miércoles, 3 de julio de 2024

¡Ay del escandaloso!

Conviene recordar que la indignidad por mala conducta constituye, según el artículo 175-2 de la Constitución Política, una de las causales de destitución del Presidente que le compete declarar al Senado, previa acusación de la Cámara de Representantes.

La mala conducta de que se trata es diferente de los delitos que contempla el Código Penal. No está tipificada como ellos, ni se la examina con los mismos criterios. Se la juzga con arreglo a principios morales vigentes en la comunidad.

Según el DRAE, indignidad es la cualidad de ser indigno y son sinónimos suyos las siguientes voces: ruindadbajezaabyecciónhumillaciónvilezadeshonorultrajedesmerecimiento.

En cuanto a indigno, el DRAE enseña que es un adjetivo que cuenta con dos acepciones:

1. Que no tiene mérito o disposición para algo; 2. Que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias.

La expresión tiene como sinónimos los siguientes: vil, despreciable, indecoroso, ruin, abyecto.

Pues bien, cabe considerar si el hecho de que un Presidente en visita oficial al extranjero se exhiba amorosamente en público con otra persona (hombre, mujer o transexual), tal como acaba de hacerlo el inquilino de la Casa de Nariño en Panamá, es algo que corresponde a sus circunstancias, es decir, a la alta investidura que ostenta y al respeto que la misma amerita, o sólo tendría incumbencia en el ámbito familiar.

Parece claro que en este último ni la esposa ni los hijos estarían dispuestos a aceptar ese comportamiento, a menos que fuesen de una laxitud extrema. En principio, la infidelidad que sugiere el hecho le daría a aquélla el derecho de pedir separación de cuerpos y de bienes e incluso el divorcio. Pero todo esto es asunto de su intimidad familiar.

Lo que interesa al público es si la conducta presidencial en este caso es tan indecorosa que la hace impropia del cargo que ocupa.

Para el análisis de la cuestión hay que partir de la base de que el hecho de marras no se produjo en la esfera íntima y mucho menos en lo que concierne al fuero interno en que cada persona goza de amplia libertad, como acaba de alegarlo el incriminado en uno de sus pronunciamientos vía X. Es algo que se dio en la vía pública, a la vista de todo el que pasara por ahí y pudo registrarse en videos y fotos vaya a saberse por quién.

Peor todavía, estaba en Panamá en visita oficial. No era un turista como los que se han cebado en Medellín y otras localidades para dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sino el Presidente de la República de Colombia, que estaba asistiendo a la posesión de su homólogo de la de Panamá. Esta circunstancia daba lugar a que debiera exhibir un comportamiento ejemplar, adecuado a su elevada jerarquía.

Bien se sabe que el sujeto en mención es un transgresor empecinado que poco se cuida de las formas, a punto tal que bien cabría considerárselo como un individuo sin Dios ni Ley. Pero sobre él pesa un ordenamiento constitucional cuya violación podría dar pie para que se lo destituyera del cargo por su conducta impropia de la dignidad que el mismo encarna.

El asunto no atañe a su sexualidad, que en la esfera íntima puede dar lugar a múltiples manifestaciones que hacen parte de la libertad personal. Lo acontecido toca más bien con las buenas costumbres, que desde el Derecho Romano y a través de la tradición jurídica occidental suministran un valioso criterio regulador de la vida comunitaria.

La deplorable crisis moral que afecta a nuestra sociedad ha hecho perder de vista que el concepto de autoridad es inseparable del de respetabilidad. Aquélla se desmorona cuando deja de inspirar respeto. Y es lo que está sucediendo con quien en mala hora nos desgobierna: la gente no lo respeta. 

Bien se ha dicho que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los llamados a obedecer pierden el respeto. Y es lo que está sucediendo entre nosotros. Ya hay una canción irreverente sobre la aventura presidencial. Y no lo es menos un episodio humorístico transmitido ayer por Radio Tropicana.

Es posible que a muchos disolutos lo sucedido les parezca intrascendente. No lo es, en cambio, para los padres de familia, educadores y ciudadanos de bien que consideran que ahí obra un pésimo ejemplo, indigno de quien estaría llamado a orientar nuestra vida comunitaria.

La elite colombiana le está dando la espalda al Evangelio. Pero nosotros los creyentes afirmamos que nos enseña la Palabra de Dios. Y en boca de Nuestro Señor Jesucristo nos advierte: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar" (Lc. 17, 1-6).


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