jueves, 25 de diciembre de 2025

El Misterio de la Navidad

El racionalismo radical que prevalece en los medios académicos y ha permeado la cultura de la gente del común tropieza con severas dificultades al encarar lo aleatorio, lo complejo y lo misterioso. Hay muchos asuntos que preocupan a la mente humana a los que ésta da respuestas muy poco satisfactorias que se escudan en relegarlos al ámbito de lo irracional, lo incognoscible o lo mítico y respecto de lo cual se proclama el agnosticismo, a veces con la ilusión de que los avances de la ciencia quizás podrían en el futuro desvelar sus incógnitas. En rigor, lo que conocemos con certeza de la realidad en que estamos inmersos es muy poco. Es lo que le hizo exclamar a Pascal: "El silencio eterno de esos espacios infinitos me sobrecoge".

Nuestras vidas transcurren en medio de escenarios misteriosos que la racionalidad ordinaria no alcanza a explicar ni comprender a ciencia cierta. En "Historia y Destino", Jean Guitton se aplica a explorar tres direcciones a través de las cuales nuestro entendimiento procura orientarse acerca de esos misterios: el azar o total indeterminación del hombre en su devenir temporal; el sino, que vincula los hechos humanos y naturales de la historia de un modo necesario e inexorable; y el destino, que actúa sobre las circunstancias objetivas de la vida humana, con la intervención de un factor eterno e intemporal de Dios. Vid. jean guitton: Historia y Destino - Búsqueda. Jacques Monod, en "El Azar y la Necesidad", reduce la explicación, en lo que concierne al orden biológico, a las dos primeras orientaciones, con exclusión de la tercera y más importante. Vid. (4) Monod-El azar y la necesidad.

El Deísmo de los siglos XVII y XVIII, que abre el camino al franco ateísmo de los siglos recientes, no niega al Dios creador, pues según dijo Voltaire no es concebible el mecanismo de relojería que rige el mundo al tenor de las ideas de Newton sin el relojero que lo ordena, pero niega que la acción divina vaya más allá de la creación. Para sus cultores, no hay Dios conservador de su creación ni providente de su funcionamiento. Es tan sólo la causa primera que postulaba Aristóteles y nada más. Ese planteamiento prepara la célebre respuesta de Laplace a Napoleón: para su sistema astronómico Dios es una hipótesis innecesaria. 

Pero si prescindimos de dicha hipótesis, tanto nuestra vida personal como la de las sociedades y, en consecuencia, la historia misma, dependerá tan sólo de la ceguera del azar y la arbitrariedad del sino.

El cristianismo introduce un elemento fundamental que además da cuenta de la racionalidad del mundo en que vivimos: la Providencia Divina. El Dios providente que nos ha creado libres y, por consiguiente, dotados de la posibilidad de elección entre el bien y el mal, actúa sin forzarnos a través de la gracia, su presencia sacramental y su guía amorosa para conducirnos hacia la bienaventuranza eterna. Su quintaesencia es el amor. Como lo decía el entonces cardenal Ratzinger en su "Introducción al Cristianismo", el mundo ha sido creado pr Dios "porque el amor hace cosas así". Y en su primera encíclica como papa Benedicto XVI proclama que Dios es amor: vid. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005).

Como, según reza el Evangelio, para Dios no hay imposibles (Lc. 1:37), su acción providente lo llevó a encarnar a su Hijo en la virgen María para. como ayer les decía a mis nietecitos, abrirnos las puertas del cielo y trazarnos el camino para llegar allá. La Navidad que estamos celebrando evoca esta sublime manifestación del amor de Dios por la humanidad, que se proyecta después en su Pasión, Muerte y Resurrección, dado que, tal como lo proclama el Evangelio de san Juan, "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que cree en Él no se pierda, sin que tenga vida eterna" (Jn. 3:16).

Frente a la metafísica del azar y el sino, se alza entonces la del amor, concepto sublime que se ha pervertido al reducirlo al ímpetu venéreo, despojándolo de su elevada dimensión espiritual. La civilización del amor que postula el cristianismo está por proyectarse en la realidad humana, que sufre la perniciosa incidencia de los pecados capitales. Recuerdo que en "La Siete Columnas" mi admirado Wenceslao Fernández Flórez postulaba con ironía que sobre esos siete pecados capitales reposa el ordenamiento de la sociedad humana. El proyecto histórico cristiano busca fundar ese ordenamiento sobre otras bases, inspiradas en el amor, pero tropieza con la fuerte inclinación hacia el lado oscuro que pesa sobre nuestras tendencias. 

El padre Dwight Longenecker, en "Catholicism Pure and Simple", evoca los dos caminos que según J.R.R. Tolkien en "El Señor de los Anillos" se abren para el transcurso de la vida humana: el lado luminoso y el lado oscuro. La propuesta católica nos ofrece llevarnos por el primero de ellos, pero nuestra débil naturaleza suele inclinarnos por el segundo. De hecho, la historia de la humanidad exhibe la confrontación entre el lado luminoso y el lado oscuro, que es el tema de un escritor de profundas creencias como Tolkien.

Que el espíritu de Navidad traiga luz para todos mis lectores es lo que en estos momentos deseo fervientemente.





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