lunes, 4 de diciembre de 2017

La Rifa del Tigre

No otra cosa se ganará el que resulte triunfador en las próximas elecciones presidenciales, pues el legado de Santos no podría ser más ruinoso: un país moral y anímicamente destruído, con su institucionalidad hecha trizas y su economía desquiciada, naufragando en medio de un mar de coca y con una delincuencia ensoberbecida.

La gran tarea que le espera al próximo presidente es la reconstrucción del tejido comunitario, que Santos dejará en hilachas. Y para ello tendrá que contar con sólidas mayorías electorales que le garanticen en el congreso, en los partidos, en los medios, en los círculos dirigentes y en los distintos escenarios colectivos la gobernabilidad que se requiere para superar la crisis en que ya estamos inmersos.

Son muchos los asuntos de extrema gravedad que será menester que se afronten en procura de enderezar el rumbo que llevamos.

Por supuesto que en la agenda figura en primerísimo lugar lo que atañe al NAF. Su implementación es imposible, porque el país no la quiere y, además, desde todo punto de vista le resultaría enormemente perjudicial, así fuese tan solo desde el punto de vista financiero. Nuestros agotados recursos fiscales no dan para cumplir los compromisos que irresponsablemente se acordaron con las Farc, que mal contados representan quizás unos diez billones de pesos anuales a lo largo de una década. Pero hay otros temas no menos importantes que ameritan revisarse.

El que se comprometa a implementar el NAF no sabe en qué cenagal va a hundirse. Pero la alternativa de revisarlo tampoco es fácil, pues implica definir qué puede mantenerse del mismo y qué debe corregirse, así como el sentido en que conviene hacerlo. E inexorablemente habrá que llegar a nuevos acuerdos con las Farc, si se quiere emprender algo viable.

Una apabullante derrota electoral de los partidarios del régimen de transición que promueven las Farc servirá para convencerlas de la necesidad de que se acoplen a la idea de una verdadera democracia pluralista y abandonen sus ínfulas hegemónicas en pro de una delirante "refundación de Colombia" al estilo de los modelos castrochavistas.

El NAF exhibe muchísimos defectos de los que la opinión pública ya se está percatando. Pero el más grave de todos radica en que, en lugar de abrir la posibilidad de que en nuestro escenario político juegue una tendencia social-demócrata civilizada y razonable, se le están otorgando privilegios exorbitantes a un grupo que, como lo he dicho en múltiples ocasiones, está animado por un proyecto totalitario y liberticida. 

Las Farc no han evolucionado ideológicamente, al menos para mejorar en su apreciación de las realidades del mundo actual. Es posible que sus tácticas hayan cambiado, pero el núcleo de su doctrina permanece siendo el mismo. Son comunistas recalcitrantes y gozan en virtud del NAF de ventajas que los demás sectores de la opinión no tienen. Si se instaura el gobierno de transición que predican, su hegemonía se hará sentir más temprano que tarde.

Lo que Colombia necesita no es ese gobierno de transición, sino uno de contención de los desaforados apetitos de las Farc. 

Cómo bajar por las buenas a sus capos del coche en que ya los encaramó Santos, he ahí el detalle.




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