lunes, 25 de septiembre de 2017

Viaje al fondo de la noche

Tomo prestado el título de la famosa novela de Louis-Ferdinand Céline para referirme al rumbo que llevan los procesos que vivimos en la Colombia de hoy.

Si a principios de la década actual, cuando ascendió a la presidencia Juan Manuel Santos, el porvenir del país parecía despejado y era promisorio, en estos momentos el panorama está lleno de espesos nubarrones que nada bueno auguran para el futuro cercano. La herencia que deja Santos está muy lejos de ser halagüeña, a punto tal que ninguno de quienes aspiran a sucederlo quiere dejarse encasillar como continuador de su legado.

Lo que él pensaba que sería su carta de presentación ante la historia, el Nuevo Acuerdo Final con las Farc dizque para la construcción de una paz estable y duradera, a poco andar está mostrando sus fisuras e inconsistencias. En rigor, amenaza ruina y ya se sabe que sus múltiples defectos no traerán consigo la anhelada paz, sino la recurrencia de los agudos conflictos que nos han azotado a lo largo de años. 

Es un acuerdo mal concebido que les promete a los criminales de las Farc gabelas inusitadas. De hecho, entraña la claudicación del Estado colombiano ante un grupo narcoterrorista que pretende, como lo he observado en otras oportunidades, imponer un régimen totalitario y liberticida inspirado en el marxismo-leninismo. 

La verdad, que según el discurso papal es requisito imprescindible para la justicia y la paz, es la gran ausente de ese pérfido convenio que las Farc ya están incumpliendo, como acaba de señalarlo el embajador norteamericano, y a todas luces se advierte que no tienen la intención de honrar.

El Santo Padre vino a hablarnos de la necesidad de la reconciliación, pero los gestos de los capos de las Farc lo que exhiben es su ánimo retaliatorio. Para muestra, lo que dijo alias Andrés París en el Externado acerca de que con la JEP se busca llevar a la cárcel al expresidente Uribe y su familia. Y qué decir acerca del homenaje al tristemente célebre "Mono Jojoy", al que el mismo París ensalza como el "Che Guevara de la revolución colombiana", en lo que, a decir verdad, no le falta razón, porque el tal Che era nada más y nada menos que un monstruo sanguinario.

Para lograr la firma de las Farc en el NAF, Santos entregó la institucionalidad colombiana. Es cierto que nuestro edificio institucional dejaba muchísimo que desear, pero al menos conservaba su fachada. Hoy exhibe una Constitución desarticulada sobre la que se pretende pegar el parche del NAF, lo que ha dado lugar a que prestigiosos juristas se pregunten cuál es en últimas nuestro ordenamiento fundamental, si es que algo queda que merezca esa denominación. Como reza una deliciosa milonga de José Canet, "lo que ayer fue de entero paño, hoy es fleco de trapitos que se caen a pedacitos sobre el recuerdo de antaño"("Trapitos"). Lo que nos resta de Constitución no es otra cosa, en efecto, que unos andrajos.

Es más, para facilitar la suscripción del NAF y su incorporación al ordenamiento jurídico con miras a implementarlo, Santos no vaciló en corromper a los congresistas, presionar a los medios y los gremios, manipular a la Corte Constitucional, debilitar a las Fuerzas Armadas, seducir a la Iglesia, desconocer los resultados del plebiscito y engañar descaradamente a Raimundo y todo el mundo. 

Si la institucionalidad en últimas reposa sobre fundamentos morales, lo que nos deja Santos es un ídolo con pies de barro, un ignominioso montaje ensamblado sobre mentiras y contubernios.

Lo he dicho y lo repito: estamos bajo un régimen de facto que no alcanza a ocultar sus vergüenzas cubriéndose con simulacros de juridicidad.

Para colmo de males, una economía que el gobierno de Uribe dejó bien encarrilada, hoy anda a la bartola, no solo en razón de la coyuntura externa, sino sobre todo por el desaforado endeudamiento y el no menos desaforado crecimiento del gasto público a que la ha sometido el ignaro Santos. Si como ministro de Hacienda de Pastrana raspó la olla, ahora como primer mandatario la hizo pedazos. Estamos en crisis y, sometidos a la coyunda del NAF, carecemos de medios idóneos para superarla.

Todo esto sucede en medio de una sociedad penetrada en todas sus esferas por el crimen. Tal como lo escribí a propósito de la visita del Papa, la nuestra es una sociedad devastada moralmente. Lo está, ante todo, en sus estratos dirigentes, como lo acredita el nauseabundo espectáculo de corrupción en la Corte Suprema de Justicia que acaba de destaparse, pero también en las restantes capas sociales, tal como se advierte en la crisis de la familia y el desmadre de la delincuencia, que es su producto natural. Si bien nos solazamos con las multitudinarias concentraciones que acompañaron al Papa en sus actos públicos, pensando que daban muestras del fervor religioso de nuestro pueblo, no podemos ignorar que se trata de una religiosidad muchas veces superficial, emotiva y poco consistente. Como dice el Evangelio de San Mateo, citando un texto de Isaías, "Este pueblo me honra con sus palabras, pero su corazón está lejos de mí"(Mt. 15-8).

Hemos vuelto, como en la desafortunada época de Samper, a quedar en la mira de los Estados Unidos y la comunidad internacional como país líder en los cultivos de coca y el tráfico de cocaína. No olvidemos que el NAF implica que nos convirtamos en país que no honra sus compromisos internacionales, pues la calificación del narcotráfico en que han incurrido las Farc como delito conexo con los delitos políticos viola flagrantemente la Convención de Viena. Y lo estipulado con ellas dizque para la erradicación de cultivos ilícitos y su sustitución por otros lícitos es a las claras un engañabobos que nos convierte en el hazmerreír del mundo civilizado. Vamos camino de la descertificación por parte de los Estados Unidos, con todo lo negativo que ello traerá consigo.

Ahora que el segundo período presidencial de Santos toca a su fin, ha aparecido una plétora de candidatos a sucederlo. En ella, como en todo lo humano, hay personajes excelentes, buenos, regulares, malos y pésimos. Lo primero que se le ocurre pensar a uno al ver esa cantidad de aspirantes es lo que suelen decir en los pueblos:"Mucho pobre junto pierde la limosna". Y así se ve en las encuestas, en la que ninguno cobra ventaja apreciable sobre los demás. Para peor, algunos de los que puntean son, simple y llanamente, aterradores.

Supongamos, sin embargo, que como en otros ámbitos, aquí la calidad terminará imponiéndose. Pensemos que este proceso de selección conduzca a que se consoliden los mejores. Y el que resulte elegido tendrá ante sí este dilema de Escila y Caribdis: si persevera en implementar el NAF, hará trizas a Colombia; pero si decidiere que no será posible cumplirlo, haciéndose menester introducirle correcciones sustanciales, ¿cómo lo logrará?

Santos dejará una armazón de hechos creados que será muy difícil de desarticular. En rigor, un nudo gordiano. Y, ¿cómo se desata un nudo de ese jaez?







miércoles, 13 de septiembre de 2017

Ecos del viaje papal

El papa Francisco goza de dos carismas que lo hacen atractivo para nuestras multitudes: el de su oficio como cabeza visible de la Iglesia Católica y el de su propia personalidad.

El primero lo vincula con lo sacro. Para los creyentes, el Papa representa a Nuestro Señor Jesucristo, guía la nave de Pedro, es hombre asistido por el Espíritu Santo y guía de los feligreses. Es un carisma que acompaña de suyo a todos los que ocupan tan elevado sitial e impacta incluso a muchos que no reconocen su sagrado ministerio.

El segundo corresponde a los atributos de su personalidad, que él sabe realzar inteligentemente. Es sencillo, bondadoso, campechano. Atrae espontáneamente a tirios y troyanos. Las mujeres lo encuentran lindo; al hombre de la calle le parece sabio. Él mismo se describe como un "cura de pueblo", quizás al estilo de "Don Camilo".

Las multitudes que convocó en su visita a nuestro país son muestra de su enorme popularidad entre nosotros. Ilustran, además, sobre el vigor de la fe católica en el pueblo colombiano y de la capacidad de movilización que tienen nuestros obispos y párrocos. Es un dato de nuestra realidad cultural que no debe de pasar por alto la casta de incrédulos que se enseñoreado en todos los ámbitos del poder y se empecina en imponer un laicismo que choca con lo más profundo de nuestra identidad espiritual. Colombia es un país católico, pésele a quien le pesare, lo cual no implica que sea intolerante ni clerical.

Pasado el entusiasmo de tan gentil visita, es hora de hacer el balance de sus frutos.

El fervor popular muestra que la gente del común anhela, desde luego, la paz y repudia la violencia. No quiere que las Farc vuelvan a la selva, ni mucho menos a sus crueles andadas.

Desde este punto de vista, nada más oportuno que los llamados del Papa a la reconciliación, a la misericordia, al perdón, a reconocer en todos los que hasta ayer nos confrontamos nuestra común humanidad y emprender el camino de la construcción de una sociedad equitativa en la que todos tengamos cabida.

Esos llamados, que pueden consultarse a través del siguiente enlace https://www.aciprensa.com/ebooks/FranciscoenColombia.pdf, son de distintas clases y se prestan a variadas interpretaciones.

Unos de ellos corresponden a su vocación de "cura de pueblo" y comprenden admoniciones que a todos convienen para vivir mejor y coexistir armónicamente con los demás. Otros tocan más directamente con la coyuntura en que nos encontramos inmersos y parecen ser tan generales que a unos les parecerán obvios, mientras que otros considerarán que pueden interpretarlos en distintos sentidos y hasta utilizarlos como arietes para descalificar a quienes no sean de su agrado. Pero hay, en fin, pronunciamientos claros y muy específicos, tales como los que se refieren a la verdad y la justicia como condiciones sine qua non de la paz o a la severa condena del narcotráfico, las conductas que generan deterioro ambiental, la corrupción política, las especulaciones financieras o el recurso a la violencia como medio de acción social y de solución de controversias de toda índole.

De lo dicho por el Papa se desprende que hay que alentar un clima de concordia, contra el que atentan las descalificaciones que de un lado o del otro empezaron a producirse a poco de él haberse manifestado.

El Papa no puede ignorar que toda política transcurre en medio de desacuerdos, de confrontación de puntos de vista, de intereses muchas veces contrapuestos. En este ámbito la paz no consiste ni puede consistir en que todos se sumen a las mismas líneas de pensamiento y de acción. Eso no es posible ni siquiera en el escenario espiritual que él dirige. De lo que se trata es de sujetar las controversias a reglas de juego equitativas y confiables para todos.

Creo que este es el sentido de lo que dijo en su discurso en la Plaza de Armas, al manifestar que el orden no puede fundarse en la fuerza, sino en leyes justas aceptadas por todos.

El Papa vino a alentar los esfuerzos que se están haciendo desde distintos sectores para lograr estos que Álvaro Gómez Hurtado habría llamado "acuerdos sobre lo fundamental". Pero fue cauteloso para no dar la impresión de que venía, como lo anunciaron sin mucho tino algunas personas interesadas en extraer de su viaje unos dividendos políticos, a blindar el NAF y promover su implementación tal como está concebido.

Es posible que Fernando Londoño Hoyos hubiera exagerado al afirmar que hay que hacer trizas ese acuerdo. Pero una apreciación serena de los hechos indica que desde muchos puntos de vista es un acuerdo tan defectuoso que no parece excesivo pensar que podría hacer trizas al país. Conviene, en consecuencia, abrir el debate que Santos no dio lugar a que se hiciera previamente a su suscripción para lograr los consensos que se requerían para asegurar su viabilidad.

Si las Farc están animadas por un auténtico deseo de incorporarse a un juego político razonable, lo lógico es que acepten que al NAF hay que introducirle correctivos que limen sus aristas más urticantes. Por ejemplo, la JEP debe convertirse en un instrumento de justicia y no de venganza contra la que ha advertido el Papa. Y su autodefinición como partido marxista-leninista contradice a las claras cualquier propósito de paz, pues esa doctrina predica precisamente la promoción de la lucha de clases y el uso de la violencia tanto para la conquista del poder como para su ejercicio. Et sic de coeteris.

Es verdad, como lo dice el Sumo Pontifice, que en la inequidad está la raíz de los males sociales y que, por consiguiente, el camino de la paz no puede ser otro que el de la justicia y, más específicamente, el de la justicia social. Hay que esmerarse, en efecto, en la construcción de una sociedad más igualitaria que ofrezca al mayor número la mejoría de sus condiciones de vida. Ya lo había dicho el hoy beato Pablo VI:"El desarrollo es el nuevo nombre de la paz". Pero es altamente dudoso que los caminos abiertos y recorridos por el castro-chavismo sean los más indicados para lograr esos objetivos. Como lo dijo Giscard d'Estaing en un célebre debate con los socialistas que lideraba Mitterrand:"Ustedes no tienen el monopolio de la justicia". De hecho, los países que han apostado por la confianza inversionista han sido los más exitosos en el mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones, en tanto que los que han optado por la vía de un socialismo fuertemente ideologizado no solo han aherrojado sus libertades, sino frustrado su bienestar.

La dirigencia política colombiana debería concentrarse en el examen de las soluciones llamadas a mejorar las condiciones de vida del pueblo, en lugar de estar engañándolo con falsas promesas demagógicas y explotándolo inmisericordemente con abusos disfrazados de "cupos indicativos" y "mermelada". Ese examen debe acometerse al tenor de reglas de discusión racional y no de la gritería, las falacias o los insultos.

Hagámosle caso al Papa serenando los ánimos y abordando con objetividad nuestra problemática social.


domingo, 3 de septiembre de 2017

"Hombre, hombre, no se puede vivir enteramente sin piedad"

Arthur Koestler utiliza como epígrafe de su extraordinaria novela "El Cero y el Infinito" esta frase que, según la edición en castellano que se publicó en Argentina, pone Dostoiewsky en boca de Iván Karamazov, pero en algotra parte he leído que pertenece más bien a "Crimen y Castigo".

Sea de ello lo que fuere, la cita es oportuna a raíz de la visita que el papa Francisco hará a nuestro país en esta semana, pues se la anuncia como de índole pastoral y  "dirigida exclusivamente a promover la paz y el bienestar de este país", tal cual reza una información de "El Espectador" de hoy.

Francisco viene, según ello, a hablar de la reconciliación y la misericordia. Dice Gianni La Bella en el mismo periódico:"Es que para el papa la misericordia no es sólo una virtud privada del cristiano, sino el camino político, histórico y cultural para construir una Colombia en paz".

Si estos son los propósitos de tan augusta misión, bienvenidos sean.

He dicho en otras oportunidades que Colombia padece una grave crisis espiritual. Nada más atinado, en consecuencia, que brindarle mensajes de sabiduría que eleven los corazones y orienten la solución de sus dificultades.

Estas, en buena medida, tienen que ver con la absurda violencia que hunde sus raíces en la confrontación de los partidos históricos a mediados del siglo XX, superada mal que bien por el Frente Nacional, pero continuada acto seguido por los movimientos revolucionarios, cuya barbarie dio lugar en las últimas décadas de ese malhadado siglo al surgimiento del paramilitarismo o como quiera llamárselo.  

Les he explicado a mis discípulos que nuestra historia reciente está signada por una fatídica trinidad que integran la violencia revolucionaria, la corrupción política y el narcotráfico, tres entidades infernales que se han coaligado para hacer del nuestro un país paria. Otros procesos han dado lugar, además, a que sin riesgo de exageración se nos pueda comparar con Sodoma y Gomorra. Como dijo al final de su vida Álvaro Gómez Hurtado, cuyos asesinos gozan hoy de la más descarada impunidad, a nosotros no nos une un tejido de solidaridades, sino una red de complicidades.

El Papa no puede ignorar que viene a un país devastado moralmente y ha sufrido toda suerte de inclemencias. Por supuesto que en su población hay heridas morales muy difíciles de sanar, odios que tardarán años en superarse, conflictos inextricables cuya comprensión requiere de fuertes dosis de paciencia y lucidez. Es una sociedad demasiado compleja y casi ingobernable. El Estado en no pocos lugares de nuestra accidentada geografía es apenas una ficción.

Dentro de ese cúmulo de inclemencias hay que mencionar, ante todo, la brutalidad de la confrontación armada. Admitamos que de ello son responsables los promotores de la violencia revolucionaria, como también los grupos extraoficiales que la han combatido y no pocos agentes del Estado. Pero en torno de los primeros media una calificación especial, por cuanto sus crímenes atroces no son obra de las circunstancias, sino de sus convicciones ideológicas.

En efecto, el marxismo-leninismo que profesan y del que no dan muestra alguna de arrepentimiento les ha suministrado motivos abrumadores para "matar con el fin de que otros vivan mejor", como lo dijo en mala hora algún personaje de infausta recordación que ejercía como "compañero de ruta" de los subversivos. 

Por eso he traído a colación a Koestler, cuya novela versa sobre los crímenes que promovió Stalin contra sus propios correligionarios en los tristemente célebres "Procesos de Moscú" en los años treinta del siglo pasado.

El marxismo-leninismo es una ideología que legitima la violencia como medio idóneo de acción política. Mejor dicho, la considera como la "partera de la historia", el motor principal del devenir de las sociedades, la ultima ratio de los procesos colectivos. Y, al tenor de ello, proclama que la misericordia es un prejuicio burgués. 

El Che Guevara, cuya efigie presidió la celebración eucarística del Papa en La Habana hace unos meses, y que es visto por la izquierda, siguiendo un torpe concepto de Sartre, como "el ser humano más completo de nuestra era", resumió así su idea homicida de justicia en el famoso "Mensaje a la Tricontinental": "El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar".(http://www.lanacion.com.ar/726599-el-che-guevara-una-violenta-selectiva-y-fria-maquina-de-matar).

¿Cómo recibirán las Farc los mensajes del papa Francisco acerca de la reconciliación y la misericordia, si no han renunciado a su ideología marxista-leninista, ni a la combinación de las formas de lucha que la misma profesa, ni al odio llamado a convertir al ser humano en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar?

El Papa trae consigo un mensaje fundado en las enseñanzas evangélicas. Pero a los comunistas de las Farc probablemente les entrará por un oído y les saldrá por el otro, pues el enemigo número uno de su ideología marxista-leninista es precisamente la religión, que para aquella es la fuente principal de la alienación humana. Por eso, cuando llegan al poder la persiguen sin contemplaciones.

Resuenen todavía en mis oídos las elocuentes palabras de S.S, Pablo VI cuando en 1968 habló en Bogotá: "La violencia no es cristiana, ni es evangélica".

Tomo de su discurso de apertura de la segunda conferencia del Celam el siguiente párrafo que cobra hoy nítida actualidad:

"Cristianismo y violencia
Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres y de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social, si nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo país, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio, ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad. Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que por el contrario, hacen de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz."

Quiera Dios que las palabras que tiene preparadas el papa Francisco para esta visita apostólica caigan, como la buena semilla del sembrador, en terreno abonado.

Conviene recordar que la misericordia divina no conoce más límite que el endurecimiento del
pecador (Isaias 9, 16; Jeremias 16, 5. 13).

¿Cuán dura será la cerviz de aquellos a quienes irán dirigidas las palabras del papa Francisco en su visita a Colombia?