Mi apreciado amigo William Calderón, el famoso Barbero, entrevistó hace poco en su popular programa "La Barbería de Calderón" al expresidente Ernesto Samper Pizano (vid. https://youtu.be/wa3Jm8hx0zA).
Samper no es santo de mi devoción, como tampoco lo es para muchos. Pero no se puede negar que goza de inteligencia y sentido del humor, amén de un adecuado conocimiento de la realidad política colombiana.
A no pocos les puede haber producido urticaria que William lo hubiera llevado a su programa. Pero es una muestra de su apertura respecto de las diversas tendencias que obran en el escenario nacional. Es lo que se llama equilibrio informativo.
No entraré en el análisis de lo que ha dicho Samper respecto de cuestiones debatidas del pasado y especialmente lo que podríamos considerar como "sacadas de clavo" respecto de sus contradictores políticos.
Más interesante, a mi juicio, es su visión de la actualidad, con la que en buena medida debo manifestar que estoy de acuerdo.
Hace hincapié Samper en el clima anímico de polarización que prevalece hoy en Colombia, similar a su juicio al que reinaba en 1949, es decir, hace 70 años. Trae a colación un libro reciente de Herbert Braun cuyo título es precisamente ese, 1949. No lo tengo y por supuesto no lo he leído, pues mis dificultades para moverme me han alejado de las librerías. Pero Braun es un historiador competente y sus aportes son dignos de recibirse con interés.
Pues bien, ese año de 1949 fue fatídico para el país. El enfrentamiento de los partidos tradicionales llegó a extremos inconcebibles. La violencia se generalizó en casi todo el territorio, la pugnacidad de los dirigentes condujo al tristemente célebre abaleo en el recinto de la Cámara de Representantes, en las calles de Bogotá un atentado contra el candidato liberal Darío Echandía cobró la vida de un hermano suyo, en un debate en el Senado Carlos Lleras Restrepo prohibió el saludo entre liberales y conservadores, el presidente Ospina Pérez cerró el Congreso y decretó un estado de sitio que perduró una década, etc.
Como dice una canción de Valente y Cáceres que se escuchaba profusamente hace años por estos lares, en esa época se desató "el huracán de las pasiones". Al discurso del odio le siguió como consecuencia natural la violencia genocida que dio lugar más tarde a que se justificara el golpe militar del general Rojas Pinilla, quien asumió la presidencia el 13 de junio de 1953 bajo la consigna de "no más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político".
Todavía no estamos presenciando esos extremos, pero principio tienen las cosas. La feroz arremetida de comunistas y criptocomunistas que controlan la Corte Suprema de Justicia en contra del hoy senador Álvaro Uribe Vélez muestra a las claras por dónde va el agua al molino. Lo que se pretende hacer en contra suya por obra y gracia del oscuro senador Cepeda y su camarilla de intrigantes podría suscitar funestas consecuencias institucionales. Pero más allá de este siniestro asunto, lo que se pone de manifiesto es el fracaso de la política de paz del gobierno de Santos, que por distintos motivos no supo aclimatarla para que los distintos sectores de la opinión la acogieran con entusiasmo y generosidad. A ello no han contribuido los gestos desafiantes de los dirigentes de las Farc ni los preocupantes sesgos de la JEP, que de justicia y paz parece muy poco tener qué ver.
Samper le formula una muy justificada propuesta al presidente Duque para que lidere un gran acuerdo nacional que supere este deletéreo clima de confrontación, dadas las condiciones que ha demostrado de ser persona ajena a pugnacidades y abierta a los entendimientos. Es una oportunidad histórica que Duque no debe desaprovechar, así esté rodeada de dificultades no necesariamente insalvables.
Don Miguel Antonio Caro decía que los partidos entre nosotros actuaban en torno de odios heredados. Hay que superar ese círculo vicioso, aceptando que todos los actores del mundo político tienen algo valioso que aportar en favor del bien común y que el dialogo civilizado es la mejor manera de promoverlo.
Pasando a otro tema, Samper formula una muy justificada crítica a nuestro sistema de partidos, el cual dificulta severamente el funcionamiento de la democracia. La crisis de los partidos tradicionales es de gravedad inusitada y a la misma no escapan, con pocas excepciones, las nuevas formaciones políticas que han venido copando los espacios perdidos por aquellos. Es un tema que amerita consideración especial.
A mi juicio, tal como hace ya bastante tiempo lo expuse en este blog, la pieza fundamental del sistema es el "equipo político" que se integra alrededor de una figura dominante que consigue apoyos en virtud de las prebendas de que goza por su acceso al poder. Más que las ideas, los programas y la autoridad moral de los dirigentes, lo que le imprime dinámica al sistema es una constelación de apetitos no pocas veces inconfesables.
Bien hace el presidente Duque en privar a estos equipos del aliciente de la "mermelada" que repartió a troche y moche, sin ruborizarse, su indigno predecesor. Pero el precio que está pagando por ello es la ingobernabilidad. Por eso hay que apoyarlo vigorosamente. La suya es una batalla por el saneamiento de la política.
Samper hace agudas observaciones sobre la democracia plebiscitaria, a raíz del triunfo del No hace tres años. Señala el impacto de las redes sociales sobre los procesos de consulta al pueblo, no siempre ajustado a cánones de racionalidad, sino más bien teñido de coloraciones fuertemente emocionales. Aquí hay mucha tela para cortar, pues la profusión de consultas populares que promueven ciertos extremistas es otro factor de ingobernabilidad que está mostrando ya sus perniciosos efectos.
En síntesis, no obstante la antipatía que suscita, Samper es un elemento importante dentro del juego político y no sobra escuchar sus planteamientos, así se presten a contradicción. Al fin y al cabo, la política se mueve a través de confrontaciones que en lo posible deben obrar de acuerdo con las reglas de la civilización, vale decir, del diálogo y no de la crispación ni la violencia.
Bien, pues, por la labor pedagógica que adelanta nuestro Barbero.
Estimado Dr. Vallejo, en mi opinión, la falta de gobernabilidad no debería ser solucionada mediante un pacto político entre los partidos y los que aspiran al poder. Al comparar la historia política de Colombia con la de otros países, como España, nos podemos dar cuenta que, aquí y allá, todo pacto político es y ha sido siempre un simple reparto de botín (Esta es una ley de la ciencia política). Es decir, un acuerdo político es siempre un pacto de corrupción. En el fondo la falta de gobernabilidad no es el verdadero problema. El problema real es la fata de gobierno. Es decir, los problemas graves de la Nación no son asumidos y resueltos por el gobierno. Por eso, creo que la solución a corto plazo es gobernar, no pactar. Pero la solución definitiva es reformar completamente el sistema político colombiano. Y, lógicamente, esa reforma tampoco debería ser lograda mediante un pacto de corrupción.
ResponderEliminarEn cuanto a la situación jurídica del expresidente Uribe frente a la Sala Penal de la Corte Suprema, es un hecho que él tiene cómo defenderse, siempre y cuando deje de cometer los errores que ha cometido al manejar su caso. Lo he dicho mil veces, “un caso de persecución política no se maneja lo mismo que un caso de investigación y juicio penal”.
Espero que el expresidente Uribe, hombre honorable, no vaya a pasar a la historia como un traidor a la Patria, como lo fue López de Santa Anna, quien siendo derrotado y tomado prisionero por Houston, desde la prisión firmó las órdenes de evacuación de Texas al ejército mexicano y, además, la de reconocimiento de Texas como nuevo país, independiente de México (1836). Lo cual, asombrosamente, fue obedecido por los generales mexicanos. Ojalá que por un posible temor a un aprisionamiento (por persecusión política por parte de la Corte, no de Cepeda), Uribe no vaya a mover sus influencias para que se de lugar a un pacto político de mayor corrupción. Entre otras cosas, porque acuerdo nacional no puede existir, pero a un pacto político, mediante la deformación del lenguaje, lo llamarían acuerdo nacional.