sábado, 27 de septiembre de 2025

El Ruido y la Furia

William Faulkner se inspiró en el célebre monólogo de Macbeth para escribir su laureada novela traducida al castellano como "El Sonido y la Furia".

El texto de Shakespeare nos ofrece una descarnada visión de la vida humana: << Mañana, y mañana y mañana, avanza a ese corto paso, de día a día, hasta la última sílaba del tiempo prescrito: ¡apágate, apágate, breve candela! La vida es sólo una sombra caminante, un mal actor que, durante su tiempo, se agita y se pavonea en la escena, y luego no se le oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada. >>

Ruido y furia es lo que exhibió el que nos desgobierna en su estentórea perorata del martes pasado en el recinto de la ONU. De ella bien podría decirse lo que reza el título de otra pieza de Shakespeare: "Mucho ruido y pocas nueces".

De modo altisonante emitió un discurso tan deshilvanado como torpe, en el que profirió insultos contra el presidente norteamericano, manifestó oposición radical a su política contra las drogas, hizo declaraciones atrevidas sobre los capos mundiales del narcotráfico, defendió a la gente sencilla que realiza tareas al servicio de ellos, pidió que se procesara como criminal al presidente Trump, rechazó que al Tren de Aragua se lo asociara con la droga, insistió en que la gasolina, el carbón y el gas acabarán con la humanidad en cosa de 10 años, volvió sobre su tesis de que la cocaína hace menos daño que los hidrocarburos y se la persigue porque es producto de los pueblos del sur, se fue lanza en ristre contra Israel por el asunto de Gaza, pidió que se creara un ejército internacional para enfrentar a los israelíes, declaró el fracaso de la ONU y la diplomacia, promovió un levantamiento general de los pueblos contra el orden mundial, dictó sentencia de muerte contra el Estado Nación y deploró que según su parecer Stalin hubiera renunciado en Yalta a extender el comunismo por todo el orbe. 

Nada dijo que valiera la pena, salvo unas referencias discutibles, sobre las difíciles circunstancias en que su gobierno ha colocado a Colombia, ni sobre la necesidad que nos asiste de una razonable colaboración internacional para que dejemos de ser el primer productor mundial de cocaína, reduzcamos el tamaño de las organizaciones criminales que están invadiendo nuestro territorio y enderecemos nuestro rumbo por caminos de progreso que nos traigan prosperidad y mejoren las condiciones de vida de nuestra población. 

Tal parece que la autopercepción de su dimensión histórica no es la de un dirigente comprometido con las necesidades de su pueblo, sino la de un líder intergaláctico y un profeta apocalíptico con una mente poblada de delirios, prejuicios y fatuidades.

¡Pura bulla y oratoria barata! Pero lo más deplorable fue su tono. Ardido por la descertificación que acababa de emitirle el gobierno norteamericano por sus irrisorios logros en la lucha contra la droga, se mostró poseído por la furia, el odio, el resentimiento y un talante soberbio que lo llevaron a hablar más de sí mismo que de lo que tocaba en tan solemne ocasión. Es, en síntesis, un personaje desaforado que exhibe todos los rasgos de un energúmeno.

Para cerrar, y no precisamente con broche de oro, se hizo acreedor a la cancelación de la visa de entrada a Estados Unidos por lo que dijo en un mitin de apoyo a la causa palestina en pleno Times Square. Se le ocurrió nada menos que pedirles a los soldados norteamericanos que no obedecieran las órdenes de su comandante en jefe, el presidente Trump, en lo atañedero a una intervención en el conflicto con Israel. Pienso que esa descarada injerencia en asuntos de la política norteamericana podría configurar un delito federal cuya investigación correspondería a las autoridades de ese país. En todo caso, no me cabe duda de que es una manifestación más de indignidad para el ejercicio de la presidencia de nuestro país, que si contáramos con instrumentos eficaces de control constitucional daría pie para que el congreso lo destituyese.

Tres observaciones más, al desgaire.

La primera, el que nos desgobierna y sus agentes no han entendido lo que significa el problema mundial de la droga. Escuché al inefable Benedetti y al oscuro senador Cepeda declarar que es asunto de los norteamericanos y no nuestro. ¡Qué tal!

La segunda, el tema del conflicto entre Israel y sus vecinos es de enorme complejidad. Es posible que su gobierno se haya extralimitado en el ejercicio de su legítima defensa, pero no hay que olvidar que la consigna de Hamas y quienes lo apoyan es la destrucción del Estado israelí. Los israelíes luchan por su existencia y el modus vivendi con sus vecinos sólo mejorará cuando ellos acepten el hecho cumplido del Estado de Israel. No deja de llamar la atención que se defienda con denuedo la causa palestina y nada se diga sobre la injustificada agresión rusa contra Ucrania que ha traído consigo millares de víctimas inocentes y puesto en gravísimo peligro la paz mundial.

En fin, su declaración sobre Stalin cierra el círculo indiciario sobre la índole radicalmente comunista del que nos desgobierna. Ya había dado dos puntadas cuando en Alemania deploró la caída del muro de Berlín y en China rindió sentido homenaje a la memoria de Mao Zedong. Bien claro nos queda el saber por dónde va el agua al molino.


 

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