jueves, 24 de mayo de 2018

La encrucijada electoral

Dice bien Alberto Velásquez Martínez en su más reciente escrito para "El Colombiano" que en la próxima jornada electoral el país se la estará jugando entre las libertades y el populismo.(Vid.  http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/pais-nacional-pais-politico-MA8741259)

Si en las elecciones presidenciales triunfan Duque, Vargas Lleras, Fajardo o De La Calle, nuestro régimen de libertades públicas no correrá peligro, pues todos ellos comparten valores fundamentales de la civilización liberal, así ciertas compañías de los dos últimos susciten algunas dudas.

No sucede lo mismo con Gustavo Petro, a quien no cabe creerle cuando proclama mentirosamente que guarda distancias frente al castrochavismo. 

Como bien lo ha dicho por ahí algún observador de la política, lo suyo es el petrochavismo, una versión criolla del programa que ha arruinado a Venezuela y tiene a su pueblo aguantando hambre.

El populismo halaga a los menesterosos ofreciéndoles ríos de leche y miel. Todo gratis, todo al alcance de la mano, todo por cuenta de un Estado providente y benefactor. Y para saciar la sed de resentidos e indignados, se ensaña contra los generadores de riqueza, a quienes señala como explotadores de los pobres y causantes de las afugias que les toca soportar. 

Su técnica consiste en inventar enemigos por todas partes. El enemigo interior, las castas opresoras; el enemigo exterior, el imperialismo depredador; el enemigo anterior, el régimen político, económico y social que es necesario destruir para que el pueblo sea al fin dueño de su destino y logre edificar una sociedad justa y feliz.

Ese discurso es bien conocido. Todos los días se lo escucha en Cuba y Venezuela. Y los que lo ponen en duda al confrontarlo con las realidades que se padecen, sufren toda suerte de persecuciones, porque se los considera enemigos del pueblo. 

Pensar de modo diferente, expresar las propias opiniones, compartirlas con otros, criticar el estado de cosas imperante, dudar de la sabiduría y la honorabilidad de los gobernantes, apartarse de la línea trazada por ellos, reunirse y asociarse para promover cambios en la gestión de los asuntos colectivos, etc. constituyen delitos de lesa majestad que se reprimen sin contemplaciones. Y las garantías de la seguridad personal que constituyen el fruto más precioso de la tradición liberal quedan en entredicho y al arbitrio de esbirros desenfrenados.

Al odio que destilan las palabras le sigue, como es bien sabido, la violencia física, que no solo se desata a través de agentes oficiales, sino de turbas envenenadas y enloquecidas que arremeten furiosamente contra los que se señala como enemigos de la causa popular.

Es la democracia tumultuaria que tantos estragos hizo durante el Régimen del Terror en la Revolución Francesa. Petro ya la alentó para confrontar al entonces procurador Ordóñez, y ahora la está convocando para alterar el orden publico si los resultados electorales no lo satisfacen.

Hace poco leí en Facebook un comentario que me parece oportuno traer a colación aquÍ: "si quiere entender a Petro, estudie a Hitler".

Uno y otro encarnan, en efecto, lo que se ha considerado que son liderazgos demoníacos que seducen perversamente a las masas y las arrojan hacia el suicidio colectivo. Recuerdo que tal es la conclusión a que llegó respecto de Hitler su biógrafo Hans Bernd Gisevius: era, ni más ni menos, un demonio. Los mismos rasgos se exhiben en Petro.

Conviene reiterarlo: el peligro castrochavista o quizás petrochavista es real. Quizás logremos conjurarlo el próximo domingo, pero seguirá latente en los años venideros. El programa de Petro, como él mismo ha dicho, va para lejos.

Colombia se ha librado, por lo pronto, de la toma del poder por parte de las Farc, pues el regalo que les quiso hacer Santos se frustró por voluntad del pueblo, que apenas les dio 50.000 infelices votos. Pero el Diablo es astuto y ahora encarna en Petro, a quien hay que decirle de modo tajante: ¡Vade retro!

El mejor dique contra esa amenaza es Duque.



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