Echo mano del título de una de las más famosas novelas de Graham Greene para referirme a una inquietante revelación que hace el coronel Hernán Mejía Gutiérrez en su libro "Me niego a Arrodillarme".
Afirma el Coronel que por boca de una guerrillera de alto rango en las Farc se enteró de que por encima de los movimientos guerrilleros ha obrado una superestructura oculta encargada de tejer sus hilos y orientar su penetración en las diferentes esferas de la sociedad colombiana. Según ella, de ese conglomerado han hecho parte influyentes personajes de la política, la justicia, la intelligentsia, el periodismo, el empresariado, la jerarquía eclesiástica, la universidad, el sindicalismo, las organizaciones que se dicen cívicas e incluso las fuerzas armadas. Es algo así como una sociedad secreta.
Aunque las teorías de la conspiración no parecen ser de buen recibo en los medios intelectuales, no hay que descartarlas de tajo. Si bien hay mucho de fantasmagoría en lo que de ellas se sostiene, ciertos hechos avalan la creencia en su influjo en la vida de las naciones.
Uno de esos hechos es la condescendencia que en ciertos círculos de nuestra clase dirigente se pone de manifiesto respecto de quienes han optado por la lucha armada dizque para superar la injusticia estructural que campea en la sociedad colombiana.
Cuando se iniciaron los diálogos de Santos con las Farc se tuvo conocimiento de una circular de su Secretariado en la que se informaba a sus frentes que, habida consideración de que aquél afirmó que estaba de acuerdo con los planteamientos de la subversión, aunque no con sus métodos, se aceptaba su invitación. En efecto, Santos dijo que podía conversar sobre todo lo que planteaban las Farc en sus documentos y nada estaba vedado en materia de diálogos. No hay que olvidar que a Santos se le aguó el festín que tenía preparado hace cuatro años para celebrar el triunfo de Petro que él anhelaba. Según cuentan por ahí, la mesa para 500 comensales se quedó servida. Lo divulgó un invitado que quedó con los crespos hechos.
En la campaña actual, como lo pone de presente Ignacio Arizmendi Posada en "La Linterna Azul", los periodistas no incomodan a Petro con preguntas del todo pertinentes que podrían ponerlo en aprietos. ¿Quién podría ponerle el cascabel a ese gato inquiriendo sobre lo que un escolta puso en la palma de su mano derecha para que lo aspirara por la nariz cuando pronunciaba un encendido discurso contra los generales? ¿No les interesan los estremecedores detalles de su pasado guerrillero ni sus estrechos vínculos con los tiranos de Cuba y Venezuela? ¿No piensan que Petro podría ser un atroz redentor como alguno que describe Borges en su "Historia Universal de la Infamia"?
Hay serias preocupaciones sobre la infiltración de esa sociedad secreta en las altas esferas de nuestro aparato judicial. El sesgo antiuribista es patente. Como lo ha dicho el hoy embajador Ordóñez, tal parece que quienes lo controlan sólo vierten lágrimas por un ojo. Se ensañan contra todo lo que huela a Uribe, pero no ven ni les inquieta lo que sucede por los vericuetos de la izquierda.
Para la muestra, un botón. El senador Cepeda, que es comunista hasta el tuétano (los "tétanos", diría Santos), se pasea por los entresijos del Palacio de Justicia como Pedro por su casa. Aunque se incomoda y exige rectificación cuando se lo vincula con las Farc, es un hecho notorio que funge como compañero de ruta, en términos sartreanos, de la subversión. ¡Lo vimos abrazado con Santrich y Márquez poco antes de que volvieran a sus andadas! Cepeda debería estar pidiendo pista en la JEP. Pero seguramente está bañado en agua lustral, pues nadie lo toca mientras hace y deshace en los estrados judiciales.
A la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia no se le ocurrió investigar más a fondo a Petro por el repugnante episodio de las bolsas, ni a Bolívar por su apertrechamiento a la criminal Primera Línea que tanto daño ha ocasionado. Dicho sea a propósito, es una organización similar a las que contribuyeron a dar al traste con la institucionalidad de la República de Weimar, pero la justicia no toca a sus orientadores.
El caso del Registrador es paradigmático. Elegido por los presidentes de la Corte Constitucional, la Corte Suprema y el Consejo de Estado, dizque para garantizar su imparcialidad política, no se fijaron en los antecedentes que ahora han salido a la luz pública, que lo acreditan como agente del Socialismo del Siglo XXI. Hoy están en tela de juicio los resultados de las elecciones del 13 de marzo y median fuertes dudas sobre un posible fraude en favor de Petro en las presidenciales venideras.
Recuerdo que en mis cursos de Teoría Constitucional les enseñaba a mis discípulos que, en rigor, su primer capítulo debería versar sobre el régimen electoral, pues de ahí se desprende todo lo demás. Si la adjudicación del poder se realiza de modo fraudulento, el Estado de Derecho termina siendo una ficción. Y reposa hoy entre nosotros sobre un Registrador y un Consejo Nacional Electoral que carecen de respetabilidad. Perdida ésta, el poder se desmorona.
No sobra recordar que cuando los que mandan pierden la respetabilidad, los llamados a obedecer se insubordinan. El poder que carece de autoridad moral está condenado tarde o temprano a la ruina.
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