viernes, 15 de julio de 2016

La Iglesia y los diálogos con las Farc

La Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) se pronunció hace poco sobre los diálogos que se adelantan con las Farc en la Habana.(Vid. http://www.cec.org.co/sites/default/files/Comunicado.pdf).

No han faltado los que dicen a voz en cuello que los obispos colombianos adhirieron en bloque y sin cortapisas a lo que el gobierno de Santos ha venido acordando con los delegados de las Farc.

Pero si se lee con atención el documento habrá que considerar los matices del mismo, para concluir que se trata de un apoyo condicionado que deja en libertad a los fieles para formarse su propio criterio sobre este proceso.

Hay que señalar, ante todo, que la paz es un valor que ocupa lugar destacado en la axiología del Evangelio. Uno de sus textos más célebres reza: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27)

Como lo explica el sitio católico Evangelio del Día, el mensaje de paz que predica Nuestro Señor Jesucristo alude en primer término a la paz espiritual, es decir, la paz interior, la buena paz, la tranquilidad del alma en Dios, que tiene su fuente en el amor y consiste en un gozo inalterable del alma que está en Dios.

Se la llama paz del corazón y es el comienzo y un anticipo del paz de los santos que están en la eternidad.(http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=commentary&localdate=20151022). 

La paz interior corre parejas con la paz con el prójimo, que se da en las relaciones interpersonales. 

La idea de que debemos esmerarnos en vivir en paz con nuestros semejantes corre a lo largo y ancho del Evangelio, a partir del mandato del amor al prójimo y los que del mismo emanan, tales como el de la misericordia, el del perdón, el de la benevolencia, el del servicio y, en general, el de la abnegación ante las debilidades y flaquezas de quienes compartimos la condición humana.

Para muestra, las siguiente palabras de Nuestro Señor:

"Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da; y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 27-36).

Se sigue de ahí que la Iglesia, fiel al mandato de ir a todo el mundo y proclamar la Buena Nueva a toda la creación (Mc. 16:15), debe mirar siempre con buenos ojos e incluso estimular todo esfuerzo que se haga en favor de la paz en las comunidades. Y así lo ha hecho, sobre todo en los últimos tiempos, en distintos escenarios y latitudes. De ahí sus esfuerzos para buscar buenos entendimientos con las demás confesiones cristianas e incluso con los diferentes credos religiosos, así como sus múltiples intervenciones en procura de la superación de conflictos tanto internos como internacionales.

Es dentro de este contexto que hay que entender los párrafos iniciales del Comunicado de la CEC sobre el proceso de paz con las Farc:

"La Iglesia, que siempre ha trabajado a favor de una salida negociada de la confrontación armada para que se superen todas las formas de violencia existentes en nuestro país, ve con esperanza el diálogo que ha tenido lugar en La Habana. Seguimos las orientaciones del Papa Francisco, cuya visita a Colombia anhelamos: somos conscientes de la importancia crucial del momento presente, en el que con esfuerzo renovado y movidos por la esperanza, los colombianos estamos buscando construir una sociedad en paz. También es nuestro deseo que la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor.
"Al mismo tiempo, somos conscientes de que esta hora de la historia colombiana conlleva serios desafíos, que es necesario asumir con valentía, responsabilidad y compromiso de todos, si queremos que la semilla de la paz encuentre buen terreno y produzca fruto. Por eso, en esta Asamblea hemos puesto nuestra mirada de pastores en la situación actual del país, con el propósito de iluminar y discernir desde la Palabra de Dios, las problemáticas que están a la raíz de la violencia y que nos han dejado profundas y graves heridas. No podemos tener auténtica paz si no trabajamos juntos por erradicarlas."

Pero el Comunicado advierte que la búsqueda de la paz parte de severos condicionamientos morales que el mismo enuncia en relación con el origen de las manifestaciones de violencia que azotan a nuestra sociedad, a saber:

-El alejamiento de Dios.

-La crisis de humanidad.

-La desintegración de la familia.

-La pérdida de valores y el relativismo ético.

-Los vacíos del sistema educativo.

-La ausencia del Estado o su debilidad institucional.

-La inequidad social.

-La corrupción.

La posición del episcopado colombiano al respecto es nítida: si las partes en conflicto no se ocupan en serio de abordar estos factores de deterioro social, será muy difícil, cuando no imposible, el logro de una paz estable y duradera entre nosotros.

La Iglesia no le otorga entonces un aval incondicionado al proceso de La Habana. Aspira a que del mismo resulten hechos positivos de paz, pero es consciente de que si las partes prestan oídos sordos a sus condicionamientos morales el proceso corre el riesgo de culminar en un rotundo fracaso.

No olvidan los obispos colombianos las sapientísimas advertencias que su oportunidad hizo S.S. Juan Pablo II, hoy elevado a los altares, acerca de estas cuatro exigencias precisas del espíritu humano en orden a la edificación de la paz en las comunidades: verdad, justicia, amor y libertad. Véase, por ejemplo, lo que expresó de modo inequívoco sobre el tema en el siguiente documento: http://es.catholic.net/op/articulos/17889/cat/716/para-servir-a-la-paz-respetar-la-libertad-juan-pablo-ii.html

Respetuosos de la libertad y de los fueros de la conciencia, nuestros obispos hacen el siguiente pronunciamiento:

"Convocamos al pueblo colombiano a participar en la consulta sobre los Acuerdos de La Habana, de manera responsable, con un voto informado y a conciencia, que exprese libremente su opinión, como ejercicio efectivo de la democracia y con el debido respeto de lo que la mayoría finalmente determine."

En síntesis, nos piden que pensemos en la paz y valoremos los esfuerzos que se hacen para conseguirla, pero entienden que los eventuales Acuerdos de La Habana están abiertos a toda suerte de discusiones que no es posible zanjar de manera autoritaria y pueden suscitarnos a los fieles unos delicados cuestionamientos que constituyen severos desafíos para las conciencias individuales.

Al fin y al cabo, serán estipulaciones convenidas entre partes caracterizadas por el alejamiento de Dios, que es el primer factor de desorden social que destaca la Conferencia Episcopal en su Comunicado.

En efecto, Santos dice creer en Dios, pero de labios para afuera, y las Farc profesan un credo materialista, antirreligioso y ateo. ¿Qué papel podría jugar entonces Dios en lo que se convenga en La Habana? ¿Cómo pedirles a quienes allá dialogan que se ocupen del problema capital del alejamiento de Dios en nuestra sociedad?







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