martes, 17 de junio de 2025

Velad y Orad

Ha dicho con sobra de razones el destacado jurista Mauricio Gaona que "el año que viene será el más crítico para la vida republicana de Colombia desde su creación".

Para entender los gravísimos peligros que afrontamos en estos momentos cruciales tenemos que partir de la base de que nos desgobierna un comunista recalcitrante que además exhibe severos trastornos en su sesera. La suya es una mente poblada de delirios que, como acaba de decirlo José Alvear Sanín en "La Hora de la Verdad", ha perdido todo contacto con la realidad del país y confunde el pueblo que de verdad habita el territorio patrio con otro fantasmagórico que sólo existe en sus fantasías ideológicas.

El contraste entre las multitudinarias marchas que llenaron plazas y calles de las principales ciudades de Colombia el pasado domingo para solidarizarse con Miguel Uribe Turbay y los suyos en estos momentos de cruda aflicción y la exigua presencia popular en los plantones que se convocaron ayer para respaldar las políticas gubernamentales es elocuente a más no poder. 

El pueblo de verdad aspira a que reine un buen gobierno que satisfaga en la medida de lo posible sus apremiantes necesidades y no unos discursos incoherentes y agresivos que no se traducen en acciones que redunden en pro del bien común. La garrulería oficial no lo favorece y, por el contrario, siembra discordia y suscita un clima de violencia verbal que como ya se viene advirtiendo se traduce en hechos luctuosos, como el vil atentado contra Miguel Uribe Turbay que lo tiene al borde de la muerte.

Parafraseando lo que dicen los informes médicos sobre su estado, bien podemos afirmar que también Colombia se halla hoy en cuidados intensivos, en situación altamente crítica y bajo un pronóstico reservado.

La conmovedora red de oración que se ha formado para rogar por el pronto y total restablecimiento del senador Uribe Turbay debería ocuparse también de la suerte de esta patria adolorida que hoy, como reza nuestro himno nacional, "entre cadenas gime".

No creo que estén equivocados los piensan que media una conjura para precipitarnos en un caos que genere un clima revolucionario que nos arroje por andurriales ya trajinados en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Lo del castrochavismo en acción no es calumnia de la derecha, sino realidad palpitante, tal como pudimos advertirlo en el tenebroso discurso que el okupa de la Casa de Nariño pronunció el primero de mayo copiando de mala manera el talante del finado dictador Hugo Chávez. El modo siniestro como llamó a la "guerra a muerte", blandiendo una supuesta espada de Bolívar, trasunta a cabalidad lo que bulle en un interior que parece poseído por alguna entidad demoníaca.

La torpe evocación del episodio más censurado de la trayectoria política del Libertador suscita profundas inquietudes. Ese llamado a la muerte de españoles y canarios, aun siendo inocentes, dio lugar a que cuando se acercaba a Santafé al mando de las tropas del congreso de Tunja circularan pasquines que alertaban a la población acerca del temible advenimiento del "antropófago de Caracas".

"Guerra a muerte" es una consigna que evoca la atroz criminalidad de que hizo gala el M-19, cuyos sobrevivientes quizás no arrepentidos y de todas maneras impunes pululan hoy en nuestras altas esferas gubernamentales. Hay toda una historia por contarse acerca de las oscuras hazañas que el que nos desgobierna y sus conmilitones protagonizaron en esa guerrilla que hoy se pretende idealizar, pese a que protagonizó execrables episodios como el asesinato de José Raquel Mercado, el secuestro de  diplomáticos en la sede de la embajada de la República Dominicana y, desde luego, el pavoroso Holocausto del Palacio de Justicia, amén de otras múltiples atrocidades que se cometieron dizque para protestar contra un régimen tiránico y promover la instauración de uno verdaderamente justo.

Esas dos discutibles justificaciones de la violencia guerrillera deben cuestionarse con rigor, porque han traído consigo gérmenes funestos para la institucionalidad colombiana. El inocente pacifismo de ciertos sectores influyentes de nuestra dirigencia no ha traído consigo la armonía colectiva, sino quizás el alebrestamiento de los facciosos. La paz de Santos benefició a cierto número de guerrilleros, pero ha alentado a otros que por obra de la desidia del desgobierno actual han aumentado peligrosamente su influencia en vastos espacios del territorio nacional.

A los colombianos de bien sólo nos resta hoy por hoy confiar en la acción de la Providencia para superar este tenebroso estado de cosas y enderezar el rumbo. Nuestra crisis es en gran medida de orden espiritual, en el pleno sentido de la expresión.

Bien hace la jerarquía eclesiástica en salir de su mutismo para convocar a los altos poderes en pro de la armonía colectiva. Ojalá que ello frene el ímpetu caótico que mueve al que nos desgobierna.


lunes, 9 de junio de 2025

Guerra a muerte

Esta feroz, irresponsable y fatídica consigna que lanzó el comunista que hoy nos desgobierna acaba de proyectarse en el letal atentado que se perpetró antier contra Miguel Uribe Turbay, uno de los dirigentes más destacados del Centro Democrático, cuya candidatura presidencial contaba con muy buenas perspectivas. 

Como lo manifestó el expresidente Uribe, Miguel era una promesa para la patria. Salvo que se produzca un verdadero milagro, si lograre sobrevivir ya no sería el mismo, pues la bala que penetró en su cerebro no dejaría de acarrearle delicadísimas secuelas. 

Todo indica que este funesto atentado procede de una organización criminal que se propone desestabilizar el país en las contiendas electorales que tendrán lugar el año entrante. Sería osado responsabilizar al desgobierno y su equipo político por haberlo promovido, pero no cabe duda de que el lenguaje provocativamente pugnaz que ha venido empleando desde sus comienzos ha suscitado un clima proclive a la violencia política e incluso la social.

Olvidando que según la Constitución el Presidente simboliza la unidad nacional, quien hoy funge como tal se ha dedicado a sembrar discordia a troche y moche, tanto en sus intervenciones públicas como en sus tediosos graznidos en la red social X.

Después de varias desafortunadas manifestaciones acerca del gravísimo hecho que representa el atentado contra Miguel Uribe Turbay, por fin acaba de expresar en dicha red social una sentida declaración que dice emanada de lo más profundo de su corazón.

A ella debería seguir una convocatoria a todos los dirigentes del país para condenar la violencia y ejercer la política dentro de parámetros civilizados que sosieguen el debate que le es inherente dentro de un marco que promueva la paz y contenga la violencia.

Hace poco escribí que al discurso agresivo le sigue prontamente la acción física. El HP que desde la más alta esfera gubernamental se esgrime contra la oposición genera desafortunadas consecuencias en la sociedad. 

He estado recordando algunos pasajes de mis enseñanzas en materia de Filosofía del Derecho para traer a colación lo de que todo orden social resulta de la colaboración estrecha y armónica de las tres normatividades que imperan en la vida colectiva: la jurídica, la moral y la de la cortesía o urbanidad. 

La crisis que nos agobia no sólo se manifiesta en el ámbito del derecho, Hay que repetir lo que con profunda sabiduría deploró Horacio: "De qué sirven las vanas leyes si las costumbres fallan". Así lo enseñaba yo a mis discípulos: la cultura jurídica reposa sobre una cultura moral. Si ésta decae, ya por obra de la abierta corrupción de costumbres, bien por la silenciosa demolición que trae consigo el relativismo, la regla de derecho deja de ser un instrumento de justicia y se convierte en un dispositivo de arbitrariedad.  Pero hay algo más: las reglas de cortesía y urbanidad, que los doctrinantes llaman de trato social, a pesar de su formalismo y su aparente superficialidad juegan un papel muy significativo en la vida de relación porque liman aristas y facilitan el acercamiento con nuestros semejantes.

Pues bien, padecemos un desgobierno que ha hecho de la grosería, el insulto, la amenaza, la calumnia y, en general, la actitud desconsiderada para con quienes no compartimos sus actitudes ni sus orientaciones, la regla del maltrato.

Por ejemplo, los graznidos desobligantes para con Miguel Uribe Turbay, emitidos en vísperas del atentado que lo tiene al borde de la muerte, no han dejado de interpretarse como una malhadada incitación a que se lo agrediera físicamente. 

He estado recordando algunas consideraciones de Arthur Koestler sobre las raíces neuronales de la violencia. Koestler adhiere a una teoría que no goza del todo de buena aceptación, según la cual los humanos sufrimos el desajuste de tres cerebros. el límbico, que compartimos con los reptiles; el paleocórtex, que compartimos con los mamíferos, y el neocórtex, específicamente humano, que sirve de asiento de las funciones superiores del psiquismo. Según Koestler, la agresividad resulta de la acción y sobre todo las reacciones reptilianas del cerebro límbico. 

Observando el comportamiento del que nos desgobierna, no deja uno de pensar que la ferocidad de sus reacciones podría explicarse porque su neocórtex no ejerce suficiente control sobre su cerebro reptiliano. Parece obrar más como una serpiente acorralada que como un ser humano dueño y controlador de sus actitudes y sus comportamientos.

Sea de ello lo que fuere, no cabe duda de que el clima de violencia que reina hoy en el país se alimenta en buena medida de los exabruptos que fluyen de la Casa de Nariño.

Oremos, desde luego, por Miguel Uribe Turbay y su familia, pero ante todo, por esta doliente patria que hoy está en tan pésimas manos.