Echo mano del título de la célebre y escandalosa novela de Choderlos de Laclos para referirme al ominoso contubernio de nuestro líder intergaláctico y profeta apocalíptico con la dictadura que oprime a nuestro hermano pueblo de Venezuela.
Los mensajes de apoyo a Maduro nos crean una situación difícil con Estados Unidos, cuyo gobierno lo considera peor que Bin Laden para su seguridad, motivo por el cual se ha ofrecido una recompensa de US$ 50.000.000 para quien ayude a capturarlo. El reclamo en contra suya no procede sólo del gobierno norteamericano, sino también de autoridades judiciales que lo acusan de encabezar el "Cártel de los Soles" que ha inundado de cocaína el territorio norteamericano. A Maduro se lo acusa, además, de reprimir a su pueblo cometiendo incontables crímenes de lesa humanidad que lo han puesto en la mira de la justicia penal internacional. Es un hecho notorio que se robó las elecciones de hace un año, en las que quedó demostrado el triunfo de la oposición que lideraban el candidato González Urrutia y la heroína Machado.
El gobierno norteamericano acaba de autorizar operaciones militares contra ese régimen, como también contra las organizaciones de delincuentes responsables del narcotráfico que afecta a su país y desde luego al nuestro. Dentro de esas organizaciones se cuentan el ELN, los sucedáneos de las Farc, el Clan del Golfo y demás narcotraficantes con quienes el desgobierno colombiano adelanta una imposible política dizque de "Paz Total", que no significa otra cosa que la claudicación ante el crimen.
En los Estados Unidos se considera que el régimen de Maduro y sus secuaces ha convertido a Venezuela en un Narcoestado que entraña graves peligros para la seguridad hemisférica. Ellos no representan al "bravo pueblo" que lideró nuestra independencia respecto de España, pues lo han sumido en la miseria y lo sujetan mediante el terror. Aliarnos con ese régimen nos liga a su suerte, que ya está echada en lo que concierne a las relaciones con el poderosísimo país del Norte.
El famoso politólogo Carl Schmitt consideraba que la política se rige por el dualismo amigo-enemigo. Se la hace, en efecto, con los amigos y en contra de los enemigos, de lo que se sigue aquello de que el amigo de mi enemigo es mi enemigo y el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo. Acercarnos a la dictadura venezolana nos convierte en amigos suyos y, en consecuencia, en enemigos de Estados Unidos.
Es un paso de muy inquietantes consecuencia para nosotros. Del "respice polum" que predicaba don Marco Fidel Suárez y orientó nuestra política exterior a lo largo de muchos años a pesar de ciertos intentos de alejamiento, estamos pasando a una política de confrontación y desafío que para nada nos conviene.
El que nos desgobierna va cada vez más destapando las cartas que mantenía mal que bien escondidas. Ya no sólo declara su pesadumbre por la caída del Muro de Berlín y su devoción por Mao, sino que se declara lector impenitente de Marx, cuyos escritos declara haber devorado en su totalidad y subrayado para compartirlos con su amigote, el actor porno que acaba de nombrar como ministro de la Igualdad. Otra que destapa es la que Goethe describiría como una de sus afinidades electivas. Ya nos dio alguna pista sobre lo que hizo con tan desaconsejable compañía en el Bois de Boulogne a propósito de sus saturnales parisienses.
Hay que reiterar que con el que nos desgobierna a la cabeza vienen momentos cruciales para Colombia, que tendrá que elegir entre el comunismo que ofrece el Pacto Histórico y la democracia liberal que no obstante sus deficiencias nos ha regido a lo largo de dos siglos. El imperativo de la hora presente es forjar la unidad para preservarnos del totalitarismo comunista.