconsejó durante la campaña presidencial que se corrieran las líneas éticas. Esa asquerosa sugerencia se ha cumplido escrupulosamente hasta el punto de borrarlas sin un ápice de recato.
Este gobierno es una sentina que hiede por do se la huela. No se recuerda otro en el que semana tras semana hayan estallado más escándalos de corrupción. Vaya uno a saber si la tapa es el que acaba de denunciarse sobre el cónclave gubernamental que según Olmedo y Pinilla ordenó la compra de congresistas. Quizás haya otros peores.
Es verdad que se han presentado reacciones ciudadanas contra los desafueros del que en mala hora ocupa la jefatura del Estado. Pero se requiere mayor contundencia, pues su ímpetu destructivo amenaza con la demolición de todo nuestro ordenamiento social. No podemos olvidar que es un comunista recalcitrante que rechaza todo lo que trabajosamente se ha logrado a lo largo de años, en aras de unos delirios ideológicos que han mostrado su fracaso en otras latitudes bastante cercanas por cierto. Es una burla imperdonable que se nos ofrezca como paradigma de sociedad justa lo que padecen hoy cubanos y venezolanos.
Bien se dice que en estos momentos Colombia sufre la peor hora de toda su historia.
¿Qué estropicio falta para que se alce de modo rotundo contra la ignominia reinante?
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