miércoles, 2 de diciembre de 2020

Católicos y cristianos, defendamos nuestra fe

 En un escrito anterior observé que las sociedades tradicionales privilegian la unidad religiosa porque la identidad comunitaria y la legitimidad del poder encuentran ahí su mejor garantía. De ahí que a las disidencias se las mire con desvío hasta el punto de querer erradicarlas, por considerarse que ponen en peligro el orden social.

Sobre el tema ha escrito León Poliakov un valioso libro, "La Causalidad Diabólica: Ensayo sobre el origen de las persecuciones", que se ocupa no sólo de las persecuciones contra los judíos, sino contra otros grupos a los que se ha considerado como perjudiciales  para las comunidades y por eso se los ha calificado de diabólicos (vid. https://www.amazon.com/s?k=leon+poliakov&i=digital-text&__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&crid=AWUMZJ7JFUGI&sprefix=Leon+Poliakov%2Cdigital-text%2C311&ref=nb_sb_ss_ts-a-p_1_13). Poliakov es autor de una "Historia del Antisemitismo" en varios volúmenes y, a partir de ella, se interesó en general en el fenómeno de la intolerancia, principalmente la religiosa.

La tolerancia religiosa es un fenómeno más o menos reciente. Si bien se considera a Locke y a Voltaire como profetas de la libertad religiosa en los tiempos modernos, hay que observar que el primero de ellos, al abogar por la misma en Inglaterra, excluye a los católicos, por considerarlos peligrosos para su país, mientras que el segundo es rabiosamente anticatólico, antisemita y racista. Al fin y al cabo. incrementó su enorme fortuna con inversiones en compañías dedicadas al tráfico de esclavos.

Hay diversos motivos que explican el tránsito hacia la tolerancia religiosa. Unos de ellos tocan con la necesidad de aceptar el hecho de la diversidad de creencias y de buscar, entonces, el modus vivendi que hiciera posible la convivencia pacífica entre ellas. Otros tienen que ver con la decadencia de la fe religiosa, debida en buena parte a la irracionalidad y la ferocidad de las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, la cual se vio sustituida a partir del siglo XVIII por las ideologías. En la medida que la identidad del cuerpo político se fue basando en el credo nacionalista y la legitimidad de la autoridad se fundó en la idea del contrato y en la voluntad general, se fue perdiendo interés en preservar la religiosidad comunitaria, aunque las tendencias conservadoras siguieron insistiendo en ella por considerarla como garantía de la moralidad colectiva y, por ende, del orden social.

Para el Iluminismo, la religión es un asunto que pertenece a la esfera íntima de cada individuo y no hay por qué reconocérsele trascendencia social. Cierta tendencia, basada en una filosofía de la historia muy elemental y poco ajustada a los hechos, la de la famosa Ley de los Tres Estadios, la considera propia de etapas periclitadas de la evolución de las sociedades y llamada a desaparecer, sea por la madurez intelectual de las mismas, ya por obra de la acción "progresista" del poder.

Esta última tendencia pone énfasis no en la libertad de religión, sino en la libertad de la religión, es decir, en que la acción emancipadora del poder debe aplicarse precisamente a liberar al individuo de lo que los marxistas denominan la "alienación religiosa". Según el denso escrito de Jean-Ives Calvez S.J. sobre "El Pensamiento de Carlos Marx", esta es la forma de alienación contra la que principalmente hay que luchar para la transformación revolucionaria de la sociedad.

Con esto observo que la idea del Estado laico ofrece dos vertientes muy diversas. 

La primera afirma la neutralidad del Estado frente al hecho religioso, pero dentro del principio del respeto a la libertad de conciencia, que se proyecta en el derecho de cada persona a profesar sus propias ideas acerca de sus relaciones con la esfera sobrenatural, a divulgarlas, a asociarse para ejercer el culto que a bien tenga y a no ser molestado por ello. Bueno es observar que según enseña el profesor Rémi Brague en "La Ley de Dios", la idea de la conciencia moral y su conexión con Dios es de raigambre netamente cristiana, no obstante cierta conexión con la tradición judía. Ese respeto por la conciencia individual se inscribe dentro de lo más meritorio del pensamiento libera yl no deja de tener entonces un fundamento religioso, en rigor, cristiano.

La segunda vertiente, en cambio, es hostil a la religión. Esa hostilidad asume diversas modalidades, desde la franca y brutal persecución hasta otras más sutiles que tienden hacia la erosión de la sacralidad en la conciencia colectiva. Lo sagrado, que constituye el núcleo de la religiosidad, se demerita mediante la parodia, la burla o la banalización, que distorsionan y hasta niegan el sentido de la trascendencia espiritual del ser humano. 

A esto último estamos asistiendo a pasos agigantados en el escenario de la Colombia actual. Hay todo un proceso concertado hacia la descristianización de nuestra sociedad y debemos preguntarnos acerca de lo que podría suceder si dejasen de tener vigencia entre nosotros las ideas religiosas y los preceptos morales del cristianismo, que es lo que se proponen todas las corrientes de izquierda, desde la que lidera Fajardo hasta las de Petro.

Hay que exhortar, pues, a católicos y cristianos a que defiendan su fe en las urnas de votación. Unos y otros no pueden seguir votando por personajes como Claudia López o "Pinturita", cuyas acciones propenden hacia la destrucción de sus creencias más caras.



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