El Estado de Israel ha sido amigo de Colombia desde su fundación en 1948. Con sus gobiernos hemos tenido buenas relaciones a lo largo de los últimos 75 años. Es mucho lo que pueden aportarnos sus admirables avances en distintos campos.
Pero, ahora cuando nos desgobierna un desquiciado, esas buenas y fructíferas relaciones están sufriendo un penoso deterioro cuyas consecuencias podrían ser nocivas para nosotros desde muchos puntos de vista. En dos palabras, no sería extraño que terminásemos catalogados dentro de ese abominable grupo de países que aplauden el terrorismo.
Mientras que el presidente de Estados Unidos ha manifestado que el ataque que perpetró Hamás a fines de la semana pasada contra los israelíes fue un acto de maldad absoluta, nuestro presidente, borrando un pronunciamiento inicial de nuestra Cancillería que se orientaba en un sentido similar, ha resuelto abstenerse de censurarlo y, por el contrario, ha enderezado sus baterías contra Israel, calificando de neonazis a sus gobernantes y comparando la situación de los palestinos con las víctimas del Holocausto. Según él, lo que presenció en Palestina es lo mismo que vio en Auschwitz.
El conflicto de Israel con los palestinos es muy complejo. Como lo han reconocido notables personeros de la comunidad judía, a ambas partes les caben sus respectivas cuotas de responsabilidad por su agravación. Para tratar de entenderlo hay que partir de la base del derecho del Estado de Israel a existir, no sólo porque su creación fue patrocinada por la ONU, sino porque sus 75 años de existencia son un hecho cumplido. Desafortunadamente, hay sectores de los mundos árabe y musulmán, que no son la misma cosa, que insisten en negarle ese derecho, lo que pone a los israelíes a la defensiva frente a unos vecinos del todo hostiles. Si éstos adoptasen una actitud diferente, como la que llevó a concertar la paz con Egipto, la suerte del pueblo palestino sería muy otra.
La agresión de Hamás contra la población civil israelí no admite atenuante alguno. Es algo del todo censurable que va no sólo contra elementales reglas jurídicas, sino contra los sentimientos morales del mundo civilizado. Precisamente, los juicios de Nuremberg contra los jerarcas nazis se basaron en que sus crímenes fueron de tal magnitud que, más allá de los dictados del Derecho positivo, atacaban las bases mismas del ordenamiento de la Civilización.
Lo mismo cabe afirmar acerca de las atrocidades de Hamás, que el que nos desgobierna y hace quedar mal ante la comunidad internacional se niega no sólo a desautorizar, sino a condenar con vehemencia.
De Bismarck se decía que era un Cancillera de Hierro. Del nuestro, tan sumiso frente a un energúmeno, sólo cabe afirmar que lo es de hojalata.
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