El excelente libro de Paul Kengor que lleva por título "The Devil and Karl Marx" pasa revista detallada a las relaciones entre el comunismo y la religión. Es posible descargarlo pulsando el siguiente enlace: The Devil and Karl Marx (archive.org).
Su contenido entraña un rotundo mentís a los creyentes que como el papa Francisco cometen el gravísimo error de coquetear con los comunistas.
Después de examinar cuidadosamente lo que Marx y Engels escribieron contra la religión, en donde se muestra que el punto de partida de la doctrina comunista es un ateísmo radical, se ocupa de la brutalidad de la política antirreligiosa que se desarrolló en la Unión Soviética y sus países satélites. Miles de creyentes fueron sometidos al martirio por mantenerse firmes en su fe. Muchos otros más sufrieron encarcelamiento, torturas de inenarrable crueldad y restricciones de varia índole por no plegarse a las exigencias de las autoridades comunistas. Con toda razón se habló en su momento de la "Iglesia del Silencio" que tuvo que ocultarse para sobrevivir, como en las peores épocas de las persecuciones de la Roma imperial.
Causa pavor, por ejemplo, que en Rumania se obligara a sacerdotes a consagrar sus excrementos y sus orines para burlarse de la consagración del pan y el vino que está en el centro de los cultos católicos y ortodoxo.
En los países en que se impuso el comunismo se optó, además, por someter a las iglesias a rígidos controles tendientes a convertirlas de hecho en agencias estatales encargadas de espiar y denunciar a los creyentes.
Pero a partir de la década de 1930, ante la grave amenaza que representaba el ascenso del fascismo, los comunistas optaron por otra política que llamaron de mano tendida a las iglesias en los países occidentales, con miras a la integración de frentes populares que disimularan sus pretensiones frente a comunidades en las que aquéllas conservaban fuerte anclaje.
Gran parte del libro se ocupa de la penetración comunista en las iglesias protestantes y la católica en los Estados Unidos. Hubo pastores muy influyentes que de hecho eran comunistas y seguían las consignas de Moscú. Pero el centro de su estrategia se dirigió hacia la iglesia católica. Según lo denunció Bella Dodd, una activista arrepentida, ella misma patrocinó el ingreso de más de mil comunistas a los seminarios católicos. Vaya a saberse cuántos de ellos ascendieron en la jerarquía llegando a ocupar sedes episcopales y quizás cardenalicias.
El papa Pablo VI, canonizado recientemente, denunció que el humo de Satanás había penetrado en la Iglesia. Malachi Martin pensaba que ello se debió a un ritual satanista que según él se celebró nada menos que en el Vaticano. No cabe duda de que la Iglesia ha estado en la mira de comunistas, masones, satanistas y otras yerbas, por lo que es de pensar que los episodios de infiltración en los Estados Unidos también han tenido lugar en otras latitudes. El célebre padre Amorth, exorcista oficial del Vaticano, llegó a afirmar que había cardenales satanistas.
Ya es bien sabido que la Teología de la Liberación a la que ha adherido parte del clero latinoamericano y de la que dice ser adepto el actual presidente de Colombia es un invento de la KGV tendiente a combinar el marxismo con la doctrina cristiana, lo que nuestro presidente Valencia denominó en buena hora como un coctel de vodka y agua bendita. Alguna afinidad con dicha corriente se encuentra en la Teología del Pueblo que según se dice profesa el papa Francisco.
Es lo cierto que la infiltración marxista en la Iglesia ha tenido lugar principalmente en la Compañía de Jesús, tal como lo denunció Malachi Martin en un libro que titula precisamente "Los Jesuítas y la Traición a la Iglesia Católica" (vid.Malachi Martin. Los jesuitas.pdf (archive.org). De labios de un exseminarista de dicha orden, que terminó en la apostasía, escuché que él había participado en la creación del CINEP, que es a todas luces una compañera de ruta de la subversión comunista. "Nosotros éramos comunistas", le oí decir.
El comunismo ha evolucionado desde el punto de vista ideológico, pero sin abandonar su credo rigurosamente materialista, ateo y antirreligioso. Su prédica ya no se centra en el conflicto entre la clase explotadora que posee los medios de producción y la explotada que sólo cuenta con su capacidad de trabajo. La dialéctica que explota es la de opresores y oprimidos. Incluye dentro de estos últimos a todas las categorías sociales que se consideran discriminadas por los ordenamientos establecidos a causa del género, las inclinaciones sexuales, la raza, la etnia, etc. La consigna ya no es "Proletarios de todo el mundo, uníos", sino "Descontentos del todo el mundo, uníos".
La Naturaleza hace parte de ese conglomerado de oprimidos. De ahí su adhesión a un ecologismo radical que pretende modificar en un todo la relación del ser humano con su entorno geofísico. De ahí la prédica del decrecimiento que conlleva limitarse a producir sólo lo estrictamente necesario para la supervivencia de la especie.
Hay un neocomunismo que pretende transformar radicalmente toda la vida social. Su obsesión sigue siendo la del "Nuevo Hombre" liberado de las ataduras de la civilización, algo así como el "Buen Salvaje" rousseauniano.
El que nos gobierna sabe hacia dónde nos quiere llevar. Los que lo ungieron con su voto quizás no eran conscientes de sus propósitos un sí es no es delirantes.
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