Vuelvo sobre un tema que he tratado en otras ocasiones. El asunto versa sobre lo que está en juego en los procesos electorales que tendrán lugar entre nosotros en el año que viene. El debate no versará, como lo creen ciertos medios, entre derecha, centro e izquierda, que son palabras gaseosas que pueden significar lo que se quiera, sino entre dos concepciones radicalmente opuestas acerca de la democracia: la pluralista o liberal y la totalitaria o comunista.
Así traten de disimular su auténtica identidad ideológica, tanto el que nos desgobierna como el senador que aspira a sucederlo agitando sus banderas son comunistas recalcitrantes que saben que no pueden presentarse como tales ante un electorado que no votaría por quienes ofrezcan convertirnos en otra Cuba u otra Venezuela.
El primero de ellos se dice sin sonrojo que es continuador del legado de López Pumarejo y de Gaitán, que eran liberales con tintes socialistas, pero celosos defensores de las libertades públicas y de ninguna manera adictos al totalitarismo soviético. El ideario de López se nutría del New Deal de Roosevelt y tal vez con algo del Laborismo británico. Gaitán estaba probablemente más cerca del socialismo francés de la Tercera República y de la Socialdemocracia alemana, así como de la Revolución Mexicana. Conviene recordar que en las elecciones de 1946 los comunistas votaron por Gabriel Turbay, que había sido parte de ellos en los años 20, y no por Gaitán. Hay serios indicios de que fueron ellos los que lo mataron para desencadenar el "putsch" del 9 de abril de 1948. Un liberal auténtico no habría deplorado la caída del muro de Berlín, ni rendido homenaje a la tumba de Mao, ni censurado a Stalin dizque por haber renunciado en Yalta a extender el comunismo por todo el orbe terráqueo. Tal como lo escribí en otra oportunidad, hablar de un liberalismo petrista es a no dudarlo un oxímoron.
El senador Cepeda se presenta como un celoso defensor de los derechos humanos, pero lo es al modo comunista, vale decir que los defiende para socavar la institucionalidad liberal, mas no para protegerla. Al igual que Sartre, que se declaraba Compañero de Ruta de los comunistas, pero sin adherir a su partido, sus antecedentes muestran una entrañable cercanía con las Farc, así como sus afinidades con los regímenes de Cuba y Venezuela.
Los comunistas profesan una versión de la democracia que juiciosos analistas consideran que es totalitaria (vid. https://academia-lab.com/enciclopedia/democracia-totalitaria/). A ella se contrapone la pluralista o liberal, que parte de la base de que las comunidades políticas se integran por el consenso de valores de segmentos que pueden profesar distintas aspiraciones que no sólo son naturales, sino también necesarias para el ordenamiento social. El punto de partida de esta concepción estriba en que la sociabilidad humana se manifiesta en una pluralidad de relaciones sin que haya alguna que absorba todas sus posibilidades. De hecho, cada uno de nosotros hace parte de diversos colectivos que pueden o no ser compatibles entre sí. En mis cursos universitarios he invocado esos conflictos en cuya descripción fue tan diestro Graham Greene. Para el que desee profundizar el tema que estoy tratando le recomiendo que lea "Democracia y Totalitarismo", de Raymond Aron, uno de los pensadores liberales más destacados del siglo XX, cuyas enseñanzas han alimentado buena parte de mi pensamiento político. Vid. [PDF] Raymond Aron - Democracia Y Totalitarismo.pdf - Free Download - 38KB.
Por su propia esencia, la democracia pluralista rehúsa el pensamiento único que pretende imponer el totalitarismo. Es lógico que en su seno se manifiesten distintos matices llamados a competir entre ellos por el favor de la opinión pública, lo que impone la necesidad de lo que Álvaro Gómez Hurtado llamaba los acuerdos sobre lo fundamental, esto es, las reglas de juego que permitan la armónica convivencia de las diversas perspectivas sobre el buen orden social.
Hace algún tiempo comenté un valioso ensayo de Sheri Berman acerca de cómo ese acuerdo sobre lo fundamental entre la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia, lo que acá con cierta impropiedad se llama centro-derecha y centro izquierda, trajo consigo después de la Segunda Guerra Mundial la paz a Europa Occidental, la zona más convulsionada y violenta del mundo en las primeras décadas del siglo pasado. El trasfondo de la cuestión está en buscar la compatibilidad entre la economía de mercado y la acción social del Estado, dentro del marco de la garantía de la libertad política y las instituciones democráticas.
La coyuntura política actual entre nosotros pone de manifiesto la necesidad inexorable de promover consensos para, en todo caso, atener la reconstrucción del tejido social, la institucionalidad y el sector productivo, que han sido severamente alterados por el desgobierno reinante. Quien aspire a tomar las riendas del país tiene que rescatar la vigencia del Estado de Derecho, que ha desaparecido en vastas porciones del territorio, poner orden en las finanzas públicas, estimular los emprendimientos productivos y, en todo caso, atender inaplazables demandas de los sectores populares. Es un vasto programa que exige decisión, prudencia y pragmatismo. Hay que atenerse a la realidad de las circunstancias imperantes y a las posibilidades que las mismas permitan.
El acuerdo de distintas fuerzas políticas contrarias a los designios totalitarios y liberticidas del Pacto Histórico suscita la esperanza de tiempos mejores para nuestra sufrida Colombia. Las elecciones de marzo próximo serán decisivas para nuestro futuro.