lunes, 11 de marzo de 2019

Estado de Derecho y Democracia en Colombia

Sendos artículos publicados en El Colombiano la semana pasada, de Alberto Velásquez Martínez (https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/estado-de-derecho-KB10330912) y Armando Estrada Villa (https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/estado-de-la-democracia-en-el-mundo-LC10309471), invitan a reflexionar sobre la situación del Estado de Derecho y la democracia entre nosotros.

El primero comenta un estudio de World Justice Project según el cual nuestro país empeora cada año en los índices de credibilidad y efectividad de su institucionalidad jurídica. El segundo ubica la nuestra dentro de la categoría de las democracias imperfectas,"donde los requisitos se cumplen a medias con elecciones libres y justas, respeto a los derechos civiles y políticos y reconocimiento del pluralismo, pero arrojan bajos niveles de participación, cultura política poco desarrollada y deficiencias en la gobernabilidad. "

Lo vengo diciendo desde hace tiempos: en Colombia ha desaparecido el Estado de Derecho. La juridicidad es una mera apariencia, pues las altas Cortes la manejan a su amaño, prevalidas de la ausencia de controles eficaces para sancionar sus escandalosos prevaricatos. De hecho, padecemos una ominosa dictadura judicial que se ha llevado de calle la separación de poderes que es de la esencia de un régimen que merezca ser catalogado como constitucional. 

La Constitución ha dejado de ser el referente supremo de la normatividad jurídica y la acción estatal, pues su contenido lo fija ad libitum la Corte Constitucional, que la pone a decir lo que ella quiera. Cinco magistrados que hagan mayoría sustituyen la voluntad del electorado, del Congreso o del Gobierno, sin asumir responsabilidad alguna por sus decisiones.

A ello se añade el fenómeno repugnante a más no poder de la conformación de  verdaderas pandillas criminales, los cárteles de togados que actúan en la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia y, a la luz de lo que hace poco se ha sabido, también probablemente en el engendro monstruoso de la JEP, sobre la que acaba de publicar un impactante artículo Saúl Hernández Bolívar (Vid. http://saulhernandez.co/2019/la-putrefacta-justicia-especial-para-las-farc)

Habida consideración de la pésima experiencia del gobierno del presidente Uribe Vélez en su confrontación con la Corte Suprema de Justicia, que le hizo la más descarada de las oposiciones, el gobierno actual se ha mostrado cauteloso en sus relaciones con los diferentes órganos jurisdiccionales. Pero tarde o temprano llegará el momento de enfrentarlos para ponerlos en cintura. 

Esta crisis puede dejarse sin solución en el corto plazo, pero en el mediano o en el largo terminará desquiciando el orden institucional y habrá que buscarle remedio.

La crisis de la democracia colombiana va de la mano con la del Estado de Derecho. 

El estudio que cita Estrada Villa clasifica los regímenes políticos en democracias plenas, democracias imperfectas, regímenes híbridos y regímenes autoritarios. Estos últimos desconocen totalmente los principios democráticos, tal como sucede por ejemplo en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Rusia y China, es decir, en países de orientación comunista o que sufren la influencia de su vieja adhesión a dicha ideología.

Los rangos extremos de esta clasificación corresponden a la polaridad que enfrenta la democracia pluralista y la totalitaria, que fue objeto hace algo más de medio siglo de unas lúcidas lecciones de Raymond Aron en la Sorbona.

Hay consenso en Colombia acerca de la imperfección de nuestro régimen democrático. Pero muchos de sus críticos, consciente o inconscientemente, parecen inclinarse hacia la democracia totalitaria al estilo castro-chavista. Así las cosas, cuando en el NAF se habla de profundizarla, el modelo implícito que se tiene en la mira es el de las fenecidas democracias populares, que más que de corte autoritario eran totalitarismos mondos y lirondos.

Desafortunadamente, la democracia pluralista, de corte netamente liberal, no es de buen recibo entre nuestros intelectuales, porque la gran mayoría de ellos se han formado dentro de los cánones del marxismo que a lo largo de años ha sido la ideología predominante no solo en los establecimientos educativos públicos, sino también en muchos de los privados, incluyendo los religiosos.

De ese modo, denunciar la deriva totalitaria hacia la que tiende el NAF, como lo hacemos algunos pocos, da pie para que se nos califique como enemigos de la paz.

Insisto en una tesis que he venido sosteniendo en escritos precedentes: el acuerdo con las Farc no se convino sobre la base de que esta organización revolucionaria renunciase a este credo y aceptase los principios de la democracia pluralista, sino, todo lo contrario, a partir de la premisa de desquiciar estos principios y facilitar la realización de su proyecto totalitario y liberticida.

En rigor, parece imposible conciliar los dos extremos de pluralismo y totalitarismo, o de democracias perfectas y regímenes autoritarios que considera el artículo en comento de Estrada Villa.

La paz que promete el NAF no es tal. Su trasfondo es la capitulación de la democracia pluralista ante la totalitaria que promueven las Farc y sus simpatizantes.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Miércoles de Ceniza

Anteriormente, el rito católico de imposición de la ceniza se acompañaba de las siguientes palabras: "Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás". Hoy se dice: "Conviértete y cree en el Evangelio".

Ambos enunciados son complementarios. El primero nos recuerda la fugacidad de nuestra vida terrenal; el segundo, nuestro destino eterno.

La conexión entre uno y otro surge del hecho de que del modo como nos comportemos aquí dependerá nuestra situación allá. Lo que llevamos con nosotros cuando hacemos el tránsito de esta vida mortal a la eterna es lo que hemos edificado en nuestro interior a partir del libre desarrollo de nuestra personalidad.

Es famoso el dictum de Heidegger: "Somos seres para la muerte". La idea que lo inspira está muy difundida en el pensamiento filosófico contemporáneo y en la mente de muchos hoy en día: solo contamos con esta vida mortal, nada hay más allá.

Pero, como lo apuntaba Pascal en su célebre apuesta, ¿qué sucede si en efecto nuestro ser más profundo sobrevive a la muerte del cuerpo y trasciende a otra dimensión supraterrenal?

Las consecuencias prácticas de aceptar o negar nuestra vocación de eternidad son notables.

El que sostiene que a lo más lo que queda de nosotros después de la muerte biológica es apenas un recuerdo destinada a perderse en las brumas del olvido puede adoptar distintas formas de vida. Quizás se esmere precisamente en dejar un buen recuerdo y trate de vivir ejemplarmente. Pero la fuerza de sus apegos terrenales suele llevarlo por otros caminos: "Vida hay una sola y tenemos que aprovecharla al máximo". 

Este es el punto de vista que en general anima al común de los mortales que descreen de la inmortalidad y a no pocos supuestos filósofos morales que consideran que cada individuo tiene derecho a la búsqueda de su propia felicidad, tal como él mismo la conciba, sin otras leyes que las de no dañar a otros y tolerar lo que ellos hagan en función de sus respectivas concepciones de tal felicidad.

Este individualismo extremo, tocado de hedonismo y relativismo, distorsiona el sentido de la moralidad, que en rigor tiene que ver con ordenamientos superiores al individuo que tienden a hacer que su conducta se acompase adecuadamente  con la de sus semejantes y con el buen ordenamiento comunitario, así como a elevarlo a un nivel superior, el de la trascendencia del espíritu. Dicho de otro modo, el sentido de la moralidad no lo fija cada individuo, sino que viene dado por realidades objetivas dentro de las cuales debe orientar su vida práctica.

La mejor tradición filosófica resume esta idea en el primado de la razón: debemos obrar racionalmente. Pero el pensamiento moderno, como lo han señalado no pocos de sus analistas, se halla inmerso en una crisis de la razón. Destaca, es cierto, la racionalidad científica que examina las causas eficientes y materiales, pero desatiende las causas formales y finales. Ha profundizado en ciertos aspectos de la realidad natural, para extraer de ese conocimiento la posibilidad de manipularla a través de la técnica. El reino de los medios es el campo predilecto de sus investigaciones. Pero suele ser un pensamiento ciego respecto del reino de los fines, es decir, el de los valores, a los que suele considerar subjetivos, arbitrarios y reacios al escrutinio racional.

Pero estos son los que confieren sentido a la vida humana. Si andamos en pos de valores equivocados, nuestra vida se frustrará. Por el contrario, si nos guiamos por los que verdaderamente interesan, será plena. 

La gran filosofía es la que se ocupa de las razones últimas de nuestra existencia y el modo de conducirla por el camino de la perfección., que no es otro que el de la santidad. 

Ese camino es el que nos señala el Evangelio al ofrecernos como modelo la persona de Nuestro Señor Jesucristo y sus enseñanzas. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" no es cosa de mera retórica declamatoria, sino, como lo ha observado Claude Tresmontant, el principio de una ciencia rigurosa, la auténtica ciencia de la espiritualidad humana que nos conduce hacia Dios, principio y fin de nuestra existencia.

La gran tragedia colombiana es su devastadora crisis moral. Muchos de nuestros dirigentes y, a partir de sus malas enseñanzas y sus malos ejemplos, muchas de las gentes sencillas del pueblo, andan por sendas de perdición olvidando que al final tendrán qué rendir cuentas de todo el daño que se esmeraron en hacer en esta vida, cuentas que han de rendirse no ante la Historia, sino ante el Supremo Juez.