En alguna parte, Borges recuerda un comentario sobre "Cumbres Borrascosas", la temible novela de Emily Brontë, en el que se dice que los nombres de los personajes y los lugares geográficos que se mencionan en el libro son ingleses, pero la acción transcurre en el infierno.
Al tenor de lo que se ha venido descubriendo sobre el estremecedor montaje que tiene al expresidente Uribe en el umbral del presidio, tal como lo acaba de describir de modo magistral Rafael Nieto Loaiza en "La Hora de la Verdad" (Vid. https://www.youtube.com/watch?v=2w37og3qpMw), Colombia está hoy a merced de una legión de tenebrosos demonios. Literalmente hablando, se ha convertido en un infierno.
Todo apunta hacia la existencia de una pérfida conspiración orquestada por políticos, periodistas, magistrados, profesores y otros más, tendiente a sembrar el desconcierto en la opinión, así como a destruir a Uribe y lo que él significa para muchísimos colombianos que le hemos brindado apoyo y nos sentimos protegidos por él.
No me cabe duda de que si no hubiera sido por su entereza y su abnegación, Colombia estaría hoy gimiendo en medio de las fauces de una monstruosa pandilla de malhechores que no le perdonan que les hubiera ganado la faena en franca lid.
Pese a sus defectos y sus errores, Uribe tiene la talla de un libertador. Lo que ha hecho en bien de nuestra patria lo ubica en primerísimo lugar en la galería de los próceres. Pero, como nos ha librado de la tragedia del comunismo, sus contradictores no le perdonan y le profesan un odio verdaderamente satánico.
Hay quienes piensan que detrás de esta conjura se halla la mano perversa de Juan Manuel Santos. Así lo ha dicho sin reticencia alguna Jaime Lombana, testigo ático de tan horrible maniobra.
Existen indicios que lo señalan. Hace poco dijo que no le gustaría estar en el lugar de Uribe, como anunciando que algo grave le ocurriría. Y está, en efecto, ocurriendo.
Tengo la peor impresión acerca de Santos. No quise votar por él en 2010, pues Noemí Sanín, a la que yo respaldaba, fue enfática en advertir, después de un debate por televisión, sobre su peligrosidad. Por eso voté en blanco en esa ocasión, dado que su contendor era Mockus, un payaso no menos peligroso, como acaba de demostrarlo con su comportamiento en la instalación del Senado este veinte de julio.
Noemí corroboró de ese modo los temores que me infundió la lectura de un comentario aparecido en "El Tiempo" sobre la persecución que Santos desató desde el gobierno contra el almirante Arango Bacci y los oscuros motivos de la feroz enemiga en su contra. Pensé entonces: si esto hace como ministro de un gobierno, ¿qué no hará de presidente?
Creo que Santos es un demonio que pervierte todo lo que lo rodea. Para él, nada hay sagrado. Y su concepción del poder es la de un dictador abusivo. La historia, a su debido tiempo, dará cuenta de sus dañinas ejecutorias.
Por lo pronto, deja a Colombia sumida en un increíble grado de confusión. Lo que se presiente que podría ocurrir a partir de este, que parafraseando a Balzac, es un asunto tenebroso como el que más, resulta inquietante en grado sumo.
Si hace poco escribí, a propósito de la elección de Duque, "Laus Deo", hoy me toca rogar que Dios nos lleve de su mano.
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