jueves, 30 de junio de 2016

Premoniciones

Enseña la sabiduría popular que en principio es mejor un mal arreglo que un buen pleito.

Pero esto no vale para los casos de pésimos arreglos, como el que se está negociando con las Farc en La Habana, pues de ellos suelen resultar consecuencias peores que las que se pretende evitar.

Lo que se conoce de los acuerdos convenidos por el gobierno de Santos con los narcoterroristas de las Farc muestra que no solo se les están ofreciendo ventajas exorbitantes, sino impracticables, confusas y perjudiciales hasta el extremo.

Desde que comenzaron las negociaciones advertí que a mi juicio las Farc solo firmarían un acuerdo que las pusiera al borde de la toma del poder que tanto han ansiado. Su propósito no es, en efecto, compartirlo con los demás sectores políticos dentro de unas reglas de juego civilizadas, sino gozar de ventajas que allanen el logro de sus cometidos.

Sus cabecillas hablan una y otra vez de la refundación del país. Exigen cambios sustanciales en la estructura social para ajustarla a los ideales trasnochados del Socialismo del Siglo XXI, que no es otra cosa que sovietismo o bolchevismo puro y duro como el que padeció Europa oriental a lo largo de cuatro décadas en el siglo pasado o el que sufre el pueblo cubano desde 1959, por no hablar de la tragedia venezolana que ya va para tres lustros.

Como saben que a través del libre juego de las reglas de la democracia, aun las imperfectas que nos rigen, no tendrían oportunidad para realizar sus proyectos totalitarios y liberticidas, han aprovechado la actitud claudicante del gobierno de Santos para tratar de obtener en la mesa de negociación lo que jamás habrían podido en los campos de batalla.

Se cumple así la advertencia que hace muchos años hizo Alfonso López Michelsen en el Club Unión de Medellín, cuando observó que a menudo las guerras se pierden en el escenario diplomático. Y como lo han señalado inteligentes observadores del acontecer nacional, los últimos eventos  anuncian la victoria de las Farc. Simple y llanamente, tenemos que admitir que nos derrotaron y lo que vendrá en el corto plazo será el cogobierno con sus cabecillas, que en el mediano plazo derivará en su dictadura, salvo que por algún designio providencial se lograre desviar el curso de los acontecimientos.

Las Farc han obtenido del Congreso que, mediante Acto Legislativo reformatorio de la Constitución, declare que lo que se hará constar en el Acuerdo Final tendrá la naturaleza de un acto jurídico de Derecho Internacional Humanitario que, según piensan sus asesores, prevalecerá sobre nuestro ordenamiento interno y no podrá modificarse ni siquiera por el pueblo en ejercicio de su poder Constituyente Primario. Es la Supraconstitucionalidad de que se viene hablando últimamente.

Este blindaje, de acuerdo con el parecer de connotados juristas, les tuerce el pescuezo al Derecho Internacional y al Derecho de la Constitución. No es obra del buen sentido que debe presidir la creación y la aplicación de la normatividad jurídica, sino de rábulas perversos que distorsionan las categorías fundamentales de los ordenamientos para ponerlos a decir lo que en sana lógica no podría deducirse de ellos.

Por más que las Farc lo exijan y lo que un Congreso arrodillado disponga, a aquellas no se les puede reconocer la condición de sujetos de Derecho Internacional sin que previamente se las identifique como beligerantes que aceptan las reglas del Derecho Internacional Humanitario y se someten a las del Derecho Penal Internacional llamado a sancionar sus múltiples crímenes de lesa humanidad. Y por más que en virtud de dichas exigencias y dicha claudicación de parte del Congreso así se disponga, este no puede darles a los acuerdos especiales previstos en los Protocolos Adicionales a las Convenciones de Ginebra de 1949 el carácter de tratados, ni reconocer como acuerdo especial algo que evidentemente excede los cometidos asignados a ese tipo de actos.

Si la Corte Constitucional fuera seria, tendría que rechazar estas premisas fraudulentas mediante las cuales se pretende dotar de la fuerza jurídica propia de la normatividad internacional al Acuerdo Final que probablemente se firmará con las Farc.

Pero, conscientes de la debilidad intrínseca de estas premisas, los golillas de Santos y de las Farc lograron que el Congreso, en el Acto Legislativo de marras, dispusiera que dicho Acuerdo Final se incorporará a la Constitución por medio de un procedimiento que bien podríamos llamar de "Fast track".

Ese documento, cuyos términos aún no se han convenido en su totalidad, no solo hará parte de nuestra Constitución, sino que la reformará de tal modo que, de acuerdo con los precedentes que ha sentado la Corte Constitucional, configurará más que una sustitución, la subversión de la misma. Y aunque la Corte ha dicho que tal evento solo sería constitucionalmente posible mediante una Asamblea Constituyente elegida para el efecto por votación popular, ahora se pretende sustituirla por un plebiscito amañado a la usanza de los que muchos dictadores promovieron en el pasado en otras latitudes para dar apariencia de legitimidad a sus procederes.

Se aspira a que de la Constitución haga parte un sinnúmero de enunciados de difícil inteligencia hasta para los juristas más expertos, y tan farragosos como los que contiene el siguiente borrador del acuerdo para proteger a los integrantes de las Farc y perseguir a quienes se moteje de paramilitares o enemigos de la paz: http://www.lahoradelaverdad.com.co/hace-noticia/acuerdo-farc-gbno-santos-del-23-de-junio-en-la-habana.html#

Este documento es un botón de muestra de los sapos que se pretende que los colombianos nos traguemos en aras de la paz. Les sugiero a mis lectores que lo descarguen, lo lean y mediten sobre lo que más adelante se les pedirá que aprueben votando sí en el plebiscito que probablemente se convocará para el efecto.

No creo que haya antecedente alguno en la historia política del mundo entero de una Constitución que contenga lo que se pretende incorporarle a la nuestra, ni de una convocatoria popular para pedir que se apruebe mediante un escueto sí un texto que ofrece ser farragoso y confuso a más no poder.

Pero ahí no se detiene la seguidilla de enormidades que nos tienen prometidas. 

Dizque para "implementar" el Acuerdo Final, el Congreso ha resuelto otorgarle facultades limitadas solo en el tiempo a Juan Manuel Santos, autorizándolo a expedir a través de decretos con fuerza de ley todas las iniciativas que considere pertinentes, las cuales solo podrá revisar la Corte Constitucional por motivos de forma y no de fondo.

Ojo, lectores: Santos podrá, a su arbitrio, modificar toda la normatividad electoral, la fiscal, la civil, la laboral, la comercial, la administrativa, la agraria, la judicial, la penal, la miliar, la policiva, etc., porque es de presumir que nada de la vida de relación de los colombianos dejará de afectarse por lo convenido por sí y ante sí por los negociadores de La Habana.

Salvo que la Corte Constitucional entre en razón y no se pliegue a las presiones de toda índole que se ejercerán sobre ella, la institucionalidad colombiana quedará a merced de lo que acuerde una Asamblea Constituyente dual integrada por Santos (¿"Santiago"?) y el pavoroso "Timochenko", en la que probablemente el primero servirá de amanuense del segundo.

¿Traerá consigo la paz este holocausto institucional? 

Lo dudo. Las instituciones son garantía de civilización. Su destrucción solo puede acarrear barbarie.


miércoles, 22 de junio de 2016

¡Sálvese quien pueda!

Dijo hace poco el procurador Ordóñez que las Farc tienen inundado en un mar de coca el territorio colombiano y están nadando en dólares. Y, al tenor de las amenazas que profirió Santos la semana pasada en Medellín, están además dispuestas a inundarnos en un mar de sangre si no se firma el acuerdo que exigen.

Desafortunadamente, cabe presagiar que también correrá sangre a mares en el evento de que dicho acuerdo se celebre.

Resulta muy dudoso, en efecto, que el mismo traiga consigo la ansiada paz.

Hay muchos motivos para preocuparse por sus resultados.

En primer lugar, desde el punto de vista ideológico es prácticamente imposible conciliar la democracia liberal con la democracia marxista-leninista que profesan las Farc. Son como el agua y el aceite. No conozco un solo caso en la historia política en que hayan logrado convivir pacíficamente estas dos versiones de la democracia, pues lo que la una entiende acerca del Estado de Derecho, las libertades públicas, las garantías sociales y, en general, el correcto funcionamiento de las instituciones se contrapone radicalmente a lo que la otra predica.

De hecho, lo que estamos presenciando no es el ajuste de las pretensiones de las Farc a las exigencias de la democracia liberal que mal que bien tenemos, sino todo lo contrario, la abdicación de los principios que nos han regido a lo largo de nuestra historia como sociedad independiente, en favor de las aspiraciones totalitarias y liberticidas que constituyen el leitmotiv de la lucha subversiva.

En el mejor de los casos, poco a poco iremos presenciando cómo los agentes de las Farc se tomarán una a una las entidades gubernamentales y les impondrán sus propios sesgos, pues su consigna es la combinación de las formas de lucha hasta lograr la conquista definitiva del poder. Lo han dicho en todos los tonos: su meta es el socialismo a la cubana y no depondrán las armas si no se accede a los cambios que exigen que se introduzcan en la estructura de la sociedad colombiana.

Colombia ha venido defendiéndose del comunismo a lo largo de unos 90 años, tal como lo documenta el excelente libro de Eduardo Mackenzie que en varias ocasiones he mencionado en este blog. Su título es:"Las Farc o el fracaso de un terrorismo". En esa empresa se han cometido múltiples equivocaciones, en las que no han faltado crímenes imperdonables. Pero hay que reconocer que la agresión comunista contra nuestra institucionalidad ha sido muchas veces atroz y despiadada.

Por obra y desgracia de Juan Manuel Santos, hemos cejado en nuestro empeño y estamos ad portas de compartir el poder con los comunistas, como si esa cohabitación fuera viable.

Todo parece indicar que el acuerdo de Santos con los capos de las Farc contempla entregarles el control del sector rural. El abrebocas serán las 22 zonas de ubicación que se anuncia que probablemente se les adjudicarán dentro del acuerdo de cese bilateral al fuego.

Conociendo el menosprecio de las Farc por la legalidad y su evidente mala fe, no es osado predecir que, como ha sucedido con el Catatumbo, esas zonas serán como unos nuevos Caguanes donde impondrán su ley, incluso a sangre y fuego.

Ya hay comunidades que se sienten amenazadas y rechazan con energía que las sometan a la férula guerrillera. Y se sabe que unos políticos liberales que tienen su riqueza en Urabá fueron a pedirle a Santos que no creara zonas de ubicación de las Farc en donde están sus propiedades. Lo mismo deben de estar haciendo otros enmermelados, a quienes de seguro Santos les prometerá lo mismo que a los de Urabá y, por supuesto, les incumplirá.

Lo que los promotores de los recientes paros campesinos le han exigido al gobierno es apenas el proemio de las exigencias que después vendrán cuando las Farc estén enseñoreadas en sus zonas de ubicación. Y, una vez consoliden el dominio del sector rural, el asalto al sector urbano será inevitable, tal como lo contempla el Plan Estratégico que han venido ejecutando en las últimas décadas.

En alguna otra oportunidad les suministré a mis lectores el enlace de descarga de "El Libro Negro del Comunismo". Lo hago de nuevo ahora, para que vean lo que nos espera: https://ia802502.us.archive.org/29/items/ElLibroNegroDelComunismo/el%20libro%20negro%20del%20comunismo.pdf

Un segundo motivo de enorme preocupación es la índole criminal de las Farc. Son una organización narcoterrorista. Se considera que son responsables de más del 50% del tráfico de cocaína en el mundo. Y tanto los Estados Unidos como la Unión Europea las catalogan como terroristas.

Violando lo estipulado en la Convención de Viena sobre Narcotráfico, el gobierno de Santos ha acordado otorgarles el trato de favor propio de los delitos políticos, que por expresa prohibición no puede extenderse a las actividades relacionadas con la droga. Y para peor, ha anunciado que las Farc pasarán de ser narcotraficantes a colaboradoras en la lucha contra ese flagelo. Es inconcebible tamaña ingenuidad.

En un escrito reciente me referí al libro de Thierry Wolton cuyos dos primeros volúmenes acaban de publicarse en Francia. Su tema es la historia del comunismo y la trata en tres partes: los verdugos, las víctimas y los cómplices.(Vid http://javalmejia.blogspot.com.co/2016/03/se-puede-creer-en-los-comunistas-de-las.html). 

Colombia merece capítulo especial en esa fatídica historia. Sabemos quiénes son los verdugos, buena parte de los cuales festejan hoy en La Habana. Son innumerables sus víctimas. Y ya es hora de ir haciendo el señalamiento de sus cómplices, empezando por Juan Manuel Santos, quien aspira a que al terminar su gobierno se lo considere como un traidor a su clase.(Vid. http://www.razonpublica.com/index.php/politica-y-gobierno-temas-27/3654-juan-manuel-santos-ihistoria-de-una-traicion-de-clase.html). Ya se lo califica como traidor a Colombia y no sin razones.

Se anuncia para mañana el fin del conflicto con las Farc. No deseo hacer el papel de Casandra, pero pienso que lo que viene es algo muchísimo peor que lo que hemos padecido hasta ahora, con unas Farc ensoberbecidas, un gobierno claudicante y una opinión pública desconcertada.

Que Dios nos tenga de su mano.

jueves, 16 de junio de 2016

¿Hacia una paz duradera y estable?

En escrito anterior señalé que el tema de la paz se aborda desde dos escenarios diferentes, pero interconectados: el individual y el colectivo.

El primero toca con la paz interior, la paz del alma, que es asunto de esfuerzo personal, pero en buen medida depende de condiciones externas que se dan en el medio social. El segundo alude a la armonía entre los distintos grupos sociales y en el interior de los mismos, que también depende del ánimo de cada individuo, pero exhibe sus propias peculiaridades.

Para abordar el asunto, hay que partir de la base de que en toda agrupación humana, desde la más simple hasta la más compleja, obran, como en los cuerpos físicos, fuerzas centrípetas, o de atracción ,y fuerzas centrífugas, o de repulsión. El equilibrio entre unas y otras es lo que permite su subsistencia.

Las primeras son de simpatía, sobre lo que hay un texto clásico de Max Scheler ("Esencia y formas de la simpatía"), del que, dicho aquí al margen, se ha escrito que siguió en buena medida las huellas de San Agustín, según sostiene Ángel Román Ortiz en una erudita y luminosa tesis doctoral . (Vid. http://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/81556/TADRO.pdf;jsessionid=2F79C2F2DF540873D94E941A12C6AE1F.tdx1?sequence=2). Las segundas, en cambio, son de antipatía y, en general, de conflicto, asunto en el que ponen excesivo énfasis Marx y sus seguidores, quienes sostienen que, una vez superados los estadios primitivos, la historia de las sociedades es la de la lucha de clases que solo logrará superarse en un estadio futuro, el de la instauración de la sociedad comunista que abolirá la propiedad privada y, por consiguiente,  las clases sociales.

Para esta corriente ideológica, que es la que nutre a las Farc y el Eln, el orden de las sociedades clasistas no resulta de la simpatía scheleriana, sino de la opresión que ejercen los explotadores sobre los explotados y las alienaciones, sobre todo religiosas, que les imponen.

Dejando de lado las generalizaciones abusivas y los simplismos del pensamiento comunista, hay que reconocer en todo caso la realidad del conflicto en las sociedades e incluso sus funciones positivas. Dicho de otro modo, no solo es natural que en las sociedades haya intereses, opiniones, tradiciones, formas de vida e incluso cosmovisiones diferentes y hasta divergentes, sino que esa diversidad contribuye decisivamente al progreso humano. Como bien lo señala Popper en su obra ya clásica, "La sociedad abierta y sus enemigos", lo ideal no son las sociedades cerradas, sino las abiertas que admiten en su interior la confrontación de distintos puntos de vista.(https://monoskop.org/images/5/51/Popper_Karl_La_sociedad_abierta_y_sus_enemigos_I-II.pdf)

Esa apertura, ese reconocimiento de que la diversidad es un fenómeno tan natural como necesario, es propia en el mundo moderno de la civilización liberal, que según explicó hace años Raymond Aron en un un artículo para "L'Express", consagra los principios y valores comunes a la izquierda no extremista y la derecha no totalitaria. Esos principios y valores son, en cambio, objeto de rechazo incluso violento, de parte de la izquierda extremista, que profesan las Farc y el Eln, y la derecha totalitaria.

Para mantener su unidad, todo grupo social necesita fomentar su cohesión a partir de los valores que tienden a unirlo, y controlar los conflictos que inevitablemente se dan ora en su interior, bien respecto de otros grupos, y que pueden dar lugar a su disolución.

Desde esta perspectiva, la paz es un imperativo que surge de la necesidad de mantener la existencia del grupo. Este no puede subsistir en medio del desorden, y el desorden extremo es la anarquía. A la paz se llega a través del orden, pero hay distintas maneras de concebirlo.

De hecho, hay dos granes extremos acerca del modus operandi de la instauración del orden social: la fuerza y el consenso.

Muy a menudo, a lo largo de la historia el orden que trae consigo la paz es resultado de la acción incluso implacable del poder. El ejemplo clásico es la Paz Octaviana, que puso término mediante el recurso militar a las guerras civiles que destruyeron la república romana. Pero es bien sabido que el orden que se impone por la fuerza de las armas está condenado a ser inestable, salvo que venga acompañado de una vigorosa corriente de legitimidad.

Esta, que es la que a la postre logra una paz duradera y estable, es fruto de consensos básicos sobre los valores cuya realización se considera que compete al cuerpo social. Esos valores se conjugan en el concepto de bien común, que abre espacio a discusiones interminables que constituyen los grandes temas de la política.

Esta, como lo enseñó el ilustre profesor Duverger, se mueve en torno de dos polos, el de la concertación y el de la confrontación. Exhibe dos rostros, como el dios Jano de la mitología romana: el de la edificación del orden social a partir de unos valores fundamentales, y el de la lucha, ya por conquistar ese poder que permita realizar los valores apetecidos, bien por conservarlo, ora por resistirlo. Y esa lucha debe sujetarse a reglas de juego equitativas y confiables, si se quiere que la sociedad viva en paz.

La sustentación de esas reglas equitativas y confiables es tema de reflexión de parte de los grandes pensadores políticos de los tiempos recientes, tales como Rawls y Habermas, entre otros.

Esos dos polos de la política pueden examinarse también a partir de dos grandes categorías, la de los fines y la de los medios. Los primeros trazan el diseño de la sociedad ideal que se aspira a construir; los segundos tocan con los recursos de todo género que se estima necesario utilizar para esa edificación. Y alrededor de unos y otros surgen igualmente muchísimas confrontaciones teóricas y prácticas que exigen la búsqueda de acuerdos para privarlas de su capacidad de destrucción del orden social.

Es lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental, que condicionan el funcionamiento regular de las instituciones. Vuelvo sobre lo dicho atrás: lo fundamental en el orden político toca con los principios de legitimidad.

Como lo demostró Guglielmo Ferrero en sus estudios sobre la historia romana y las crisis que se desataron a raíz de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, esos principios son "los genios invisibles que gobiernan la ciudad". Si no hay acuerdo sobre esos principios, la guerra civil o, por lo menos, el desorden crónico, son inevitables. Y entonces sobrevienen la anarquía o la dictadura.

Estas consideraciones son pertinentes para examinar la situación en que nos encontramos a raíz de los diálogos con las Farc en La Habana.

Todo parece indicar que nos hallamos en vísperas de la firma de un muy publicitado Acuerdo Final. Pero es algo que ha venido cocinándose a espaldas de la opinión pública y pretende imponerse como si se tratase de un parto logrado mediante el uso de fórceps, o quizás algo peor, comparable tal vez a las brutales cesáreas que los carniceros de las Farc han practicado en nuestras selvas.

A toda costa el gobierno de Santos ha tratado de construir las bases de una apariencia de legalidad para implantar ese Acuerdo Final, distorsionando burdamente la normatividad del Derecho Internacional Humanitario y promoviendo un Acto Legislativo que, si la Corte Constitucional fuese congruente con las doctrinas que ha venido sosteniendo en reiteradas ocasiones, tendría que calificarse no como una reforma, sino como una subversión de la Constitución, que en parte alguna permite dar pie para darle sustento a la dictadura mediante la cual pretende Santos refundar la institucionalidad al gusto de las Farc.

La refrendación popular que se busca obtener a través de un plebiscito amañado es, como lo dijo hace poco el exfiscal Montealegre, un fraude a la Constitución.

Todo este proceso de fraudes, engaños y trampas indigna a la opinión. Y cuando se pretenda llevar a la práctica lo convenido de tan mala manera, la reacción ciudadana ya no se limitará a la expresión de una Resistencia Civil, pues en no pocos lugares al parecer ya se está pensando en las vías de hecho.

Lo que está en juego es nuestra precaria civilización política. Por ese motivo, a raíz de una muy amable invitación que me hizo el profesor Juan David Escobar Valencia para compartir algunas ideas con sus alumnos de Eafit, resolví centrar mis reflexiones precisamente en el tema de la civilización, la que no hemos logrado edificar y estamos a punto de destruir. Habrá que volver sobre viejas consideraciones acerca de qué es lo que configura una civilización, sobre qué cimientos se levanta, qué la hace posible, de qué maneras se la despliega y eleva, cómo se le da muerte.



domingo, 12 de junio de 2016

¡Paz, cuántas abominaciones se cometen en tu nombre!

Cuenta la historia que poco antes de sufrir la decapitación bajo el régimen del terror en la Revolución Francesa, la célebre Madame Roland tuvo el coraje de exclamar ante sus verdugos y el populacho que la rodeaba:"¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!".

Son, en efecto, muchos los crímenes, errores y, en general, abominaciones en que suele incurrirse so pretexto de la salvaguarda de valores supremos.

En el mismo sentido se pronunció el famoso Dr. Samuel Johnson cuando dijo:"El patriotismo es el último refugio de los granujas".

La patria encarna valores de altísimo rango, pero es frecuente que se los invoque con propósitos arteros. Y así sucesivamente...

Lo que estamos presenciando entre nosotros es un caso más de manipulación hipócrita de valores tan significativos como la paz, para ocultar intenciones tan proditorias como la claudicación de la autoridad legítima ante una tenebrosa organización criminal de la que, parafraseando la letra del conocido "Silencio" de Gardel, podemos afirmar que ha cubierto de sangre los campos de Colombia. 

Esa claudicación que se promueve en nombre de la paz, que según la ampulosa y declamatoria expresión del artículo 22 de nuestra Constitución Política, "es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento", conlleva no solo la impunidad de los responsables de los crímenes más estremecedores que se han cometido en nuestro país, sino entregarles en bandeja toda nuestra institucionalidad, con miras dizque a "refundar" el país tal como ellos quieren, es decir, al tenor de sus delirios, de su ideología anacrónica y de un proyecto político que no he vacilado en calificar como totalitario y liberticida.

Conviene recordarles a quienes han hecho respecto del valor de la paz un obsceno manoseo propagandístico, que el tema de los valores, objeto propio de la Axiología, es uno de los más complejos del trasegar filosófico. Manejarlo con destreza supone contar con una sólida formación humanística que a todas luces está ausente en el ignaro Santos y la claque que celebra sus desatinos. No es cuestión de pintarse palabrejas en la palma de la mano, ni de echar a volar palomitas, sino de reflexionar a fondo sobre la naturaleza humana, tanto desde la perspectiva individual como la comunitaria.

La paz es un valor, es decir, una cualidad que se predica bien sea de estados anímicos de la persona, ya de situaciones sociales. Desde el primer punto de vista, se habla de la paz interior, la del alma individual, la que uno experimenta consigo mismo. La segunda perspectiva considera las relaciones interpersonales y, en general, las situaciones colectivas, tanto en el interior de los grupos como las que se dan entre los mismos, desde los más elementales hasta los más complejos.

Desde cualquier punto de vista que se la mire, la paz deriva del orden, de la armonía que se establece entre distintos elementos de modo que cada uno ocupe el lugar que le corresponde, tal como lo señala San Agustín sobre todo en "La Ciudad de Dios". (Vid. http://www.escuelaculturadepaz.org/site/wp-content/uploads/023_Cuestiones_de_paz_en_san_agustin_ensayo_sobre_cuestiones_de_paz_en_san_agustin.pdf). 

Pues bien, esa armonía es tema de la ética, que nos enseña cómo lograrla en el interior de cada uno de nosotros y en nuestras relaciones con nuestros semejantes, con el mundo que nos rodea y con  Dios, como quiera que lo concibamos. Aristóteles pensaba que la armonía en todos los órdenes, la que se logra a través del justo medio o la justa medida, es presupuesto de la vida buena a que todos aspiramos. 

Pero esto que parece tan sencillo al momento de enunciarlo, implica asuntos de extrema complejidad.

En lo que a la vida individual concierne, se trata nada menos que de la felicidad que se supone trae consigo el equilibrio interior. La paz del alma es, en efecto, condición inexcusable de la vida feliz. 

Todo el pensamiento clásico se esmera en identificar las vías que hacen posible esos estados de ánimo sosegado. Pero hay discusiones no solo sobre cómo lograrlos, sino acerca de en qué consisten ellos mismos, tal como lo ilustran las diferencias entre la ataraxia que predicaban los estoicos y la beatitud o bienaventuranza en que creemos los cristianos. 

Estas diferencias conceptuales trazan el deslinde entre la "vida buena" y la "vida plena". En la primera se centra el ideal pagano. La segunda,  alude al despliegue del espíritu y su destino eterno, o sea, a lo que el padre F. Brune viene tratando en sus escritos más recientes como el proceso de divinización del hombre a través de la exigencia infinita del amor. (Vid. https://teologiaaquialla.wordpress.com/2016/03/12/francois-brune-para-que-el-hombre-se-convierta-en-dios-tomo-1-4-primera-parte-la-exigencia-infinita-del-amor-dios-y-el-hombre-la-union-imposible-i-la-revelacion-del-amor-l/). 

El pensamiento actual es, por decir lo menos, errático acerca de estas cuestiones cruciales. El relativismo que lo domina postula que cada individuo se forja su propia idea de la felicidad, que todas esas ideas tienen el mismo valor, que ninguna es verdadera en el sentido de tener asidero en la realidad y, por lo tanto, todas son ilusorias o tal vez aleatorias, ya que nada garantiza su efectividad. Así las cosas, la paz del alma termina siendo para algunos extremistas asunto de Prozac, de cannabis o de tránsito hacia la nada a través de la solución final que ofrece el suicidio.

Si bien el tema de la paz en la esfera social exhibe sus propios matices, no cabe duda de que entre la paz interior de cada individuo y la paz en las colectividades hay fuertes interrelaciones. Cuando el Evangelio dice que "el Reino de Dios ya está entre vosotros"(Lc. 17, 20-25), postula que no habrá paz entre los hombres si cada uno vive en conflicto consigo mismo. Y lo que caracteriza al malvado es justamente ese estado de conflicto interior que padece por haber perdido el control de sus tendencias negativas, sus defectos de carácter.

En uno de sus textos más profundos acerca de la interioridad humana, Dostoiewsky examina la psicología del revolucionario, al que considera como un endemoniado o un poseído, vale decir, un desaforado. Y en el lenguaje de Hesiodo, que según Verdross inaugura con Homero la Filosofía del Derecho del Mundo Occidental, el revolucionario está poseído por Eris, Bía e Hybris, las tres grandes opositoras de Dike, que es la portadora del Derecho: "Eris es la pendencia, la que subvierte el orden, Bía es la fuerza que se enfrenta al derecho, e Hybris la incontinencia que excede los límites del derecho, transformando lo justo en injusto"(Vid. http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/456/3.pdf).

¿Cómo convivir armónicamente con quien ha hecho de la pendencia que subvierte el orden, la fuerza que se enfrenta al derecho y la incontinencia que excede los límites del mismo su modus vivendi, la razón o sinrazón de su existencia misma?

Muchos colombianos pensamos que en La Habana no se está trayendo a los criminales de las Farc al redil de la ciudadanía republicana y democrática, sino que se les están otorgando a cambio de sus promesas no garantizadas de desmovilización y desarme unas ventajas excesivas que  rompen de tajo los débiles hilos de nuestro tejido institucional y los ponen en situación de privilegio para continuar ejerciendo sus desafueros. No se los está ubicando, pues, en el lugar que les correspondería a fin de estructurar un orden justo, sino en posiciones que desconocen las aspiraciones de sus innumerables víctimas y, además, nos exponen al resto de los habitantes de este desventurado país a sufrir las penosas consecuencias de sus desafueros.

Ya lo he dicho en otras ocasiones: tanto la verdad como la justicia son las grandes ausentes en los diálogos de La Habana. Y de ese modo no es posible llegar a la paz. Dada la frivolidad de Santos, lo suyo son remedos o máscaras de verdad, justicia y paz, pero no hechos constitutivos de las mismas.

El "ballet jurídico" que según Álvaro Leyva pretende blindar los acuerdos con las Farc (Vid. 
http://app.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/acuerdos-especiales-con-las-farc/16599629), no es otra cosa que un vulgar zafarrancho  del que resultará a no dudarlo la destrucción de lo que Marco Palacios describió hace algún tiempo como "La delgada corteza de nuestra civilización". En efecto, a los vergonzosos desafueros que se están cometiendo no tardarán en seguirlos otros quizás peores.

lunes, 6 de junio de 2016

Donde viven los monstruos

Maurice Sendak escribió con este título lo que hoy se considera un clásico de la literatura infantil. De él me valgo ahora para referirme a la profunda crisis institucional que hoy padece Colombia.

Nuestra Constitución Política, expedida el 4 de julio de 1991, se acerca a su fin, apenas transcurrido un cuarto de siglo de su entrada en vigor. Nadie llorará por la desaparición de esta hija de dañado y punible ayuntamiento que surgió de una oscura componenda y el más flagrante desprecio por el Derecho que concebirse pueda.

Yo he dicho de ella desde el comienzo que es un Código Funesto, una paridera de monstruos institucionales. Prácticamente todas sus innovaciones, no obstante los buenos propósitos que pudieron animar a los constituyentes que la produjeron, se han prestado a distorsiones y abusos  que la han desnaturalizado hasta hacerla irreconocible..(Vid. http://co.ivoox.com/es/jesus-vallejo-mejia-ex-magistrado-corte-suprema-audios-mp3_rf_11767950_1.html).

Quizás la institución que más se ha pervertido es la Corte Constitucional, ideada supuestamente para garantizar la guarda de la integridad y la supremacía de la Constitución dentro de los estrictos y precisos términos fijados por su  artículo 241. Pero otras innovaciones no le han ido en zaga, tales como el Consejo Superior de la Judicatura, la Fiscalía General de la Nación o la  finada Comisión Nacional de la Televisión, para solo mencionar algunas.

La figura misma de los derechos fundamentales se ha desdibujado de tal modo que ya es casi imposible identificarla en los casos concretos, de donde se sigue el desmadre de la acción de tutela, que se había previsto como remedio excepcional y urgente para la protección de aquellos y terminó convirtiéndose en recurso ordinario de los litigantes para saltarse los trámites de los procesos habituales.

Tema cotidiano son los famosos "choques de trenes", expresión con que la prensa se refiere a los conflictos entre las autoridades, sobre todo las del orden judicial. 

Y asunto de extrema gravedad es la desaforada corrupción que se pone de manifiesto en todos las áreas de la organización estatal.

De hecho, la profundización de la democracia que se propuso el constituyente de 1991 ha permitido la captura del Estado por inextricables redes de corrupción que impiden la manifestación  idónea de la voluntad popular, pues el voto se compra directa o indirectamente a través de los recursos pecuniarios puestos a disposición de quienes controlan el poder público.

Por esa vía, un gobernante carente de todo escrúpulo como el que hoy ocupa la Casa de Nariño ha logrado integrar una supuesta Mesa de Unidad Nacional a través de la cual controla el Congreso hasta el extremo de obtener que le aprueben iniciativas tendientes a aniquilar del todo lo que nos resta de institucionalidad.

Tal vez sin quererlo, por aquello de las famosas traiciones del subconsciente, a la coalición que nos oprime se le dio el ostentoso nombre de Mesa de Unidad Nacional. Mesa, en efecto, es de comensales ávidos de entrar a saco no solo en la Hacienda Pública, sino en los haberes privados. Como a aquella la tienen arruinada a fuerza de inmisericordes exacciones, ahora se aprestan a tramitar una reforma tributaria destinada a torcerles el pescuezo a los contribuyentes de a pie, pues a los empresarios ya no les pueden sacar un céntimo más. 

Con Santos, los políticos corruptos han hecho un banquete de nunca acabar. Todo se les ha ido en francachela y comilona, han raspado la olla y quieren todavía más, sin darse cuenta de que en medio de las presentes dificultades de nuestra economía el pueblo ya no puede darles más, fuera de que el camino que irresponsablemente les están pavimentando a las Farc para que se tomen el poder terminará desalojándolos del mismo.

¿Qué poder pretenderán compartir con esos facciosos cuando sus huestes irrumpan en todos los escenarios diciendo a voz en trueno;"¡Ahora mandamos nosotros!"?

Leo en estos momentos un doloroso escrito de Ian Kershaw que lleva por título "Descenso a los Infiernos" y versa sobre la historia de Europa en la primera mitad del siglo XX, "en la que el continente europeo estuvo a punto de autodestruirse"(pag. 38). Hacia allá vamos nosotros en desenfrenada carrera cuyo deletéreo impulso solo por obra providencial podemos ahora esperar que se corrija.

Nos esperan días aciagos.


miércoles, 1 de junio de 2016

Después de mí, el diluvio

Juan Manuel Santos bien podría hacer suya esta expresión que se adjudica al rey Luis XV, pues el legado que dejará a la posteridad su ejercicio presidencial probablemente será calamitoso a más no poder.

En 2010 recibió de manos de Álvaro Uribe Vélez un país esperanzado que, si hubiera mantenido su esfuerzo por doblegar a los grupos guerrilleros, muy probablemente los tendría arrinconados en las selvas o pidiendo que se les diera oportunidad de integrarse a la vida civil. Pero, por motivos que algún día en el futuro identificarán los historiadores, prefirió variar el rumbo para entrar en un proceso de negociaciones que en un escrito anterior he dicho que nos lleva hacia la dimensión desconocida.

Sé de algunas personas, quizás incautas, que piensan que Santos es un audaz estratega que lleva a Colombia hacia la anhelada paz. Pero ya pocos creen en ella, y quienes juzgan a Santos lo creen ora un zoquete tocado de vanidad, ya un infiltrado del "mamertismo" que engañó a sus electores y a punta de traiciones, trampas y mentiras pretende encauzarnos  por la azarosa vía del Socialismo del Siglo XXI. Opino que hay serios indicios de esto último.

Se sabe que Santos les dijo a unos empresarios que, como las Farc llevan medio siglo luchando por controlar el sector rural, hay qué entregarlo a ellas. Según el listado de peticiones de las Farc que Santos les ha concedido o está por otorgarles, que mi amigo Rafael Uribe Uribe ha registrado en su Crónica, el precio de la supuesta paz que se negocia en La Habana es la entrega del agro colombiano.

En ello parece coincidir Jorge Giraldo, un serio articulista de "El Colombiano" que hace poco escribió diciendo que las Farc han abandonado por lo pronto su Plan A de toma del poder por medio de las armas, sustituyéndolo por el Plan B de obtener control territorial a través de la negociación con el gobierno. Pero,  como no han abandonado su tesis de la combinación de las formas de lucha en pro del socialismo, fácil es colegir que el control que se les otorgue del sector rural les servirá de plataforma de lanzamiento para tomarse todo el país.

Me permito volver sobre algo que he dicho en oportunidades anteriores, a saber: es una gravísima irresponsabilidad histórica de parte de Santos y sus colaboradores eso de entregarles a las Farc el control del campo colombiano.

En primer lugar, por la pésima condición humana de sus integrantes. El ideal de buen gobierno en que se escudó Santos para promover sus aspiraciones políticas postula que la conducción de la sociedad la ejerzan los mejores y no los peores. Y los cabecillas de las Farc no son, como ingenuamente lo creen algunos pastores de la Iglesia, ovejas descarriadas, sino lobos ferocísimos cuyo historial los ubica a la par de los más crueles criminales que haya conocido la humanidad en toda su historia. No en vano nuestras comunidades rurales les temen y los odian, pues han sufrido hasta lo indecible sus depredaciones. Son narcotraficantes, son terroristas, son perversos, crueles e inhumanos en extremo. No exhiben otro título para aspirar a gobernarnos que la violencia que  sin contemplaciones han ejercido.

En segundo lugar, si bien dicen inspirarse en ideales de justicia que Santos al parecer les dijo que compartía con ellos, la suya es no solo una ideología obsoleta cuyo fracaso en otras latitudes es inocultable, sino, además, totalitaria y liberticida. Su modelo es el cubano. y, entonces, hay que preguntarse si nuestro pueblo quiere ese modelo que al lado de las privaciones materiales que impone conlleva la pérdida de todas las libertades y, como sucede con todo totalitarismo, según la descripción que del mismo hizo Annah Arendt, también la destrucción del sentido de dignidad humana a través de la abyección.

A los empresarios que apoyan este proceso o, por lo menos, se muestran condescendientes en torno a él, bien cabe preguntarles si las Farc ofrecen un programa convincente de desarrollo rural y, a la postre, de desarrollo de nuestra economía, pues lo que uno advierte de entrada es más bien la posibilidad de desarticulación de todos los sectores, con sus inevitables secuelas de improductividad, falta de abastecimiento, desempleo, destrucción de fuentes de riqueza y pauperización general, que configurarían un marco del todo propicio para los estallidos revolucionarios.

Los estudiosos de los fenómenos históricos y en especial de la acción política, están familiarizados con el concepto de heterotelia, que alude a los efectos contraproducentes de muchas iniciativas colectivas. 

Muchos tememos que los diálogos de La Habana no nos traerán la paz, sino nuevas y letales confrontaciones constitutivas quizás de una auténtica guerra civil, pues el modo como se los ha desarrollado y la forma como pretende imponerse el Acuerdo Final que se proyecta han suscitado un clima deletéreo de animadversión y hostilidad en vastos sectores comunitarios que podría pasar del evento legítimo de Resistencia Civil al de oposición violenta. Ya hay quienes hablan de la necesidad de deponer a Santos mediante un golpe de Estado o de la secesión de vastos territorios para librarlos de la coyunda capitalina.

Otro serio articulista de El Colombiano, Francisco Cortés Rodas, acaba de advertir en un escrito que brilla por su objetividad que las soluciones a los graves problemas que debe afrontar el país y que él enuncia en síntesis admirable, no pasa por el ordenamiento legal, sino por el espíritu público, del que aquel es apenas un instrumento.(Vid. http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/el-punto-de-no-retorno-sobre-el-acuerdo-final-IF4241129).

Pues bien, ese espíritu público se mueve hoy en un ambiente de agitación que no es propiamente de paz. Ello, debido a que las Farc no han actuado de manera que las haga confiables, pues se comportan como un ejército victorioso que impone sus condiciones a un gobierno claudicante, y a que Santos, en el mejor de los casos, ha decidido inspirarse en la imagen de Chamberlain, en lugar de seguir a Churchill, a quien tanto dice admirar. Pero los colombianos del común ni siquiera lo ven como Chamberlain, cuya figura sigue de cerca a la de Pilato, sino como Judas, el odioso prototipo del traidor.

Este proceso ha ignorado algo esencial, que son las cuatro condiciones morales de la paz a que se refirió en ocasión memorable San Juan Pablo II: Verdad, justicia, amor y libertad.

Al fin y al cabo, Santos y los cabecillas de las Farc han dado muestras inequívocas de amoralidad. y bajo este supuesto, el del desconocimiento rampante del orden moral, no es posible fundar unas condiciones que hagan viable la paz social.