miércoles, 31 de julio de 2024

Gangsterismo Político

En "Tiempos Modernos", Paul Johnson aplica este concepto para referirse a la acción criminal de comunistas, fascistas, nazis y otros movimientos antiliberales que hicieron estragos en el siglo pasado (vid. (99+) Paul Johnson Tiempos Modernos Texto completo - copie | Cros Raphaël - Academia.edu).

A esa calaña pertenece el régimen criminal que ha imperado en Venezuela a lo largo de un cuarto de siglo, que sigue los pasos del ya más que sexagenario que oprime al pueblo cubano.

No se trata de regímenes autoritarios en los que los ordenamientos políticos prevén espacios así sean limitados de control del poder y ejercicio de las libertades, sino de sistemas controlados por verdaderas pandillas criminales. 

Aunque podría considerárselos como democracias iliberales, al tenor de la categoría propuesta por Fareed Zakaria, Pierre Rosanvallon y Étienne Balibar, entre otros, en rigor es necesario ubicarlos en otro grupo conceptual que dé cabal razón de su verdadera índole.

Decía San Agustín que lo que diferencia al gobierno del Estado de una cuadrilla criminal es la justicia. De ésta sólo queda una deplorable fachada en esos regímenes en que el derecho ha desaparecido y sólo resta el imperio de la fuerza.

Dijo Pascal: "La justicia sin la fuerza es impotente; la fuerza sin la justicia es tiránica" ("Pensamientos", # 285).

Pues bien, en Venezuela ha desaparecido todo asomo de justicia y lo que reina es la fuerza bruta de una cáfila de tiranos despiadados e insolentes a los que se sindica de configurar un "Cártel de los Soles" que se lucra del narcotráfico y otras granjerías infames. Tanto la justicia norteamericana como la penal internacional van tras de varios de sus integrantes acusándolos bien sea por su vinculación con el mundo de las drogas, ya por los delitos de lesa humanidad perpetrados contra sus opositores.

¿Qué puede decirse de unos gobernantes que han reducido prácticamente a la miseria a la inmensa mayoría de sus gobernados y han provocado el éxodo de la cuarta parte de la población de su país?

El infortunio que padecen los venezolanos bajo un régimen de oprobio se ha intensificado a raíz de las elecciones del pasado domingo. El fraude, la mentira, la provocación, el insulto, las amenazas, el desprecio por las multitudinarias manifestaciones que demandan libertad y respeto por la voluntad popular depositada en las urnas, aunados a la más brutal de las represiones, muestran el verdadero rostro de la red de delincuentes que se ha enseñoreado del otrora floreciente y envidiado vecino nuestro.

Parecen gángsteres de los que se muestran en las películas del género. 

Lo muestran las imágenes de la televisión: la fuerza coactiva está en manos de las milicias chavistas, que configuran unos cuerpos de defensa del régimen que no están sujetos a legalidad alguna, algo así como nuestra malhadada Primera Línea de la que se ufana de capitanear el que lamentablemente nos desgobierna.

No deja uno de pensar en este antiguo dicho: "Cuando veas que rasuran la barba de tu vecino, pon la tuya a remojar".

¿Cuál será nuestra suerte en 2026 con unas elecciones presididas por un obsecuente servidor de las tiranías cubana y venezolana?


sábado, 27 de julio de 2024

Hoy un juramento, mañana una traición

Este verso de "Amores de Estudiante", un precioso vals que cantó Gardel en "Cuesta Abajo", viene como anillo al dedo para comentar la situación actual del Estado de Derecho en Colombia.

Hace algunas semanas, por iniciativa de la Fundación Excelencia, Liderazgo y Transformación que dirige el coronel Luis Alberto Villamarín Pulido (vid. Luis Villamarin - Presidente Fundación Excelencia, Liderazgo y Transformación - Autónomo | LinkedIn), tuvo lugar un interesante encuentro para tratar sobre el Imperio de la Ley entre nosotros.

Nuestra Constitución Política se jacta de que Colombia es un Estado Social de Derecho en el que su ordenamiento fundamental es norma de normas que los particulares y sobre todo los servidores públicos están obligados a cumplir. Estos últimos sólo pueden entrar a ejercer sus cargos previo juramento de cumplir y defender la Constitución y desempeñar los deberes que les incumben (arts. 1, 4 y 122 Const. Pol.).

La Constitución Política está pensada, entre otras cosas, como un sistema de pesos y contrapesas tendiente a controlar el ejercicio del poder público con miras a garantizar que el Estado funcione para el cumplimiento de los fines esenciales que según el artículo 2 le conciernen.

Es lo que en la teoría general se conoce como el Imperio de la Ley.

La pregunta básica que se plantea al respecto inquiere sobre cuán eficaz es dicho principio, a lo que ciertas mediciones internacionales responden con escepticismo, pues todo indica que en vastos espacios del territorio colombiano se trata apenas de una mera ficción.

Basta con atender las noticias cotidianas para enterarse del control que sobre muchas comunidades urbanas y campesinas ejercen grupos armados ilegales de diverso jaez, unos que alegan finalidades políticas y otros que son criminales a secas. Como las autoridades nacionales alegan su impotencia para someterlos e incluso parecen estar coludidas con ellos, los recursos jurídicos y materiales llamados a hacer efectivo el Imperio de la Ley están en suspenso o, como se dice coloquialmente, en "operación tortuga". Los trasgresores en general se sienten tranquilos porque la impunidad rampante los ampara. La política de paz total que pregona el que nos desgobierna no es otra cosa que una patente de corso para amparar a la delincuencia que se ha enseñoreado en el país.

Hay otro aspecto no menos preocupante de la cuestión. No hay que insistir mucho en la indignidad del que nos desgobierna ni en que su administración es la más corrupta e ineficiente que nos ha tocado soportar a lo largo de nuestra historia. Su desdén por el ordenamiento jurídico y los controles que pesan sobre sus acciones no sólo es manifiesto, sino inquietante en grado sumo. Pero dichos controles no funcionan o lo hacen con escandalosa parsimonia.

Por ejemplo, es un hecho notorio que la campaña que lo llevó a la presidencia violó los topes de financiación, lo que daría lugar a que, según el artículo 109 de la Constitución Política, perdieran sus cargos los elegidos. Esto se ha denunciado desde hace largo tiempo, pero es asunto que duerme el sueño de los injustos en el Consejo Nacional Electoral y la Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara de Representantes, que parecen estar bajo el control del exconvicto que ocupa la jefatura del Estado.

Todos los congresistas y magistrados de las altas cortes han tomado posesión de sus cargos después de comprometerse bajo juramento a cumplir fiel y lealmente los deberes que les corresponden. Pero no lo hacen y, por consiguiente, traicionan sin recato alguno sus solemnes promesas hechas a Dios y a la Patria. Bien claro se advierte que ni a Él ni a ésta y ni siquiera a ellos mismos respetan. 

Mención específica hay que hacer respecto de la Fiscal General de la Nación, que se graduó en una universidad católica y ha laborado a lo largo de muchos años en la administración de justicia. Hay que preguntarle si su conciencia le indica que debe obrar conforme al juramento que prestó o a sus afinidades políticas y personales.

A Discépolo se lo recuerda ante todo por las acerbas denuncias que hace en "Cambalache". Pero pienso que no le va en zaga "Qué vachaché", una de sus primeras composiciones, que trata de una "mina" inconforme con el idealismo de su compañero, al que le recomienda que se tire al río y no embrome más con su conciencia, puesto que a la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas (vid. Qué vachaché. Tango (1926) (todotango.com). Cualquier parecido con la crisis moral que padecemos los colombianos parece ser, como se dice en las películas, mera coincidencia.

viernes, 19 de julio de 2024

Sin Dios ni Ley

A partir de Rousseau, pasando por Marx y Engels, y desembocando en la Escuela de Frankfurt, el espinoso tema de la libertad ha derivado en la emancipación, que el que nos desgobierna esgrime como leitmotiv de sus desafueros, como el que hace poco protagonizó en Panamá para escándalo de la gente de bien no sólo en Colombia, sino allende nuestras fronteras.

Rousseau cuestiona cómo el hombre, habiendo nacido libre según la naturaleza, está cargado de cadenas que le impone la sociedad. Su propuesta se encamina a liberarlo de esas cadenas, pero no renuncia al vínculo moral, pues predica la virtud ciudadana, la entrega libre de la voluntad de cada uno al mito de la voluntad general. Kant, que reconoce la influencia de Rousseau en su pensamiento, destaca el hecho de la presencia de la ley moral en el interior del hombre, pero afirma que éste goza de autonomía para imponerse sus propias reglas, ajustadas eso sí a imperativos categóricos racionales. Cada uno es, en consecuencia, dueño de sí, pero sujeto a la ley de la razón. En el pensamiento posterior esa ley se va diluyendo al compás de lo que se ha llamado la crisis de la razón que ha generado el ateísmo que hoy predomina en el pensamiento filosófico. La preocupación de Marx y Engels, proseguida por los pensadores de la Escuela de Frankfurt termina versando sobre las condiciones culturales y sociales que hacen posible pasar del reino de la necesidad, que es el de las alienaciones, al de la libertad, en el que el bienestar material hace posible que cada uno haga de su capa un sayo si a bien lo tiene.

Este modo de ver coincide con el planteamiento que Dostoievski pone en boca de Iván Karamazov: "Si Dios no existe, todo es posible". De ahí que, al tenor del análisis de Jean-Yves Calvez, la primera de las alienaciones que según Marx hay que superar es la religiosa (vid. Download El pensamiento de Carlos Marx - 4.3 MB (zlib.pub).

Conviene reiterar que el que nos desgobierna, pese a sus disimulos y sus embustes, es un comunista recalcitrante. Si dice profesar la Teología de la Liberación es para engañar al pueblo. Es un discípulo aprovechado del Príncipe de la Mentira. Me atrevo a pensar que es, en rigor, un energúmeno en la plena acepción del término.

La insólita defensa de sí mismo que ha ensayado para justificar su descarada conducta en Panamá lo pinta de cuerpo entero. Su fuero íntimo es soberano y nadie tiene por qué censurarlo ni hacerle reclamo alguno. Como el lóbrego personaje de "Las Cuarenta", ese terrible tangazo de Gorrindo, no hemos de extrañarnos si lo vemos pasar del brazo con quien no debe pasar, pues en nada cree por encima de su propio parecer. (vid.https://www.todotango.com/musica/tema/134/Las-cuarenta).

Dicho en plata blanca, el que nos desgobierna es un nihilista, negador de todo fundamento objetivo sobre todo en lo religioso y lo moral. Para comprenderlo, hay que asomarse a la descripción que de sujetos de su laya hizo Dostoiewski en "Los Poseídos" o "Los Endemoniados" (vid. Los Endemoniados por Fiódor Dostoyevski [PDF] (infolibros.org). Pertenece a esa secta.

Con buenas razones ha dicho Vicky Dávila que es una vergüenza para Colombia. Pero es algo peor: una desgracia.

lunes, 15 de julio de 2024

Justicia y Paz

El que nos desgobierna clama por la justicia y la paz en nuestro país. Pero ¿qué entiende por ello?

El tema de la justicia es el más espinoso de la filosofía del derecho y la de la política.

A la luz de las enseñanzas de Aristóteles, la justicia es un valor que se manifiesta en la vida de relación. Consiste en dar a cada quien lo suyo en las relaciones de los individuos entre sí y en las de ellos con el todo social. Implica entonces adjudicaciones, repartos. En las relaciones interpersonales se refiere a lo que cada parte puede exigirle a la otra y al débito consiguiente. En las relaciones con el todo social, atañe a lo que cada uno puede esperar de la organización comunitaria, pero también a lo que ésta puede exigirles a los individuos que la integran.

El gran problema reside en la identificación del contenido de cada derecho y del consiguiente deber.

En unos casos, dicha determinación queda librada a la voluntad de las partes, como sucede en las relaciones contractuales. Pero no siempre es así, porque hay necesidad de proteger en las relaciones a los débiles, por lo que la autoridad de la ley introduce correctivos. En muchos otros casos es la misma ley la que define las penas y las cargas que deben soportarse, por ejemplo, en razón de la justicia criminal o de la tributaria, temas sobre los cuáles no se logra llegar a conclusiones definitivas. La justicia penal está abierta toda clase de debates, lo mismo que la tributaria.

En general, los súbditos deben obediencia a la ley para que pueda haber orden en la sociedad. Como dijo Goethe, la peor injusticia es el desorden. Pero la ley justa debe definir lo que aquéllos pueden reclamar de la autoridad y lo que, en consecuencia, ésta debe reconocerles a aquéllos.

Tradicionalmente se consideraba que el orden justo se garantizaba mediante la prevención y la superación de conflictos en las relaciones interpersonales, así como en la protección de unos derechos básicos como la vida, la integridad personal, la honra y los bienes. Pero en los tiempos modernos la categoría de los derechos fundamentales que debe garantizar la autoridad pública se ha ensanchado de tal modo que hoy no es posible determinar cuáles son, puesto que cada día van apareciendo nuevas demandas de garantía, a la luz del pensamiento del Estado de Bienestar que proclama la protección de cada individuo humano desde la cuna hasta la tumba.

De ese modo, la idea de que la justicia consiste en dar a cada quien lo que le corresponde se ha tornado problemática en demasía, máxime si se ha demeritado el principio de que cada derecho va acompañado de deberes correlativos para sus titulares. Ya se habla de derechos absolutos, como el que reclama el que nos desgobierna para pavonearse a sus anchas en espacio público extranjero y en misión oficial con quien no figura como su consorte.

Hans Kelsen, de cuyo pensamiento se dice que a su alrededor gira toda la discusión teórica acerca del Derecho en el siglo XX, al preguntarse acerca de qué es en últimas lo justo llega a una conclusión escéptica, según se lee en su opúsculo titulado "¿Qué es la Justicia?":

"No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas amargas lágrimas como por ésta; no hubo pregunta alguna acerca de la cual hayan meditado con mayor profundidad los espíritus más ilustres, desde Platón a Kant. No obstante, ahora como entonces, carece de respuesta. Tal vez se deba a que constituye una de esas preguntas respecto de las cuales resulta válido ese resignado saber que no puede hallarse una respuesta definitiva: sólo cabe el esfuerzo por formularla mejor." (Vid. Microsoft Word - Hans Kelsen. La Juticia.doc (delajusticia.com)

Para el positivismo hoy reinante, lo justo sólo puede fijarse por medio de acuerdos colectivos, para los cuáles se han ideado procedimientos más o menos artificiosos, como los propuestos por Rawls o Habermas. De ese modo, lo justo no se descubre, sino que se construye a través de la acción política. Es algo que presupone acuerdos y no las imposiciones dictatoriales que pretende el que nos desgobierna.

Pero el pensamiento clásico, que sigue los pasos de la Biblia, la exclamación de Antígona o el pensamiento de Platón, el de Aristóteles y el de los estoicos, considera que lo justo sólo puede esclarecerse a partir de una ley superior para cuyo conocimiento es indispensable una excelsa disposición espiritual. Es un valor que sólo se revela a quién tenga su alma preparada para captarlo. Como lo he escrito en otro lugar, su contenido escapa a jueces sin alma o con ésta torcida. De un depravado no cabe esperar en principio propósitos justos.

¿Cuál es el nivel espiritual de quien hoy nos desgobierna, que anda a troche y moche vociferando que toda su vida la ha empeñado en la búsqueda de la justicia en sus aspectos sociales, económicos y ambientales?

Leí hace poco que el justo según el Evangelio es quien se halla en gracia de Dios, lo que a todas luces es dudoso respecto de quien no se avergüenza de andar de la mano de un transexual por el centro de Panamá, fuera de que no escatima oportunidad alguna para insultar, calumniar y promover discordia entre sus compatriotas. 

Es interesante señalar que el anhelo de paz, que evidentemente es resultado previsible de la justicia, se pone de manifiesto en el Evangelio desde el momento mismo del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo con el cántico de los ángeles (Lc. 2:14), y en la primera aparición a los apóstoles después de la resurrección (Lc. 24:36). La paz de que acá se habla es también efecto de una elevada disposición espiritual que no parece darse en alguien que exhibe una mente ofuscada, llena de resentimientos y animosidades.

La justicia y la paz son valores que se exaltan en la Constitución, pero su contenido no está al alcance de demagogos dicharacheros, sino de mentes reflexivas conscientes de la complejidad de las situaciones sociales involucradas en ellos.

Hace algún tiempo escribí tres capítulos de un Curso de Filosofía del Derecho que dicté en la UPB a lo largo de varios años. Tenía pensado un cuarto capítulo sobre la sociedad justa, pero lo mismo que Kelsen, aunque por otras razones, no me he atrevido a concretarlo. Pasar de la concepción formal de la justicia que nos legó Aristóteles a lo que los iusfilósofos han llamado la justicia material, la de cada caso relevante, es tarea ardua que supera mis flacas entendederas.

¿Qué es en últimas lo suyo de cada individuo? ¿Es posible determinarlo si se ignora la complejidad de una naturaleza que está comprometida en dos mundos, el natural y el espiritual? ¿Su realización plena se limita a sus deseos temporales o es algo que entraña la idea de trascendencia?

Como el que nos desgobierna carece de formación jurídica e incluso filosófica, así como de otras que le permitirían formarse un mejor juicio sobre el manejo de este país, y es prisionero de prejuicios ideológicos insuperables, resulta dudoso que sus ideas sobre la justicia y la paz que nos promete tengan buen fundamento. 

Reitero que si no tiene su espíritu bien formado para asimilar tan elevados valores cabría compararlo con la higuera estéril de que habla el Evangelio en Lc. 12.12-14. De una mente trastornada como la suya sólo cabe esperar acciones desordenadas, tal como lo estamos padeciendo hoy en Colombia.





viernes, 5 de julio de 2024

Destino final: el caos.

Encuentro en a página 131 del excelente libro de Hernando Gómez Buendía, "La Verdadera Historia de Colombia", una cita de Rafael Núñez que viene como anillo al dedo en torno de la situación actual de nuestra patria. Dice así:

"No hay otra política de paz que la fuerza...Si hay mucho ejército, hay mucha paz"-

Son enunciados que nacen de la experiencia de las sociedades civilizadas, las cuales se fundan en el monopolio de la fuerza legítima en cabeza del Estado. Si éste es incapaz de ejercerlo, como ha sucedido desafortunadamente en distintos momentos de nuestra historia, la violencia se enseñorea y oprime a las comunidades.

Sólo puede hablarse de Estado de Derecho o del Social si el Imperio de la Ley se hace efectivo a lo largo y ancho del territorio.

En la hora presente el panorama colombiano exhibe, por una parte, una fuerza pública debilitada, desmoralizada y humillada por un gobernante que la desprecia y hace todo lo posible para reducirla a la impotencia, mientras que, por la otra, crece el dominio territorial de grupos armados ilegales que invocan una legitimidad basada no en la representación popular, sino en sus delirios ideológicos, o quizás tan sólo en su capacidad ofensiva, la cual se ha multiplicado por la tolerancia que hacia el narcotráfico exhibe sin tapujos el que en mala hora nos desgobierna.

En contravía de la experiencia histórica y el más elemental buen sentido político, anda empeñado en negociar con unos delincuentes de la peor calaña dizque una paz total que se derivaría de un perdón también total, que es uno de los temas que según viene diciendo debería tratarse dentro del proceso constituyente que pretende poner en acción.

Por supuesto que para esta aventura cuenta con el apoyo de todos esos maleantes, muchos de ellos responsables de crímenes que han aterrorizado a la nación entera. Se escucha, por ejemplo, vociferar al siniestro sujeto que se conoce por el alias de Iván Márquez que la constituyente petrista sería bienvenida para eliminar la enredadera normativa con que la oligarquía tiene sometido al pueblo. Esa enredadera no es cosa distinta que la Constitución de 1991. Y qué decir de lo que se proponen los fatídicos dirigentes del ELN, que andan festejando 60 años de crueldad contra el pueblo colombiano.

A todas luces, la paz y el perdón totales que promueve este desgobierno no conllevan la sujeción de los grupos armados ilegales al ordenamiento jurídico del Estado, sino la claudicación de la autoridad legítima ante sus protervas pretensiones.

¿Cuál sería la Constitución admisible para esos grupos? ¿En qué podrían consistir las reformas política y territorial que tiene en mente nuestro Líder Galáctico para satisfacer los apetitos de los malandrines que los controlan? ¿Se puede creer en que dándoles gusto cumplirían los consabidos compromisos de verdad, justicia, reparación a las víctimas y no repetición? Si esto no ha resultado del Acuerdo Final que selló Santos con las Farc, ¿qué razón habría para creerles a los asesinos del ELN, el EMC, la Nueva Marquetalia o el Clan del Golfo y demás criminales a los que se quiere incorporar a tan desquiciada política gubernamental?

En otra oportunidad he llamado la atención acerca de que este desgobierno pretende imponernos el comunismo, la anarquía, la corrupción y en últimas la dictadura, pues el reinado del caos es lo que favorece sus funestos designios.

Insisto en que debemos orar para que la Providencia se apiade de Colombia,


miércoles, 3 de julio de 2024

¡Ay del escandaloso!

Conviene recordar que la indignidad por mala conducta constituye, según el artículo 175-2 de la Constitución Política, una de las causales de destitución del Presidente que le compete declarar al Senado, previa acusación de la Cámara de Representantes.

La mala conducta de que se trata es diferente de los delitos que contempla el Código Penal. No está tipificada como ellos, ni se la examina con los mismos criterios. Se la juzga con arreglo a principios morales vigentes en la comunidad.

Según el DRAE, indignidad es la cualidad de ser indigno y son sinónimos suyos las siguientes voces: ruindadbajezaabyecciónhumillaciónvilezadeshonorultrajedesmerecimiento.

En cuanto a indigno, el DRAE enseña que es un adjetivo que cuenta con dos acepciones:

1. Que no tiene mérito o disposición para algo; 2. Que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias.

La expresión tiene como sinónimos los siguientes: vil, despreciable, indecoroso, ruin, abyecto.

Pues bien, cabe considerar si el hecho de que un Presidente en visita oficial al extranjero se exhiba amorosamente en público con otra persona (hombre, mujer o transexual), tal como acaba de hacerlo el inquilino de la Casa de Nariño en Panamá, es algo que corresponde a sus circunstancias, es decir, a la alta investidura que ostenta y al respeto que la misma amerita, o sólo tendría incumbencia en el ámbito familiar.

Parece claro que en este último ni la esposa ni los hijos estarían dispuestos a aceptar ese comportamiento, a menos que fuesen de una laxitud extrema. En principio, la infidelidad que sugiere el hecho le daría a aquélla el derecho de pedir separación de cuerpos y de bienes e incluso el divorcio. Pero todo esto es asunto de su intimidad familiar.

Lo que interesa al público es si la conducta presidencial en este caso es tan indecorosa que la hace impropia del cargo que ocupa.

Para el análisis de la cuestión hay que partir de la base de que el hecho de marras no se produjo en la esfera íntima y mucho menos en lo que concierne al fuero interno en que cada persona goza de amplia libertad, como acaba de alegarlo el incriminado en uno de sus pronunciamientos vía X. Es algo que se dio en la vía pública, a la vista de todo el que pasara por ahí y pudo registrarse en videos y fotos vaya a saberse por quién.

Peor todavía, estaba en Panamá en visita oficial. No era un turista como los que se han cebado en Medellín y otras localidades para dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sino el Presidente de la República de Colombia, que estaba asistiendo a la posesión de su homólogo de la de Panamá. Esta circunstancia daba lugar a que debiera exhibir un comportamiento ejemplar, adecuado a su elevada jerarquía.

Bien se sabe que el sujeto en mención es un transgresor empecinado que poco se cuida de las formas, a punto tal que bien cabría considerárselo como un individuo sin Dios ni Ley. Pero sobre él pesa un ordenamiento constitucional cuya violación podría dar pie para que se lo destituyera del cargo por su conducta impropia de la dignidad que el mismo encarna.

El asunto no atañe a su sexualidad, que en la esfera íntima puede dar lugar a múltiples manifestaciones que hacen parte de la libertad personal. Lo acontecido toca más bien con las buenas costumbres, que desde el Derecho Romano y a través de la tradición jurídica occidental suministran un valioso criterio regulador de la vida comunitaria.

La deplorable crisis moral que afecta a nuestra sociedad ha hecho perder de vista que el concepto de autoridad es inseparable del de respetabilidad. Aquélla se desmorona cuando deja de inspirar respeto. Y es lo que está sucediendo con quien en mala hora nos desgobierna: la gente no lo respeta. 

Bien se ha dicho que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los llamados a obedecer pierden el respeto. Y es lo que está sucediendo entre nosotros. Ya hay una canción irreverente sobre la aventura presidencial. Y no lo es menos un episodio humorístico transmitido ayer por Radio Tropicana.

Es posible que a muchos disolutos lo sucedido les parezca intrascendente. No lo es, en cambio, para los padres de familia, educadores y ciudadanos de bien que consideran que ahí obra un pésimo ejemplo, indigno de quien estaría llamado a orientar nuestra vida comunitaria.

La elite colombiana le está dando la espalda al Evangelio. Pero nosotros los creyentes afirmamos que nos enseña la Palabra de Dios. Y en boca de Nuestro Señor Jesucristo nos advierte: "Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar" (Lc. 17, 1-6).