jueves, 4 de diciembre de 2025

Dos grandes retos

La encrucijada que en estos momentos afecta a Colombia suscita por lo menos dos grandes retos, a saber: a) poner de acuerdo a quienes creemos en la necesidad de preservar la democracia liberal en unirnos alrededor de un solo candidato presidencial que pueda enfrentar al candidato comunista que resultó favorecido en la reciente consulta del Pacto Histórico; b) convencer a la gran masa de votantes de la letal amenaza que representa ese candidato comunista.

La última encuesta de Invamer, a la que no hay motivos serios para no creerle, ilustra sobre la dispersión de las fuerzas demoliberales, en las que hay una revoltura de candidatos que individualmente considerados podrían ser interesantes, pero en las circunstancias actuales resultan ser no sólo insignificantes, sino altamente nocivos. Según sus resultados, el candidato comunista cuenta hoy con un 31,9 % de intención de voto, frente a un18,2% de Abelardo de la Espriella y un 8,5% de Sergio Fajardo (vid. Así está la encuesta de Invamer para las elecciones a la Presidencial del 2026: Cepeda, De la Espriella y Fajardo lideran). La encuesta muestra un peligroso potencial en favor del comunista para las dos vueltas de la elección presidencial, mientras que los hechos más recientes exhiben una áspera división entre los candidatos De la Espriella y Fajardo, dada la actitud recalcitrante de este este último, que se niega a cualquier acuerdo con el primero y no define con claridad su actitud respecto del comunista, lo que hace pensar que en un momento decisivo para la segunda vuelta quizás preferiría al hoy senador Cepeda, bien sea a través de un apoyo explícito o de una taimada abstención.

Hay que insistir en que entre lo que con bastante superficialidad se califica como la derecha y los centros, dizque de derecha o de izquierda, no tiene por qué haber abismos insalvables, sobre todo cuando acecha temiblemente el peligro comunista. Si se examina serenamente la historia de la Europa occidental durante la Guerra Fría se puede advertir que el entendimiento entre la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia fue decisivo no sólo para que hubiera paz política y social en esos países, sino parar conjurar la amenaza comunista, que a fines de la primera mitad del siglo pasado estuvo a punto de tomar el poder en Francia e Italia.

Esa amenaza gravita hoy fuertemente sobre nuestro país. El que nos desgobierna es a no dudarlo un comunista redomado que está preparando el camino para que lo suceda alguien que es mil veces peor que él. Afortunadamente no ha logrado el control de la autoridad electoral y muchísimo menos de la judicial, y sufre la oposición de la mayoría de los mandatarios regionales y locales elegidos popularmente. Pero ha debilitado la fuerza pública y fortalecido las organizaciones criminales que hoy controlan en muy buena medida el territorio nacional. Llamo la atención sobre lo que advertí en mi más reciente escrito: Colombia es el segundo país, después de Myanmar, con el mayor índice de criminalidad en el mundo. Es algo que el que nos desgobierna no ha querido enfrentar con decisión y más bien ha consolidado con su aviesa política de Paz Total.  Las elecciones están hoy en alto riesgo por la acción de esas fuerzas criminales, cuyos tentáculos ya obran cerca del interior del desgobierno imperante.

Los egos de los liliputienses aspirantes presidenciales les impiden percatarse de estas inquietantes realidades. La amenaza del lobo totalitario no puede enfrentarse con fuerzas dispersas que obran cada una por su lado, sino con la decisión firme de los partidarios de la democracia liberal en cualquiera de sus vertientes de obrar concertadamente para obtener el triunfo en la primera vuelta de la elección presidencial.

Pero esa decisión firme debe proyectarse hacia el grueso del electorado que, por una parte, sufre la desorientación que exhiben los dirigentes, y, por la otra, tiene serios motivos de insatisfacción respecto del orden imperante. Hay una angustiosa problemática social que debe abordarse con rigor y generosidad, sin demagogia ni promesas inviables. El apoyo con que todavía cuenta el desgobierno actual y le sirve al candidato comunista para legitimar su campaña surge del esfuerzo sostenido para pulsar las fibras emocionales del resentimiento social que dan pábulo a la lucha de clases. 

Así las cosas, el programa para enfrentar al candidato comunista tiene que contar con un vigoroso y creíble ingrediente de acción social que convenza de sus bondades al ciudadano de a pie y desvirtúe las falsas promesas del Pacto Histórico, al que el CNE acaba de reconocerle personería para protocolizar la fusión de la Unión Patriótica, el Polo Democrático Alternativo y el Partido Comunista Colombiano, todos ellos de inspiración comunista y promotores del modelo castro-chavista (vid. El CNE aprueba personería del Pacto Histórico - Búsqueda).

Ofrecerle al pueblo como modelos lo que impera hoy en Cuba y en Venezuela es un descarado desafío al buen sentido, pero así ocurre con quienes profesan lo que Carl Schmitt consideraba como una religión secular. Son fanáticos delirantes que niegan la realidad en pro de sus disparatadas ilusiones. Su retórica, por desgracia, convence a no pocos descontentos con el estado de nuestra sociedad. Es indispensable denunciarla y desvirtuarla.