lunes, 11 de agosto de 2025

Cuando el dolor hiere el alma

 Acaba de fallecer el senador Miguel Uribe Turbay, vícitima de un alevoso atentado que lo tuvo a lo largo de dos meses entre la vida y la muerte.

Era un joven que exhibía una carrera política fulgurante. Todo lo señalaaba como muy probable triunfador en la elección presidencial del año próximo. Los que urdieron su desaparición tenían claridad meridiana sobre lo que Miguel representaba para el futuro de Colombia. En él se vislumbraba una luz de esperanza para esta patria que hoy padece los rigores de un ominoso desgobierno. 

¿Quiénes fueron? La pregunta es incisiva y recorre todos los espacios de nuestra geografía. Ya se sabe de algunos autores materiales, pero queda la incógnita acerca de la identidad de sus patrocinadores.

Ciertos indicios apuntan hacia alguna de las facciones de las Farc, organización terrorista que no desapareció con el acuerdo que se hizo con Santos y ha revivido a través de varios grupos, entre ellos el que se dice que lidera el tenebroso Iván Márquez, uno de los principales negociadores del fementido acuerdo de paz que le mereció a Santos el galardón del Premio Nobel. Esa facción, como también el ELN, está protegida por el régimen dictatorial que impera en Venezuela, lo que hace pensar que el atentado contra el senador Uribe pudo contar con su patrocinio.

¿Qué decir del que nos desgobierna? Su comportamiento después del atentado no deja de ser desconcertante. La primera reacción consistió en decir que la vçtima había sido un árabe, al que le dedicó algunas palabras extraídas al parecer de dicho idioma. Después, sus turiferarios se aplicaron a afirmar que se estaba distorsionando la gravedad del asunto y el propio inquilino de la Casa de Nariño  manifestó que no podía hablarse ahí de un crimen político, dando a entender con ello que tras el atentado podría haber motivos personales.

Un goberante honorable habría reaccionado de distinto modo frente al ataque contra el que quizás podría haber sido el principal vocero de la oposición en los próximos comicios. Pero desear una reacción elegante de parte de un sujeto soez como pocos equivale a pedirle peras al olmo.

No cabe duda de que la intemperancia de que ha dado muestras fehacientes este desgobierno ha abonado el terreno para perseguir de modo inclemente e incluso violento a la oposición. El sujeto de marras bien podría exclamar, parafraseando a don Juan Montalvo a propósito del crimen contra Gabriel García Moreno en Ecuador, "lo mataron mis graznidos, que no trinos en X".

Ahora bien, ahora que van apareciendo indicios acerca de la posible responsabilidad del régimen venezolano en la muerte del senador Uribe, nuestro desgobierno cierra filas en torno de unos vecinos que el gobierno y la justicia de Estados Unidos consideran como de la más baja estofa. No cabe duda: los hechos recientes nos ubican dentro del mismo nivel. Colombia ha dejado de ser la potencia moral de que alguna vez hablaba con desmesura el profesor López de Mesa, para ingresar a la deplorable condición de los Estados parias que sólo merecen menosprecio de parte de la comunidad de naciones civilizadas.

Duele admitir que las furias del Averno se han coaligado en contra nuestra. Quizás haya que darles la razón al Director del Centro Cultural Cruzada y a María Andrea Nieto cuando sostienen no sólo que hay vínculos del que nos desgobierna con la santería que tanto influye en Haití, Cuba, Nicaragua y Venezuela, sino que el que nos desgobierna tal vez sea sacerdote de Changó. Suelo afirmar que exhibe todas las trazas de un endemoniado.

Bien sabido es que la fe se robustece alimentada con la sangre de los mártires. Miguel Uribe ya integra esa estirpe sacrosanta. Su devoción por esta sufrida patria ha de estimular a a otros para que sigan su ejemplo y ayuden a enderezar el mal rumbo a través del que quien nos desgobierna parece llevarnos a un despeñadero.

Que Dios lo tenga en su gloria, les dé a los suyos cristiana resignación y anime a los que decidan seguir sus huellas para que se esmeren en bien de nuestra amada Colombia. Padecemos la desazón de una mala hora, pero no podemos perder la esperanza de que vendrán para nosotros tiempos mejores.



























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