Los supuestos aspirantes de centro a la presidencia que arrojan dardos ponzoñosos contra Abelardo de la Espriella parecen ignorar que el verdadero contrincante de ellos y el resto del país en los comicios venideros es el senador Cepeda, que muestra un inquietante porcentaje de apoyo en las más recientes encuestas.
Aunque él se enoja y amenaza cuando lo señalan como el candidato de las Farc, no puede ocultar que por lo menos es compañero de ruta de las viejas y las nuevas Farc, como tampoco puede disimular su verdadera identidad política. Es, a no dudarlo, un comunista más recalcitrante que el actual okupa de la Casa de Nariño y con más densa formación ideológica, adquirida nada menos que detrás de la Cortina de Hierro. Sus creencias son, por supuesto, respetables, pero no hay que desconocer que el comunismo suscita entre sus adherentes una fe que poco difiere en su talante de la de los más exaltados fundamentalistas religiosos. Como lo he observado en un escrito anterior, la suya es una religión secular.
El revolucionario rechaza en su totalidad el orden establecido, pues lo considera radicalmente injusto. Está armado de una compleja elaboración doctrinaria llamada a justificar esa actitud. Considera que él goza de una revelación que lo provee de los elementos necesarios para configurar la sociedad deseable en la que impere la justicia igual para todos. Y cree que todos los medios, incluidos los más atroces, justifican el fin de edificar esa sociedad ideal que sólo existe en su mente. La moral revolucionaria predica que es lícito todo lo que contribuya al buen suceso de la causa. Es lo que predica el famoso catecismo de Nechayev (vid. Catecismo del revolucionario - Wikipedia, la enciclopedia libre)
Pues bien, si hace un siglo el comunismo era una ilusión que enardecía a jóvenes idealistas, hoy representa una deplorable decepción que sólo puede entusiasmar a mentes desenfocadas que Freud consideraría delirantes por su pérdida del sentido de la realidad.
El gran peligro que nos acecha no es la contundencia de los planteamientos de Abelardo, que es un devoto de la democracia liberal, sino la posibilidad de que el candidato comunista triunfe en las elecciones. Ahí sí, como reza el Evangelio, veremos el llanto y el crujir de dientes.
Vuelvo a recordar que la idea democrática se proyecta en dos direcciones inconciliables entre sí: la democracia liberal y la totalitaria.
La primera, como lo señaló Raymod Aron en un escrito que merece mantenerse siempre presente, constituye el denominador común de la derecha no extremista y la izquierda moderada. No es otra cosa que el rasgo distintivo de la civilización política forjada por el Occidente al que pertenecemos. La segunda sobrevive en los países comunistas, que niegan los valores de libertad y tolerancia que mal que bien nos esmeramos en cultivar.
No deja de parecer una burla a la inteligencia ciudadana que se nos presente como paraísos deseables al alcance de la mano los infiernos que padecen en sus países los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses. ¿Tendrá el senador Cepeda otra fórmula para hacernos creer que lo que él propone es un socialismo con rostro humano como el que soñaron los checos en 1968 y que frustraron los soviéticos con sus tanques?
He recordado en varias ocasiones lo que ha escrito Shery Berman sobre cómo los acuerdos sobre lo fundamental entre la Democracia Cristiana y la Social Democracia edificaron la paz política y social en el occidente de Europa después de la II Guerra Mundial. La democracia liberal hace posible dichos acuerdos. Reconoce que las diferencias de opinión son algo natural y necesario para la buena salud de la sociedad y es posible ventilarlas dentro del marco de unos valores comúnmente aceptados. Eso es imposible bajo un régimen comunista. Vid. https://en.wikipedia.org/wiki/Sheri_Berman
El debate electoral venidero no se centra en las diferencias entre Abelardo y sus contradictores dizque de centro, sino en la contraposición de la democracia liberal y la totalitaria que profesa el senador Cepeda.
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