Paradójicamente, el de Santos, que se promovíó a través de la Fundación Buen Gobierno, ha sido, por cualquier lado que se lo mire, un mal gobierno que hoy llega a su fin. Mucha gente debe de estar pensando que "con tal que se vaya, aunque le vaya bien". Hasta ha habido quien lo festeje con ruido de pólvora y gritos entusiastas. No falta quien exclame, citando el Himno Nacional, que "Cesó la horrible noche". Y, como dice por ahí un tangazo, "... Si tras la noche más oscura siempre asoma el sol".
La llegada de Duque a la presidencia representa el orto de un nuevo día para Colombia. Como no pocos lo anuncian, con él renace la esperanza de ser gobernados con rectitud, con eficacia, con decoro. El suyo es, como dijera López Michelsen en su momento, un "mandato claro".
Es un mandato para gobernar con todos y para todos, en procura de la transformación razonable de la sociedad colombiana.
Las líneas básicas de ese proyecto constan en lo que hace poco escribió de su puño y letra para "El Tiempo" proponiendo un pacto para superar las diferencias que hoy nos enfrentan hasta el extremo de la polarización: http://www.eltiempo.com/politica/gobierno/duque-propone-pacto-para-superar-las-diferencias-en-texto-escrito-para-el-tiempo-252052.
Escribe ahí:
"Creo firmemente en que tenemos que pensar en el futuro; construir sobre las cosas que nos unen y no quedarnos en el torbellino de lo que nos divide. Ese es el reto más grande: lograr que nuestro país se levante con ímpetu y asegure de manera categórica un crecimiento económico que traiga consigo equidad y justicia social, la derrota de la pobreza y la expansión de la clase media y el acceso a los bienes públicos necesarios para elevar nuestra calidad de vida.
"El punto de partida de este nuevo camino está en enfrentar los problemas con soluciones integrales, sin dejarnos llevar por sesgos políticos e ideológicos. Por eso ha llegado el momento de consolidar un plan de desarrollo que sea un pacto por Colombia, por el futuro, por la legalidad, el emprendimiento, la equidad, la sostenibilidad ambiental y la ciencia, la tecnología y la información."
Habida consideración de lo que deja Santos, lo que anuncia Duque parece ser una empresa hercúlea, pero es indispensable intentarla.
Buen conocedor de nuestra historia, como lo fue su ilustre progenitor, señala como rasgo definitorio de nuestro carácter la resiliencia, esa capacidad de afrontar y superar dificultades aparentemente insalvables, que no es otra cosa que vitalidad.
En efecto, como bien lo destaca en un importante párrafo de su escrito, la empresa que hoy se inicia entraña ante todo una apuesta por la defensa de la vida y lo positivo que ella representa, dentro del marco de la legalidad:
"La cultura de la legalidad se manifiesta en la defensa de la vida, la integridad, la familia, los valores éticos, las sanciones ejemplarizantes al criminal. La legalidad está en una sociedad que se protege sin impunidad, con una justicia creíble, cercana, efectiva y eficiente como vehículo para consolidar la confianza institucional."
Tengo memoria del discurso de posesión de Alberto Lleras el 7 de agosto de 1958, cuando dijo que cumplir fielmente la Constitución y las Leyes de la República era en ese momento, en que se daba término a casi una década de vacío institucional, el programa más indicado para satisfacer las demandas colectivas. Mutatis mutandis, lo mismo podría afirmarse hoy frente al desbarajuste de la institucionalidad que nos legan los abusos de Santos.
La Ley no está hecha para violarla, como parece haberlo creído el funesto personaje que hoy abandona la Casa de Nariño, sino para cumplirla interpretándola razonablemente y no de forma amañada.
Duque es ante todo un jurista formado en la recia disciplina del estudio del Derecho y sabe lo que significa para el buen ordenamiento comunitario el respeto por las normatividades.
Hace años leí en un artículo del finado Alberto Aguirre una cita que hacía, quizás mal de su grado, de un texto de Lévy-Strauss: "La civilización es un reglamento". O sea, que sin un ordenamiento moral y legal dotado de eficacia, no hay civilización posible.
El gran reto que enfrenta a partir de hoy el nuevo presidente de los colombianos consiste en vigorizar la civilización entre nosotros, robusteciendo lo que Marco Palacios ha observado que es una muy delgada capa que no alcanza a controlar nuestras tendencias deletéreas.
Si cumple, como reza la fórmula ritual, "Que Dios y la Patria se lo premien".
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