El Evangelio nos ofrece pasajes desconcertantes, difíciles de entender. Uno de ellos es lo que relata Mt.8:29-32 sobre el poseso que habitaba en un cementerio y del que Nuestro Señor expulsó una legión de demonios que le pidieron que los dejara ir a un hato de cerdos que luego se arrojaron al mar por un despeñadero.
Este episodio viene a la memoria cuando se observa la adhesión de ciertos personajes significativos de la vida nacional a la candidatura presidencial de Gustavo Petro. Alguno de ellos la ha justificado diciendo con un candor digno de mejor causa que lo hace movido por sus ideas liberales, cuando Petro significa precisamente todo lo contrario a ellas.
Son ilusos que creen que si alcanza la presidencia se va a comportar dignamente, respetando la institucionalidad del Estado de Derecho y aplicándose exclusivamente a introducir cambios encaminados a mejorar las condiciones de vida de las capas más necesitadas de la población.
Parece que no le hayan hecho seguimiento a la trayectoria del candidato y a lo que muchas veces ha manifestado en sus intervenciones públicas.
No se han preguntado, por ejemplo, por lo que significa lo que exclamó hace poco en Santa Marta acerca de que lo suyo entraña un pacto con Satanás o el signo demoníaco que hizo con la mano en otra oportunidad. Tampoco se detienen en lo que reiteradamente ha dicho sobre su intención de promover una asamblea constituyente que siente las bases de cambios que considera que no podrían instaurarse dentro de los estrechos límites de un período de cuatro años, pues necesitarían quizás unos 12 años por lo menos.
¿Cuál es el modelo de sociedad que aspira a configurar entre nosotros?
Dadas sus relaciones con el Socialismo del Siglo XXI, no cabe duda de que lo que tiene en mente es el modelo cubano, cuyo fracaso es ostensible.
Petro, como aconductado agente demoníaco, es digno discípulo del Príncipe de la Mentira. Miente sin recato alguno, tergiversa todo lo que puede, elabora a troche y moche narrativas falaces, se acomoda con vertiginosa facilidad a los cambios que se producen en las circunstancias, pensando siempre en pulsar las fibras de la insatisfacción que reina en el ánimo de muchos de nuestros compatriotas. No tiene empacho para ofrecer el oro y el moro a los menesterosos que claman porque se alivien sus apremiantes necesidades.
Los economistas serios han mostrado no sólo lo irrealizable, sino lo desastroso de sus propuestas. Pero algunos de ellos, poco gustosos de un posible triunfo de Rodolfo Hernández, han resuelto descender del sitial de sus cátedras de sabiondos para sumarse a los corifeos de las peligrosas ofertas petristas.
¿Cómo los ha seducido? ¿Qué promesas burocráticas les ha hecho?
Como la piara del relato evangélico, unos demonios han penetrado en ellos para llevarlos al precipicio. Desafortunadamente, todos nosotros nos veríamos arrastrados a lo mismo si Petro ganara la próxima elección presidencial. No seríamos espectadores, sino víctimas de tamañas calamidades.
Llama la atención que un extravagante faro moral que alumbra con luz trasera intente guiarnos por ese camino que sólo nos ofrece desgracias.
Así de mal estamos.
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