martes, 5 de enero de 2016

La Democracia Desvirtuada

En su prefacio al célebre libro de Maurice Joly, "Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu" (http://www.barcelonaradical.net/historico/archivos/upload/dialogoenelinfierno....pdf), plantea Jean-Francoix Revel la cuestión de la democracia desvirtuada, que fluye del cínico programa de gobierno que el fantasma del florentino le explica al  del autor de "El Espíritu de las Leyes" mientras esperan en el Hades el juicio de Dios.

Bien sabido es que Maquiavelo es uno de los máximos exponentes de la teoría del realismo político, según la cual el ejercicio del poder en las sociedades debe partir del examen de hechos tozudos y enfilarse hacia objetivos que sean viables al tenor de esos hechos y de los medios de que se disponga, dejando de lado el idealismo y toda consideración moral. Lo que interesa en la acción política son los fines y estos justifican los medios. 

Montesquieu, en cambio, representa el idealismo político. Para él, la política se guía por principios y su acción debe desplegarlos razonablemente con miras al mejoramiento colectivo.

Uno y otro ponen en el centro de sus reflexiones la virtud, pero la entienden de modo muy diferente. Para Maquiavelo, la virtud reside, según lo hace ver la etimología, en la fuerza vital. El gobernante virtuoso es el que actúa con vigor y astucia frente a cualquier circunstancia que se le presente, tal como lo hacían los "condottieri" que describe en detalle Burckhardt en "La Cultura del Renacimiento en Italia". El pragmatismo dicta su ley. Montesquieu, en cambio, piensa la virtud en términos morales y más precisamente racionales. Según su punto de vista, cada régimen obedece a algún principio moral que condiciona su racionalidad específica, su modo de ser, su configuración, las acciones que le son propias.

Dicho entre paréntesis, el curso de Teoría Constitucional que por varias décadas profesé en la Universidad Pontificia Bolivariana se inspiraba en la visión de Montesquieu. Toda la institucionalidad política, según esta perspectiva, podría explicarse en función de unos conceptos y principios básicos desarrollados armónicamente en los ordenamientos constitucionales.

Dicho en pocas palabras, la de Montesquieu es la visión del jurista que piensa ante todo en la normatividad a que debe sujetarse el ejercicio del poder para cumplir los objetivos morales que le corresponden en la sociedad, que no son otros que los que dicta el bien común. La de Maquiavelo, en cambio, es la del político, tal como la considera Max Weber en su famoso libro "El Político y el Científico", en el que señala que mientras para este el valor fundamental es la verdad, para aquel lo constituye la eficacia de la acción.

Ignoro si Santos sabe algo de estas disquisiciones. Lo que tengo claro es que es un animal político que tiene cosida, como dice Joly en un pasaje de su libro, la piel de zorro a la del león. También podría comparárselo con un ave rapaz y, porqué no, con una carroñera, pues se lo ve presto a alimentar su ego con los despojos mortales de la república.

El Maquiavelo al que Joly le presta su pluma no es otro que Napoleón III, que destruyó la II República Francesa con cuyos votos se hizo elegir, para entronizar su II Imperio. A partir de un evento democrático y abusando de sus poderes, distorsionó la institucionalidad republicana en aras de un nuevo despotismo presidido por él. 

Para lograr sus objetivos, corrompió todos los poderes y los sometió servilmente a sus designios.

El siguiente extracto del mencionado prefacio de Revel es elocuente. Parece escrito teniendo a la vista los inicuos procederes de Santos:

"...Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas, de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito, de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios, de hacer y deshacer constituciones sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, de exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una guerra extranjera terminada hace rato), de crear jurisdicciones excepcionales, cercenar la independencia de la magistratura, definir el “estado de emergencia”, fabricar diputados “incondicionales”, (No vemos que exista sustancial diferencia entre el comportamiento exigido a los candidatos gaullistas de aprobar por anticipado la política del jefe de Estado sin conocerla y el “juramento previo” exigido por Napoleón III a sus futuros diputados), bloquear la ley financiera por el procedimiento de la “depresupuestación” (si el vocablo no existe, existe el hecho), promover una civilización policial, impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus; nada de todo esto omite Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu Maurice Joly 12 este manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una república en un régimen autoritario o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de “desquiciar” las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (lo repito por ser condición indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto. Por consiguiente, la dictadura puede afirmarse con fuerza a través del rodeo de las relaciones públicas. Pero, claro está, cuando se torna necesario, parafraseando una expresión de Clausewitz, el mantenimiento del orden no es otra cosa que las relaciones públicas conducidas por otros medios. Las diferentes controversias acerca de la dictadura, el “fascismo” etc., son vanas y aproximativas si se reduce la esencia del régimen autoritario únicamente a ciertas formas de su encarnación histórica. Pretender que un detentador del poder no es un dictador porque no se asemeja a Hitler equivale a decir que la única forma de robo es el asalto, o que la única forma de violencia es el asesinato. Lo que caracteriza a la dictadura es la confusión y concentración de poderes, el triunfo de la arbitrariedad sobre el respeto a las instituciones, sea cual fuere la magnitud de tal usurpación; lo que la caracteriza es que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando solo la ley lo ampara. No se trata solo de los medios para alcanzar tales resultados. Es evidente que esos medios no pueden ser los mismos en todas partes. Las técnicas de la confiscación del poder en las moderna s sociedades industriales de tradición liberal, donde el espíritu crítico es por lo demás una tradición que hay que respetar, un academicismo casi, donde existe una cultura jurídica, no pueden ajustarse al modelo del despotismo ruso o libio. Más aún, la confiscación del poder, cuando se realiza en tiempo de paz y prosperidad, no puede asemejarse, ni por su intensidad ni su estilo, a una dictadura, instaurada a continuación de una guerra civil, en un país económicamente atrasado y sin tradiciones de libertad."

Santos ha desnaturalizado la función de la presidencia, del congreso, de la administración de justicia, de los órganos de control, de los órganos electorales, de los poderes regionales y locales, de los medios de comunicación social, de las entidades gremiales, de la Iglesia misma. Y, lo peor de todo, ha corrompido a la ciudadanía.

Sus procedimientos son harto conocidos: la seducción, el prevaricato, la compra de conciencias, la intimidación, el engaño, la intriga, la maniobra artera, el disimulo. Solo le ha faltado el recurso a la violencia física, que el Maquiavelo de Joly, por cierto, desaconseja.

So pretexto de la búsqueda de la paz, Santos se propone básicamente dos cosas:

- La instauración en su favor de un poder dictatorial que le asignaría competencias amplísimas e incontrolables para variar sustancialmente la ordenación de la república.

- Otorgarles a los narcoterroristas de las Farc y, eventualmente, del Eln toda suerte de garantías para permitirles  competir ventajosamente en la lucha por el poder.

En un pasaje de los diálogos en comento, se habla de que la acción del Estado debe dar pie para tranquilizar a la gente honrada y para que tiemblen los malvados.

Pues bien, lo que está haciendo Santos es todo lo contrario: la gente de bien en Colombia está espantada con las perspectivas de lo que le anuncian; en cambio, los malvados que han cubierto de sangre nuestros campos se solazan con los regalos que les está prometiendo y piden cada vez más gabelas, como si de una feria de premiaciones se tratase.

Invito a los lectores a examinar cuidadosamente el impresionante escrito que bajo el título de "Impunidad a la carta" publicó hace poco Libardo Botero sobre el escandaloso acuerdo de justicia transicional convenido por los agentes de Santos con los capos de las Farc:


Aplicando la lógica implacable de Maquiavelo, bien puede uno preguntarse: ¿Al servicio de quién actúa Santos? ¿No les da la razón este proceder a quienes afirman a pie juntillas que desde hace años él ha venido siendo un calificado agente de los demoníacos hermanos Castro?

¡COLOMBIA, DESPIERTA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!


1 comentario:

  1. Estimado Maestro Vallejo, no tengo sino una palabra para calificar su escrito "maravillosamente clarividente".

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