sábado, 24 de julio de 2021

Con licencia para matar

El artículo 214 de la Constitución Política le confiere a la Corte Constitucional la guarda de su integridad y supremacía "en los estrictos y precisos términos" que el mismo artículo detalla.

Sus magistrados, al tomar posesión de sus cargos, juran solemnemente cumplir con lealtad la Constitución y las Leyes de la República, o sea, ante todo este artículo 214, que detalla su competencia. Pero, al tenor de muchos de sus fallos, al parecer lo olvidan o lo desconocen a sabiendas. No sólo incumplen el juramento que han prestado, sino que se zambullen en el Código Penal, que consagra como delitos el prevaricato, el abuso de autoridad, la usurpación de funciones públicas y otras conductas similares.

En parte alguna del artículo en mención queda margen alguno para pensar que la Corte Constitucional puede emitir órdenes específicas para el Congreso, el Presidente u otras autoridades, y muchísimo menos para sustituírlos en sus funciones. La Corte se pronuncia mediante fallos de exequibilidad o inexequibilidad de las disposiciones que son demandables ante ella y de las que están sujetas al control automático de constitucionalidad, así como a través de la revisión de fallos de tutela emitidos por autoridades judiciales. No le está permitido suplir al Congreso ni al Gobierno en lo de sus competencias normativas, ni darles órdenes para que se ocupen de materias sobre las que considere que haya vacíos normativos.

Por supuesto, ni el Congreso ni el Gobierno están obligados a atender esas órdenes espurias y si las invocan dizque para cumplirlas incurren en irregularidades censurables.

Es lo que ha sucedido con el tema de la eutanasia, que un magistrado réprobo introdujo como novedad supuestamente progresista en la jurisprudencia constitucional, y ha derivado en la Resolución 971 del año en curso, expedida por el ministerio de Salud y Protección Social , dizque para hacer efectivo el derecho a morir con dignidad a través de la eutanasia, según lo dispuesto en las sentencias C-239 de 1997, T-970 de 2014 y T-423 de 2017, así como en desarrollo del artículo 19 de la Ley 1751 de 2015 (vid. https://consultorsalud.com/wp-content/uploads/2021/07/Resolucion-No.-971-de-2021.pdf).

Según la resolución en comento, la licencia para matar se confiere a comités científicos- interdisciplinarios para el derecho a morir con dignidad a través de la eutanasia, integrados por médicos, abogados y psiquiatras o psicólogos clínicos en las IPS.

Los procedimientos letales que autoricen los comités quedan excluídos del Código Penal. No se consideran ni siquiera homicidios piadosos.

Es difícil conciliar estas iniciativas con la invocación de Dios que obra en el preámbulo y la tajante disposición del artículo 11 de la Constitución Política, que declara que "el derecho a la vida es inviolable". Mal puede justificárselas, además, aduciendo la dignidad intrínseca de la persona humana que consagra ab initio en su preámbulo la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948.

Si bien nuestra Constitución no consagra una religión oficial, no por ello puede considerársela atea e irreligiosa. Si se la expidió invocando la protección de Dios, fue por y para algo, específicamente con miras a precaver la intrusión de tendencias en boga en el pensamiento político-jurídico de los tiempos que corren que parten de la premisa de la muerte de Dios. Y si Dios está presente en el preámbulo de la Constitución, es para identificar un fundamento supremo de nuestro ordenamiento estatal, un referente metafísico y ético que ponga coto a las extralimitaciones de los gobernantes, que si prescinden de la idea de que deben responder ante nuestro Supremo Hacedor por sus acciones, fácilmente se sentirán inclinados a pensar que para ellos, dado el poder de que gozan, todo es posible. 

Sobre la eutanasia caben muchas discusiones que se han suscitado, entre otras cosas, por el modo como se la está aplicando en Bélgica y Holanda, países que la han liderado. Hasta ahora el Derecho Penal la ha encuadrado dentro de la figura del homicidio piadoso, tratándola con cierta laxitud. Pero dar el paso de consagrarla como derecho fundamental emanado de la dignidad intrínseca de la persona humana es un abuso conceptual inadmisible, una perversión de ese principio cardinal de la ética y la juridicidad.

Al igual que muchas nociones que han hecho carrera en el lenguaje corriente, la de dignidad humana ha experimentado una perniciosa devaluación que ignora su raigambre cristiana. Aunque la idea aparece en pensadores de la Antigüedad clásica, fue el cristianismo el que la diseñó con plena nitidez. Así, en los Evangelios, en las Epístolas, en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, en la Escolástica y, en general en el magisterio eclesiástico, sin olvidar textos claves del Antiguo Testamento, la idea de nuestra filiación divina y nuestro destino eterno confiere valor supremo a la persona humana. Kant pretendió desacralizarlo afirmando que mientras todas las cosas tienen precio, el ser humano posee dignidad, dado que aquéllas están sometidas a leyes naturales, mientras que nosotros somos racionales y libres, por lo que podemos identificar y elegir nuestros propios fines. Pero la racionalidad y la libertad son atributos que nos vienen de Dios. Hoy, precisamente, encontré una profunda afirmación del célebre padre Pouget, según la cual la libertad es el poder de llegar a ser todo aquello que debemos ser (vid. http://mounier.es/revista/pdfs/056047052.pdf). El ejercicio digno de nuestra libertad nos conduce hacia Dios; mal puede alejarnos de Él y ponernos en su contra.

Muchos ignoran, y conviene recordárselo, que el reconocimiento de la dignidad intrínseca de los seres humanos que postula la Declaración de la ONU es obra de la influencia del pensamiento católico y en buena medida de Jacques Maritain, según lo evidencia el luminoso ensayo de Mary Ann Glendon que lleva por título "The Influence of Catholic Social Doctrine on Human Rights" (vid. http://www.pass.va/content/dam/scienzesociali/pdf/acta15/acta15-glendon.pdf.)

Los argumentos que se aducen en pro de la eutanasia parten de la base de que los sufrimientos físicos y morales lesionan la dignidad humana. Para garantizarla, habría que ponerles término acudiendo a la muerte, que evidentemente da fin a la existencia terrena, pero nos pone en contacto con un profundo misterio, el del Más-Allá. Los ateos que controlan las Cortes de Justicia y las altas instancias gubernamentales obran como si para nosotros todo finiquitara con la muerte, que nos arrojaría a la nada de donde creen que venimos. Pero, ¿si no fuera así?

Ellos niegan la trascendencia del espíritu humano, ignoran las leyes que determinan su dinamismo. No saben, por consiguiente, que nuestro crecimiento espiritual se nutre del dolor. "No se llega al Cielo sin haber sufrido", decía ese profundo conocedor de la naturaleza humana que fue San Pío de Pietrelcina. El sufrimiento no es sólo condición de la realidad humana, sino el crisol que aquilata nuestra perfección, nos hace mejores y nos eleva hacia las esferas celestes. De ello dan testimonio muchas vidas ejemplares. Mejor dicho, de ello nos dio los mejores ejemplos nuestro Divino Redentor.

Por supuesto que si alguien no quiere seguirlos y opta por apresurar la muerte, retando a Dios,  no cabe impedírselo. Pero cosa distinta es afirmar que le asiste un derecho fundamental para que la autoridad pública facilite y hasta estimule que lo maten. Esos comités que prevé la resolución en comento, no serán muy distintos del Comité de Salud Pública que bajo las órdenes del funesto Robespierre ponían en funcionamiento la guillotina.

Se sabe de casos estremecedores de moribundos que reúnen a sus familiares más cercanos para que presencien el momento en que el médico que desafía su juramento hipocrático aplica la inyección letal que lanza a su alma muy probablemente a lo que un tangazo digno de la pluma de Dante denomina "la triste región sombría", en la que quienes entran deben abandonar toda esperanza. 

Hay una película canadiense, "Los Nuevos Bárbaros", que ilustra sobre ese macabro festín. Ella lo aprueba, lo celebra, pero el título que se eligió bien le cabe: es la barbarie la que se aproxima con la eclosión de lo que la Iglesia acertadamente ha denunciado como la Cultura de la Muerte.




jueves, 22 de julio de 2021

Jean Guitton y su Testamento Filosófico

Jean Guitton (1901-1999) fue uno de los pensadores franceses más interesantes del siglo XX. Él mismo decía que era el último de los pensadores católicos en su país. Hizo parte, en efecto, de una pléyade intelectual que agrupó a personajes de la talla de León Bloy, Charles Péguy, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Maurice Blondel, Francois Mauriac, Emmanuel Mounier, Paul Claudel, Georges Bernanos, Gabriel Marcel, Claude Tresmontant, Michel Villey, Olivier Messiaen  y otros más que dieron a través de sus creaciones testimonio vivo de su fe católica.

Guitton se formó en la escuela laica que impuso la III República, hizo sus estudios de Filosofía en la Normal Superior, ascendió en su carrera de profesor desde los liceos y las universidades provinciales hasta llegar a la Sorbona, la Academia Francesa y el Instituto. Estuvo preso durante la guerra en una cárcel alemana. El presidente Mitterrand lo distinguió con la Legión de Honor. El papa Pablo VI, de cuya amistad íntima gozó, lo invitó a participar en el Concilio Vaticano II. Disfrutó de la cercanía de Bergson, del que fue no sólo discípulo, sino ejecutor testamentario, encargado de la custodia de sus escritos. Publicó 54 libros, el más importante, a su juicio, "La Existencia Temporal", que leí en mi juventud, y el más exitoso, "Dios y la Ciencia", amén de unos 300 opúsculos. Pasó la vida pensando, escribiendo, enseñando y dando testimonio de su fe. Se distinguió, además, como pintor.

Pues bien, a la edad de 96 años, con ciertos impedimentos físicos, pero dueño de una envidiable lucidez intelectual, dio a la luz "Mon Testament Philosophique" (Presses de la Renaissance, París, 1997), en  el que nos brinda sus ideas fundamentales, no en forma de ensayo, sino diríase que novelada, en un relato no exento de gracia que anticipa sus horas finales, su muerte, sus exequias y su comparecencia  ante el Supremo Juez, y en el que van desfilando como visitantes y testigos el Maligno, Pascal, Bergson, Pablo VI, el Greco, Senghor, De Gaulle, Sócrates, Blondel, Dante, Santa Teresa de Lisieux y Mitterrand.

La descripción de esos encuentros es exquisita. 

La inesperada visita del Maligno lo tienta con la duda, que estimula el uso de razón. Sí, he dudado, le dice Guitton, pero dudo de mi duda. Es un episodio que trae a la memoria el del tercer tentador de "Asesinato en la Catedral", de Eliot, que le ofrece a Beckett la corona del martirio, a lo que el Arzobispo responde de modo desafiante:"¿Quién eres tú, que me tientas con mis propios deseos?"

Con Pascal dialoga acerca de la naturaleza y las modalidades de la religión, así como sobre su creencia en Dios. El punto de partida es la convicción que todos abrigamos sobre el Absoluto, que puede ser concebido como impersonal, según lo postula el panteísmo, o personal, como lo creemos los teístas. El desarrollo de su pensamiento es análogo al que ofrece Claude Tresmontant en "Cómo se plantea hoy el problema de la existencia de Dios", que parte de la distinción entre el Ser Necesario y el Ser Contingente, para llegar a la conclusión de que ninguno de los sustitutos que urdimos para negar a Dios está dotado de la cualidad de que no puede no ser.

Con otros visitantes dialoga sobre por qué es cristiano y, en particular, católico. Es precioso su diálogo imaginario con Bergson, que a la argumentación del moribundo Guitton sobre los milagros, le responde: los dos grandes milagros son las apariciones del amor y el perdón "dans ce monde glacé" (p. 69).

Esos diálogos imaginarios versan sobre diversos tópicos que atrajeron las inquietudes intelectuales de Guitton. Destaco el diálogo final con Mitterrand, que quizás sea, como los diálogos con Pablo VI que leí hace poco, fiel reconstrucción de un intercambio  efectivo de opiniones sobre la libertad, la moralidad, la vocación,  el destino, el infierno. Mitterrand tuvo una formación católica que después abandonó, como tantos otros. Pero al final de su vida, aquejado por un cáncer terminal, se acercó a la imagen de Santa Teresa de Lisieux, la que conocemos como Santa Teresita del Niño Jesús, en la que encontró apoyo para entregar su alma al Creador. Los dos, Santa Teresita y el Presidente, comparecen como testigos en  el juicio que imagina Guitton que definiría la suerte de su alma para toda la eternidad.

La eternidad y la temporalidad, que fueron dos de los grandes temas que abordó a través de su fecunda vida intelectual que se nutrió de las enseñanzas de Platón, Aristóteles, Plotino, Pascal, Bergson, y, sobre todo, San Agustín.



jueves, 8 de julio de 2021

Falsas Promesas

El pensamiento político está plagado de mitologías. Una de las más arraigadas postula la superioridad moral del socialismo. Los hechos históricos la han desmentido hasta la saciedad, pero sigue haciendo estragos en los espíritus idealistas de los jóvenes, en las aspiraciones místicas de no pocos religiosos, en las entrañas de masas irredentas.

Los promotores del mito socialista anuncian que con el régimen que aplauden habrá un nuevo hombre despojado de sus lastres individualistas y entregado a la edificación de una sociedad justa en la que imperen la solidaridad y la igualdad, a partir de las cuáles el ser humano podrá gozar de la verdadera libertad fundada en su completa emancipación de toda suerte de necesidades. Lo dijo Marx: se pasará del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad; cada uno aportará al producto social según sus capacidades y recibirá según sus necesidades.

A partir de la Revolución Soviética se desplegó con fervor religioso una mística: la edificación del socialismo sobre las ruinas del viejo orden, fuese el burgués o cualquiera otro.

Pues bien, George Orwell, que en su juventud abrazó tan fervorosos ideales, que lo llevaron a vincularse a las fuerzas republicanas en la Guerra Civil Española, sufrió tales desengaños, sobre todo al ver el comportamiento de los comunistas y enterarse luego de la realidad de la Unión Soviética bajo el gobierno de Stalin, que se atrevió a escribir uno de los textos fundamentales de denuncia de del mito socialista: "La Granja de los Animales", que puede descargarse pulsando en http://www.librosmaravillosos.com/lagranja/pdf/La%20Granja%20de%20los%20Animales%20-%20George%20Orwell.pdf.

Ahí enuncia el famoso lema que después desarrollaría Milovan Djilas en "La Nueva Clase": "Todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros". Pulse acá para descargar el libro de Djilas: https://pdfslide.net/download/link/djilas-nueva-clase

Orwell profundizó su visión sobre el sistema totalitario que impuso el régimen soviético en su novela de anticipación "1984", que es una de las obras cumbres de la literatura política del siglo pasado: (Vid. https://portalacademico.cch.unam.mx/materiales/al/cont/tall/tlriid/tlriid4/circuloLectores/docs/Orwell1984.pdf).

El socialismo, llevado al extremo, es liberticida y totalitario. Su implantación no trae consigo el reinado de los mejores, los más generosos, los más desprendidos, los más solidarios. Más bien, exalta a los peores.

Hace unos años sufrí una grave dolencia en la columna vertebral y me puse en manos de una terapeuta rusa que en 16  sesiones resolvió mi problema. Me aplicaba técnicas de digitopuntura que aprendió en China. Y en cada sesión de cerca de una hora conversábamos o, mejor dicho, yo le seguía la corriente. Ya había caído el régimen comunista en su país y me contaba que allá sucedió lo que ocurre en una cisterna con aguas estancadas: la basura salió a flote.

En "El fin del <Homo Sovieticus>", Svetlana Aleksiévich ilustra sobre lo que quedó de ideal del nuevo hombre que debía resultar de la edificación del socialismo. Se aplicó a narrar las microhistorias de una gran utopía, dándoles voz, como dice la presentación del libro, a cientos de damnificados: "a los humillados y a los ofendidos, a madres deportadas con sus hijos, a estalinistas irredentos a pesar del Gulag, a entusiastas de la perestroika anonadados ante el triunfo del capitalismo, a ciudadanos que plantan cara a la instauración de nuevas dictaduras..." (Vid. https://www.scribd.com/document/425865205/El-fin-del-Homo-sovieticus-Svetlana-Aleksievich-pdf)

Annah Arendt mostró que uno de los efectos más deplorables del régimen totalitario es la destrucción de la identidad personal. No es la transformación del individuo en una entidad moralmente superior, sino su esclavización, su completa alienación, su desintegración. Así ocurrió bajo el nazismo y también en los regímenes comunistas. 

Las consecuencias las estamos viendo en Cuba, en Venezuela, Corea del Norte y doquiera se instaure ese fantasma que según Marx y Engels recorría Europa a mediados del siglo XIX (vid.http://www.ula.ve/ciencias-juridicas-politicas/images/NuevaWeb/Material_Didactico/MarcosRosales/MarcosRosales/dictaduraliteratura/Arendt-Hannah-Los-Origenes-Del-Totalitarismo.pdf).

La "Colombia Humana" que nos ofrece el depravado Petro se pone de manifiesto con ominosa elocuencia en los vándalos de la "Primera Línea", que siguen los pasos de los monstruos del M-19, las Farc, el Eln y tantos otros asesinos que pueblan la historia de los movimientos comunistas en nuestro país. Eduardo Mackenzie ilustra con lujo de detalles esa trayectoria criminal en "Las Farc: la derrota de un terrorismo" (vid. http://freepdf.info/index.php?q=Eduardo+Mackenzie).

Las alternativas para Colombia en el proceso electoral venidero son simples, pero de profundas consecuencias: o se vota por la continuidad de una democracia liberal, todo lo defectuosa que parezca, o pr la instauración de un régimen totalitario y liberticida que siga los modelos de Cuba y Venezuela.




sábado, 3 de julio de 2021

Una casa en el aire

Hace 30 años, cuando se expidió el Código Funesto que ahora nos rige a modo de Constitución Política, afirmé que parecía una casa en el aire, propia de las repúblicas aéreas que fustigó el Libertador en su discurso ante el Congreso de Angostura.

Creo que el desarrollo de los acontecimientos me ha dado la razón.

Nuestra Carta Política surgió de una seguidilla de golpes contra la Constitución que la precedió. Su origen es oscuro: un acuerdo secreto con el M-19, otro inconfesable con los narcos para prohibir la extradición. Se propuso alcanzar la paz, combatir la corrupción política, poner al orden del día la institucionalidad, profundizar la democracia, debilitar el presidencialismo, dispersar el poder político, consagrar derechos a granel, etc. Como lo manifesté en su oportunidad, todos los sueños de este desventurado país hallaron acomodo en un texto que hubo de promulgarse con fe de erratas y está hoy plagado de remiendos.

De hecho, a partir del robo del plebiscito que perpetró Juan Manuel Santos con la complicidad del Congreso y la Corte Constitucional, el flamante Estado Social de Derecho  consagrado en la Constitución dejó de existir. Lo que en rigor funge como tal es un cascarón elástico que la Corte Constitucional y las autoridades judiciales manejan a su guisa, estirándolo o concentrándolo según sus preferencias políticas ocasionales.

"De qué sirven las vanas leyes, si las costumbres fallan", exclamaba con pesar Horacio al comienzo de nuestra era. No podemos desconocer el idealismo de los autores de la Constitución, ni sus buenas intenciones, pero se dejaron llevar por sus delirios, su novelería, su espíritu de imitación y hasta su inocencia o su ignorancia, desconociendo, como alguien apuntó, que no estaban legislando para  Dinamarca, sino para Cundinamarca.

Cada vez estoy más convencido de algo que reiteradamente les decía a mis discípulos en los cursos de Teoría Constitucional: el sustrato de la Constitución es la cultura jurídica. Y la nuestra deja muchísimo que desear.

Solía observarles que en Inglaterra no existe una Carta de Derechos tan prolija como la nuestra, para luego preguntarles: ¿dónde hay mejores garantías para los derechos, allá o aquí? Acá exaltamos la figura del juez otorgándole los poderes amplísimos que prevé la acción de tutela, olvidando que sobre el juez británico pesa una tradición de mil años y nosotros creemos estar descubriendo los derechos.

La Constitución no trajo consigo la paz, ni le puso coto al narcotráfico, ni mejoró las costumbres políticas, ni frenó la corrupción, ni hizo más transparentes los procesos políticos. Hoy estamos en condiciones peores a las de hace 30 años y no contamos con autoridades capaces de garantizar la conservación del orden público y restaurarlo cuando fuere turbado. Como lo manifestó hace unos días Néstor Humberto Martínez, lo que diseñaron los constituyentes de 1991 fue un ejecutivo eunuco, cuya debilidad es hoy patente.

¿Pensaron ellos en que llegaría el momento en que unos alcaldes se pusieran del lado de la subversión y desafiaran al Presidente para enervarlo en el cumplimiento del principal de sus deberes constitucionales?

Dije en su momento que la Constitución traería consigo una crisis fiscal inmanejable, tal como lo estamos padeciendo ahora con un gasto público desbordado que debe sufragar el costo de una burocracia voraz e ineficiente. No critico la idea de la acción social del Estado, que es indispensable pera mejorar la calidad de vida de las capas más desprotegidas de la población, pero sí señalo que, en general, en cada iniciativa suele medrar una ominosa cuota de corrupción.

¿Qué hacer? No lo tengo claro. Sólo pienso en lo que dijo Rafael Núñez hace siglo y medio: "Regeneración fundamental o catástrofe"


domingo, 20 de junio de 2021

Los Demonios del Rencor

A los senadores Petro, Cepeda, Bolívar y otros de igual calaña los asedian, como dice por ahí un tangazo, los demonios del rencor, no sólo en la soledad y los desvelos de la noche, sino a plena luz del día. Y ese rencor se concentra sobre todo en la persona y las ejecutorias de Álvaro Uribe Vélez.

¿Por qué destilan tanto odio en contra suya?

El motivo parece ser muy simple: Uribe impidió hace ya 19 años que las Farc se tomaran el poder por la fuerza de las armas, arrinconó a sus huestes, demostró que no eran invencibles y que el país podría transitar por senderos de crecimiento económico y desarrollo social a pesar de sus asaltos en contra de la institucionalidad demoliberal que nos ha regido a lo largo de años. Es el dique que nos ha protegido de los embates del castro-chavismo.

Para dar pábulo a su tremenda enemiga han acudido los más proditorios expedientes de la mentira y la calumnia, con la anuencia de una prensa que Uribe durante su gobierno se negó a "enmermelar" y la sospechosa animosidad de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, en la que anidó el hediondo "Cartel de la Toga" y se difunde un pestilente tufillo de venganza cuando de Uribe y sus colaboradores se trata. ¿La cercanía del oscuro senador Cepeda con esa Sala y la impunidad de que se benefician sus tejemanejes les dará la razón a las denuncias del  coronel Mejía Gutiérrez acerca de la infiltración de un suprapartido comunista en las altas esferas del Estado?

No me detendré en el asunto de los falsos positivos, sobre el cuál el expresidente Uribe ha ofrecido explicaciones más que satisfactorias que desvirtúan las ladinas declaraciones de su colega Santos ante la JEP. Aceptemos en gracia de discusión que los hubo, pero no bajo el amparo de la tolerancia del alto gobierno ni por su impulso, como, quizás tampoco, en la cantidad que se ha dicho. Cuando haya sentencia judicial creíble sobre el particular probablemente tendremos claridad al respecto.

Lo cierto es que en virtud de la manipulación mediática la imagen egregia de Uribe se ha visto negativamente afectada ante una nueva generación que no había nacido o carecía del uso de razón cuando él salió al rescate de esta patria que venía siendo agredida por lo que he llamado una perversa secta totalitaria y liberticida. 

Protagonista de primera fila en esa empresa de demolición ha sido Fecode, una organización expresamente adherida a los comunistas y que controla el adoctrinamiento infantil y juvenil en la educación pública. Varias generaciones de nuestros compatriotas han sufrido la nociva influencia ideológica de los comunistas que controlan a Fecode. Lo que hemos presenciado en estos días caóticos acredita con elocuencia la preocupación que sentimos en torno de tendencias disolventes que se han exhibido en las manifestaciones juveniles.  Ejemplo de ello son los vejámenes que pandillas estimuladas por el senador Bolívar les han propinado a los cuerpos policiales.

En el país no sólo viene haciendo carrera la idea de que a la autoridad legítimamente constituída no le compete el monopolio de la fuerza coercitiva, sino que, además, no le es lícito defenderse cuando se la ultraja y ataca. ¡En cambio, a los vándalos sí hay que protegerlos incluso cuando se ensañan contra los bienes públicos y agreden los derechos de la ciudadanía!

No hay que olvidar que los comunistas se nutren de una ideología que predica el odio y,  según sus frutos, es francamente criminal. Más de cien millones de víctimas a lo largo del siglo XX así lo evidencian. 

A los que alguna duda abriguen al respecto, les sugiero que lean "El Libro Negro del Comunismo", que puede descargarse gratuitamente pulsando el siguiente enlace: https://www.researchgate.net/publication/350602737_El_libro_negro_del_comunismo_ed_Stephane_Courtois_1998. 

Y si alguna duda les resta, nútranse de "El Libro Negro de la Nueva Izquierda", de Márquez y Laje, al que tienen acceso aquí: http://desarrolloci.ucr.ac.cr/labosa/sites/default/files/2017-11/Marquez%20Nicolas%20Y%20Laje%20Agustin%20-%20El%20Libro%20Negro%20De%20La%20Nueva%20Izquierda.pdf.

Decía Don Miguel Antonio Caro que de los liberales lo alejaban sus ideas, y de los conservadores, las personas. Petro, Cepeda y Cía. reúnen los dos motivos de reparo. Sus ideas son malas. Sus personas, peores. Son, como lo tiene establecida la psicología política, dirigentes tóxicos que envenenan el escenario colectivo y le hacen enorme daño a la democracia. 



viernes, 4 de junio de 2021

Humillados y Ofendidos

Echo mano del título de una famosa novela de Dostoiewsky para referirme a la situación a la que la secta perversa que pretende instaurar en Colombia un régimen totalitario y liberticida ha llevado a los integrantes de nuestra Fuerza Armada en estos días aciagos.

Circula por las redes sociales un video del zafio senador Bolívar en el que insulta a nuestros policías, diciéndoles cerdos. Hay otro en el que el mismo sujeto distribuye máscaras , cascos y otros utensilios para que los vándalos de la llamada primera fila hagan frente al Esmad cuando éste pretenda controlar sus excesos violentos. He visto otros en los que se los ofende y provoca sin que puedan responder a  quienes los desafían. Vi uno más que recoge las expresiones de dolor de un policía que logró escapar del secuestro a que fueron sometidos varios de sus compañeros, creo que cerca de Palmira. Y el más aterrador, el que da testimonio de un policía que fue sacado por la fuerza del vehículo oficial que conducía por una turba desenfrenada, que le propinó golpes que hicieron correr la sangre por todo su rostro.

Por supuesto que, como decimos coloquialmente en Antioquia, la "tapa del congolo" la constituye el vergonzoso suceso de Orito, cuando la tropa, en lugar de defenderse de un alevoso ataque de malhechores dizque indígenas, prefirió huir en desbandada, pensando probablemente que en caso de proceder a defenderse caería después bajo las garras de una justicia sesgada en favor de los facciosos, como la que representa un juez de Popayán que resolvió por medio de  tutela que las fuerzas del orden no pueden enfrentar los disturbios valiéndose de armas eléctricas.

La situación no podría ser más calamitosa, pues, como lo observó alguien por ahí, si la policía no puede defenderse, ¿quién nos defenderá de los antisociales? Conviene agregar que si el ejército tampoco puede defenderse, ¿quién protegerá el orden constitucional?

Hace algún tiempo escribí sobre el deterioro de la autoridad entre nosotros. Muchos no la respetan y no precisamente porque haya dado motivos de descrédito, sino en razón de ideologías extremistas y deletéreas que han hecho funesta carrera en la opinión pública, en buena medida por el adoctrinamiento al que los fanáticos de Fecode han sometido a lo largo de años a nuestras juventudes, amén de las tendencias ideológicas de buena parte de los protagonistas de los medios de comunicación social.

En la Fuerza Pública hay unos principios de honor que determinan su talante y su acción. Sus ingentes sacrificios se ven recompensados por dichos principios. Es el culto por el honor, junto con el sentido del deber, lo que lleva a sus integrantes a exponer la vida ante las cruciales circunstancias que les toca afrontar. La deshonra es para ellos el peor de los castigos. Y a tal extremo los han sometido quienes desde muy diversos frentes pretenden desmoronar los cimientos de nuestra institucionalidad.

El presidente López Michelsen, que profundizó sus conocimientos constitucionales en los Estados Unidos, solía recalcar que allá se ha considerado que las instituciones reposan sobre un binomio inescindible, configurado por las Cortes de Justicia y las Fuerzas Armadas.

Acá los jueces, en todas sus categorías, suelen ensañarse contra la institución armada, sin parar mientes en que la eficacia de sus proveídos reposa en rigor sobre la protección que ella le brinda al orden constitucional. De esa confrontación sólo males cabe esperar y ya los estamos presenciando. Quizás no esté lejano el día en que la ofensiva judicial contra los soldados y policías de la patria les haga ver a éstos que los peores enemigos del orden constitucional anidan precisamente en los despachos judiciales.

Nuestra institución armada es civilista y, en medio de tan procelosas circunstancias como las que ha tenido que manejar, procura ceñirse al orden legal. A sus integrantes se los adoctrina en el respeto por los derechos humanos y los límites que impone la juridicidad. 

Por supuesto que en presencia de inextricables conflictos no siempre es fácil acoplar una estricta legalidad con el imperativo de proteger a las comunidades contra la violencia desaforada de vándalos y otros subversivos. De ahí que los estándares internacionales sobre el control de disturbios y otras manifestaciones antijurídicas postulen más bien principios tales como los de legalidad, necesidad, proporcionalidad y responsabilidad, que deben ponderarse considerando las situaciones específicas, más bien que regulaciones detalladas que podrían sujetar la acción defensiva de la fuerza pública a inconvenientes camisas de fuerza.  

Recomiendo a quienes de buenas a primeras y guiándose por sus prejuicios suelen menospreciar las acciones de nuestros policías y soldados, que lean este documento de la Cruz Roja sobre la nomatividad internacional para el manejo de situaciones conflictivas. Hablen después de digerirlo.(Vid. https://www.icrc.org/es/doc/assets/files/other/icrc-003-809.pdf).

Concluyo diciendo que una fuerza pública desmoralizada nos arroja por la pendiente de la anarquía. Necesitamos con urgencia una que, como lo proclama el coronel Hernán Mejía Gutiérrez, se niegue a arrodillarse.


domingo, 30 de mayo de 2021

La Ruina Moral

 No otro calificativo merece lo que está sucediendo entre nosotros en estos días aciagos.

La movilización ordenada por el Comité de Paro y los políticos que parecen controlarlo no solo es ilegal por donde se la mire, sino profundamente inmoral.

En efecto, sólo a mentes demasiado perversas puede ocurrírseles que, en medio de una pandemia de las dimensiones que la que desde hace más de un año venimos padeciendo y de la crisis económica que la misma ha suscitado, se promueva un sinfín de desórdenes que han desarticulado el aparato productivo del país, con lo que eso conlleva en términos de pérdidas económicas, cierre de empresas, desempleo, desabastecimiento de las comunidades, destrucción de infraestructura y, en últimas, hambre en centenares de miles de familias.

Parece que a tales desalmados sólo les interesa agudizar los conflictos para que la situación del país empeore, dentro de la lógica según la cual "en río revuelto, ganancia de pescadores".

Pero, ¿qué resultados obtendrían de su empeño declarado de doblegar al presidente Duque, enervar su gobierno e, incluso, obligarlo a abandonar el poder? 

Ellos estimulan una indisciplina social proclive a la anarquía que se volvería en su contra si por desventura lograsen realizar sus proditorios cometidos.

Es escandaloso que en esta campaña infame participe Fecode, organización que agrupa a los educadores del sector público. ¿Qué ejemplo les dan de ese modo a sus educandos?

He ahí uno de los más deplorables ingredientes de la crisis de nuestra sociedad. El maestro no es ya el otrora respetable educador de la niñez, la adolescencia y la juventud, sino un adoctrinador que les inculca ideas disolventes e incita a rebelarse contra la autoridad legítimamente establecida. Llama la atención que hoy se considere que en virtud de la separación de la Iglesia y el Estado que consagró desde 1991 la Constitución Política la enseñanza y los símbolos religiosos deben proscribirse en el sistema educativo oficial, pero en cambio tengamos que tolerar que se imponga el pensamiento único de una ideología totalitaria y liberticida que ya ha envenenado la mente de varias generaciones de nuestros compatriotas. Defender en la escuela los valores patrios es objeto de severa proscripción; no lo es, en cambio, aplicarse a corromper a las nuevas generaciones valiéndose de la autoridad que de suyo rodea a los maestros.

Unos dirigentes sindicales que disfrutan de prebendas a las que sólo tienen acceso las capas más adineradas de la sociedad se aplican a servir los apetitos de políticos oportunistas, olvidando el gravísimo perjuicio que les están ocasionando a las masas trabajadoras que tienen que esforzarse cada día para el sustento de sus hogares. Los que ahora encuentren sin surtido los anaqueles de tiendas y mercados, o tengan que sufrir la carestía derivada de la escasez, deben reflexionar acerca de quiénes son los causantes de sus dificultades. No son las autoridades, que quieren que haya orden, sino esos agitadores que atentan contra el mismo.

En momentos en que las dificultades deberían convocar a la unidad de todos los estamentos sociales para superar la pandemia y la crisis producida por ella, unos sinvergüenzas que se autoadjudican la vocería del pueblo agudizan las contradicciones para así empeorar una situación que de por sí ya es procelosa a más no poder.

Bueno es mirar las peticiones del Comité de Paro, a fin de darse cuenta de que ellas no están pensadas en beneficio de los trabajadores y estudiantes a quienes dicen representar sus miembros, sino de intereses oscuros de políticos extremistas, narcotraficantes y revolucionarios enardecidos por sus delirios ideológicos. 

Como le respondí a un periodista que pidió mi opinión sobre lo que está ocurriendo, me niego a aceptar que un movimiento que dice dar satisfacción a las demandas de los jóvenes centre sus objetivos en la defensa de los cultivos de coca y, por ende, en los intereses del narcotráfico. ¿Así de corrompidos estamos?