"In my solitude", como reza una célebre creación de Duke Ellington, me deleito leyendo "Los Sueños de Luciano Pulgar", en los que don Marco Fidel Suárez desahogó las tristezas que lo agobiaron al término de su fecunda existencia.
No puedo dejar de comparar la suerte suya con la del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien ha sido víctima del feroz encono de sus enemigos políticos.
A don Marco, el "presidente paria", tal como él mismo se definía, lo persiguieron con sevicia por haber empeñado el dinero de sus gastos de representación para obtener un préstamo con el que quería sufragar el costo de repatriación de los restos de su hijo fallecido en Estados Unidos, víctima según se dice de la epidemia de gripe española que asoló a la humanidad al término de la Primera Guerra Mundial. No cabe duda, era un presidente pobre y "varón de dolores", según su propio calificativo. Es posible que se lo atacara en el fondo por la defensa que hacía del tratado con los Estados Unidos para finiquitar la punzante cuestión panameña. He leído que renunció a la presidencia precisamente para facilitar la aprobación del tratado por parte del congreso colombiano. Lo cierto es que le llovieron denuestos, promovidos, según sus palabras, por quienes llamaba sus "euménides", facción animada por una dupla que dio mucho de qué hablar en los años posteriores, la que integraban los entonces representantes Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez Castro, que eran entrañables amigos por esos días y después se convirtieron en ásperos contradictores. Según leí hace tiempos en Vanguardia Liberal, Laureano Gómez se sintió traicionado por Alfonso López porque facilitó la elección presidencial de éste en 1934 al promover la abstención conservadora, se supone que a cambio de que López diera vía libre a la aspiración de Gómez para sucederlo en 1938. Es un capítulo poco explorado de nuestra trajinada historia política.
Lo de Uribe Vélez es diferente. Los "Demonios del Rencor" que según escribí hace algún tiempo lo atosigan sin descanso no son otros que los comunistas y sus compañeros de ruta que vieron frustrados sus atroces designios totalitarios y liberticidas por le entereza con que los enfrentó y acorraló cuando ejerció la presidencia. Si alguien en nuestra historia merece que se lo considere dentro de la estirpe de nuestros libertadores, es él precisamente. Por eso, muchos lo consideramos como el "Gran Colombiano". Terminó su mandato con un elevadísimo grado de apoyo popular, lo que no le perdonan sus vengativas "euménides". Buscando defenderse de sus demoníacas asechanzas, dio pie para que le abrieran un proceso que ha suscitado profundas dudas sobre la imparcialidad de nuestro sistema judicial.
"La Historia es trágica", decía Raymond Aron, a cuyo lúcido intelecto no ceso de rendirle incesante tributo de admiración. Recordemos el deplorable final de Bolívar y los vaivenes de su imagen en la memoria de los pueblos por los que combatió. De la cima a la sima sólo hay un salto.
Pero el contraste que ahora deseo resaltar es otro, el que ofrece la figura de héroe trágico de don Marco Fidel Suárez frente a la del histrión que para colmo de nuestros males nos desgobierna en estos momentos aciagos. Uno y otro nacieron en medios humildes y conocieron los rigores de la pobreza en sus primeros años. El primero fue ascendiendo gracias a su talento y su espíritu de superación, ganándose el respeto de los sectores dirigentes por sus admirables condiciones personales e intelectuales. "Los Sueños de Luciano Pulgar" que ahora acompañan mis soledades son una obra maestra de buen decir, de erudición, de elevada espiritualidad, de patriotismo insomne. ¡Qué distancia abismal lo separa del personaje tan turbio como tosco y repelente que ocupa hoy el solio de Bolívar! ¡Cuánta diferencia separa la prosa exquisita, digna de un clásico de la lengua castellana, con que nos nutre don Marco, del discurso y los graznidos, que no trinos, del espurio e indigno habitante de la Casa de Nariño, que en lugar de formarse en la cercanía de Dios cayó desde joven en los albañales del materialismo histórico y so pretexto de rebelarse contra lo que consideraba un orden tiránico se hizo cómplice de aterradores delitos que François Roger Cavard ha denunciado ante instancias internacionales, de los que no ha mostrado signo alguno de arrepentimiento. Por el contrario, ha resuelto enarbolar de nuevo la atroz bandera de la guerra a muerte que enloda la memoria de Bolívar y la del siniestro M 19, causante del horrendo Holocausto del Palacio de Justicia.
Cuando era canciller del gobierno de Eduardo Santos, el célebre profesor López de Mesa proclamaba con cierte ingenuidad que Colombia era una potencia moral, si se la comparaba con el resto de América Latina, en donde reinaban dictaduras que inspiraron a Germán Arciniegas para escribir su libro "Entre la Libertad y el Miedo". Hoy, debido al que nos desgobierna, corremos el riesgo de convertirnos en un narcoestado. Como lo escribí no hace mucho, sufrimos la letal amenaza de cuatro terribles flagelos: el comunismo, la anarquía, la corrupción y la dictadura.
Don Marco Fidel Suárez afirmaba que Colombia era tierra estéril para las dictaduras. Hoy no podemos suscribir sin reservas tan tajante enunciado.
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