Según el DRAE, el verbo defenestrar ofrece dos acepciones: 1-Arrojar a alguien por una ventana; 2- Destituir o expulsar a alguien de un puesto, cargo, situación, etcétera.
La primera acepción remite a un hecho histórico, la célebre defenestración de Praga, que dio origen a la guerra de los 30 años en Europa en el siglo XVII. Wikipedia dice que probablemente hubo 4 defenestraciones, pero la más famosa fue en todo caso la de 1618 (vid. Defenestraciones de Praga - Wikipedia, la enciclopedia libre).
Es poco probable que cuando el coronel Marulanda manifestó en estos días que había que defenestrar al que hoy nos desgobierna su intención fuera la de que se lo arrojara por la ventana de la Casa de Nariño, desde la que suele vociferar ante sus escuálidas huestes. Es más creíble que tuviera en mente la segunda acepción, que a decir verdad está en la idea de millones de colombianos aburridos y hasta asustados con el desgobierno reinante.
Defenestrar al actual ocupante del solio de Bolívar podría darse de manera perfectamente legal si el congreso, después de procesarlo, lo encontrare responsable de algún delito o incurso en causal de indignidad para el ejercicio del cargo. La otra hipótesis podría consistir en que por obra de la fuerza, ya la de las armas o la de la voluntad popular reinante en las calles, se viere compelido a abandonar el cargo.
¿Constituye delito expresar el deseo de que suceda lo uno o lo otro? ¿Se trata más bien de una manifestación algo destemplada de la libertad de expresión que protege como uno de los más sagrados derechos nuestra Carta Fundamental?
El debate está abierto y menudearán de seguro las más disímiles opiniones para ventilarlo ante la opinión pública y quizás los estrados judiciales.
No sobra traer a colación para ilustrarlo algunos antecedentes.
En 2018 el candidato perdedor en las elecciones presidenciales se negó a reconocer el legítimo triunfo de su contendor y anunció que le haría oposición en las calles. Adujo unas compras de votos que nunca acreditó, dado como era costumbre suya al tremendismo de sus acusaciones, colindantes con la calumnia. Su carácter ponzoñoso quedó ahí en evidencia y, fiel a sus amenazas, tiempo después, aprovechando la crisis de la pandemia y un craso error político del entonces ministro Carrasquilla, alentó un verdadero "putsch" contra el gobierno de Iván Duque, al que a todas luces pretendía derrocar o, mejor dicho, defenestrar. Al lado de manifestaciones ciertamente pacíficas, pero indignadas, de muchos ciudadanos, él y sus secuaces pusieron en acción una llamada Primera Línea que cometió toda clase de desafueros y perpetró daños invaluables a la infraestructura física y a la economía nacional, así como a las vidas de miembros de la fuerza pública e incluso de personas del todo inocentes. Como lo observé en un escrito publicado por aquellas calendas, lo que estaba en marcha era una revolución.
El gobierno anterior fue a mi juicio pusilánime para afrontar tamaña amenaza. La justicia, por su parte, sólo llegó hasta algunos de los sediciosos, pero sin involucrar, como hubiera sido lo procedente, a los autores intelectuales de la multitud de delitos que entonces se cometieron.
Diestro en esquivar la acción de la justicia, el principal de ellos ocupa hoy la presidencia de la República. Y, haciendo gala de su habitual doble estándar, ahora se duele de que muchos quieran hacerle lo mismo que pretendió respecto de su antecesor.
Su quejumbre recuerda la de Macbeth (vid. Macbeth|William Shakespeare.| Descargar Libro|PDF EPUB|Freeditorial):
"...Que se hunda todo el universo, que perezcan ambos mundos antes que tomar alimento en el temor y dormir en la tortura de los sueños espantosos que me agitan cada noche. Más vale estar con los muertos, a quienes, por ganar mi paz, mandé a la paz, que yacer en este potro del espíritu en insomne frenesí...— ¡Ah, esposa! Tengo el alma llena de escorpiones..."
¿No lo asolarán en sus noches de frío en la Casa de Nariño las víctimas de su tenebroso accionar en el M-19?
¡Soplan vientos de tragedia en esta Colombia que nos duele!
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