domingo, 12 de junio de 2016

¡Paz, cuántas abominaciones se cometen en tu nombre!

Cuenta la historia que poco antes de sufrir la decapitación bajo el régimen del terror en la Revolución Francesa, la célebre Madame Roland tuvo el coraje de exclamar ante sus verdugos y el populacho que la rodeaba:"¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!".

Son, en efecto, muchos los crímenes, errores y, en general, abominaciones en que suele incurrirse so pretexto de la salvaguarda de valores supremos.

En el mismo sentido se pronunció el famoso Dr. Samuel Johnson cuando dijo:"El patriotismo es el último refugio de los granujas".

La patria encarna valores de altísimo rango, pero es frecuente que se los invoque con propósitos arteros. Y así sucesivamente...

Lo que estamos presenciando entre nosotros es un caso más de manipulación hipócrita de valores tan significativos como la paz, para ocultar intenciones tan proditorias como la claudicación de la autoridad legítima ante una tenebrosa organización criminal de la que, parafraseando la letra del conocido "Silencio" de Gardel, podemos afirmar que ha cubierto de sangre los campos de Colombia. 

Esa claudicación que se promueve en nombre de la paz, que según la ampulosa y declamatoria expresión del artículo 22 de nuestra Constitución Política, "es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento", conlleva no solo la impunidad de los responsables de los crímenes más estremecedores que se han cometido en nuestro país, sino entregarles en bandeja toda nuestra institucionalidad, con miras dizque a "refundar" el país tal como ellos quieren, es decir, al tenor de sus delirios, de su ideología anacrónica y de un proyecto político que no he vacilado en calificar como totalitario y liberticida.

Conviene recordarles a quienes han hecho respecto del valor de la paz un obsceno manoseo propagandístico, que el tema de los valores, objeto propio de la Axiología, es uno de los más complejos del trasegar filosófico. Manejarlo con destreza supone contar con una sólida formación humanística que a todas luces está ausente en el ignaro Santos y la claque que celebra sus desatinos. No es cuestión de pintarse palabrejas en la palma de la mano, ni de echar a volar palomitas, sino de reflexionar a fondo sobre la naturaleza humana, tanto desde la perspectiva individual como la comunitaria.

La paz es un valor, es decir, una cualidad que se predica bien sea de estados anímicos de la persona, ya de situaciones sociales. Desde el primer punto de vista, se habla de la paz interior, la del alma individual, la que uno experimenta consigo mismo. La segunda perspectiva considera las relaciones interpersonales y, en general, las situaciones colectivas, tanto en el interior de los grupos como las que se dan entre los mismos, desde los más elementales hasta los más complejos.

Desde cualquier punto de vista que se la mire, la paz deriva del orden, de la armonía que se establece entre distintos elementos de modo que cada uno ocupe el lugar que le corresponde, tal como lo señala San Agustín sobre todo en "La Ciudad de Dios". (Vid. http://www.escuelaculturadepaz.org/site/wp-content/uploads/023_Cuestiones_de_paz_en_san_agustin_ensayo_sobre_cuestiones_de_paz_en_san_agustin.pdf). 

Pues bien, esa armonía es tema de la ética, que nos enseña cómo lograrla en el interior de cada uno de nosotros y en nuestras relaciones con nuestros semejantes, con el mundo que nos rodea y con  Dios, como quiera que lo concibamos. Aristóteles pensaba que la armonía en todos los órdenes, la que se logra a través del justo medio o la justa medida, es presupuesto de la vida buena a que todos aspiramos. 

Pero esto que parece tan sencillo al momento de enunciarlo, implica asuntos de extrema complejidad.

En lo que a la vida individual concierne, se trata nada menos que de la felicidad que se supone trae consigo el equilibrio interior. La paz del alma es, en efecto, condición inexcusable de la vida feliz. 

Todo el pensamiento clásico se esmera en identificar las vías que hacen posible esos estados de ánimo sosegado. Pero hay discusiones no solo sobre cómo lograrlos, sino acerca de en qué consisten ellos mismos, tal como lo ilustran las diferencias entre la ataraxia que predicaban los estoicos y la beatitud o bienaventuranza en que creemos los cristianos. 

Estas diferencias conceptuales trazan el deslinde entre la "vida buena" y la "vida plena". En la primera se centra el ideal pagano. La segunda,  alude al despliegue del espíritu y su destino eterno, o sea, a lo que el padre F. Brune viene tratando en sus escritos más recientes como el proceso de divinización del hombre a través de la exigencia infinita del amor. (Vid. https://teologiaaquialla.wordpress.com/2016/03/12/francois-brune-para-que-el-hombre-se-convierta-en-dios-tomo-1-4-primera-parte-la-exigencia-infinita-del-amor-dios-y-el-hombre-la-union-imposible-i-la-revelacion-del-amor-l/). 

El pensamiento actual es, por decir lo menos, errático acerca de estas cuestiones cruciales. El relativismo que lo domina postula que cada individuo se forja su propia idea de la felicidad, que todas esas ideas tienen el mismo valor, que ninguna es verdadera en el sentido de tener asidero en la realidad y, por lo tanto, todas son ilusorias o tal vez aleatorias, ya que nada garantiza su efectividad. Así las cosas, la paz del alma termina siendo para algunos extremistas asunto de Prozac, de cannabis o de tránsito hacia la nada a través de la solución final que ofrece el suicidio.

Si bien el tema de la paz en la esfera social exhibe sus propios matices, no cabe duda de que entre la paz interior de cada individuo y la paz en las colectividades hay fuertes interrelaciones. Cuando el Evangelio dice que "el Reino de Dios ya está entre vosotros"(Lc. 17, 20-25), postula que no habrá paz entre los hombres si cada uno vive en conflicto consigo mismo. Y lo que caracteriza al malvado es justamente ese estado de conflicto interior que padece por haber perdido el control de sus tendencias negativas, sus defectos de carácter.

En uno de sus textos más profundos acerca de la interioridad humana, Dostoiewsky examina la psicología del revolucionario, al que considera como un endemoniado o un poseído, vale decir, un desaforado. Y en el lenguaje de Hesiodo, que según Verdross inaugura con Homero la Filosofía del Derecho del Mundo Occidental, el revolucionario está poseído por Eris, Bía e Hybris, las tres grandes opositoras de Dike, que es la portadora del Derecho: "Eris es la pendencia, la que subvierte el orden, Bía es la fuerza que se enfrenta al derecho, e Hybris la incontinencia que excede los límites del derecho, transformando lo justo en injusto"(Vid. http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/456/3.pdf).

¿Cómo convivir armónicamente con quien ha hecho de la pendencia que subvierte el orden, la fuerza que se enfrenta al derecho y la incontinencia que excede los límites del mismo su modus vivendi, la razón o sinrazón de su existencia misma?

Muchos colombianos pensamos que en La Habana no se está trayendo a los criminales de las Farc al redil de la ciudadanía republicana y democrática, sino que se les están otorgando a cambio de sus promesas no garantizadas de desmovilización y desarme unas ventajas excesivas que  rompen de tajo los débiles hilos de nuestro tejido institucional y los ponen en situación de privilegio para continuar ejerciendo sus desafueros. No se los está ubicando, pues, en el lugar que les correspondería a fin de estructurar un orden justo, sino en posiciones que desconocen las aspiraciones de sus innumerables víctimas y, además, nos exponen al resto de los habitantes de este desventurado país a sufrir las penosas consecuencias de sus desafueros.

Ya lo he dicho en otras ocasiones: tanto la verdad como la justicia son las grandes ausentes en los diálogos de La Habana. Y de ese modo no es posible llegar a la paz. Dada la frivolidad de Santos, lo suyo son remedos o máscaras de verdad, justicia y paz, pero no hechos constitutivos de las mismas.

El "ballet jurídico" que según Álvaro Leyva pretende blindar los acuerdos con las Farc (Vid. 
http://app.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/acuerdos-especiales-con-las-farc/16599629), no es otra cosa que un vulgar zafarrancho  del que resultará a no dudarlo la destrucción de lo que Marco Palacios describió hace algún tiempo como "La delgada corteza de nuestra civilización". En efecto, a los vergonzosos desafueros que se están cometiendo no tardarán en seguirlos otros quizás peores.

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