Para estar a tono con estos días de meditación me he sumergido en la lectura de dos libros verdaderamente fascinantes: "Christ, Science and Reason", del padre Robert Spitzer S.J., y "Jésus au fil de l'histoire", de Jaroslav Pelikan.
El libro del padre Spitzer afronta con rigor las graves cuestiones que se plantean acerca de la vida y la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, la credibilidad del Nuevo Testamento. los milagros que se detallan en los Evangelios y los eucarísticos, la Sábana Santa de Turín, las apariciones de la Sma. Virgen en México y Lourdes, los milagros relacionados con las mismas, las relaciones de la Iglesia con la ciencia y el impacto del catolicismo en todos los órdenes de la civilización.
La lectura de este libro refuerza a no dudarlo la fe del creyente y arroja desafiantes retos para los escépticos. Si bien la fe es difícil, a punto tal que se afirma que es una gracia que nos viene de Dios, conviene recomendarles a quienes no la poseen e incluso la rechazan que abran sus mentes en procura de la luz llamada a disipar las sombras que rodean nuestra percepción de la realidad en que vivimos.
Hace poco leí unas declaraciones de Stephen Hawkin en las que afirmaba que los límites de nuestro conocimiento los fija la teoría general de la ciencia. Ésta, desde luego, nos suministra valiosas informaciones sobre el universo que habitamos, pero es discutible que el techo del vuelo de nuestra mente pueda fijarse a partir del inmanentismo materialista que niega toda trascendencia. Los razonamientos de Claude Tresmontant en "Cómo se plantea hoy el problema de la existencia de Dios" son pertinentes para sostener que el universo físico no es el ser necesario subsistente por sí mismo, dado que la ciencia ha establecido que tuvo cierto origen y probablemente esté condenado a su disolución. El ser necesario está en otra parte y es Dios. Es un concepto del que no podemos prescindir si aspiramos a un mínimo de comprensión de la realidad. Si lo negamos, no queda otro remedio que asumir el absurdo como última ratio de lo que existe y de nuestras vidas.
Los devotos del cientificismo dejan de lado la grave cuestión de los presupuestos metafísicos y hasta teológicos del saber que veneran. Este es un tema que aborda con exquisita lucidez Pelikan a partir de una decisiva observación de Alfred North Whitehead en "La Science et le monde moderne". Según este eminentísimo pensador británico, todo el trabajo científico parte de la idea de un orden cósmico racional que podemos aprehender mediante nuestro uso de razón. Porque hay una coincidencia de nuestra racionalidad con la del mundo podemos leer en su interior y captar sus estructuras y funcionalidades.
Recuerdo que en su Historia del Pensamiento Jacques Chevalier insistía en que la gran metafísica griega partía de la base de que lo semejante conoce a su semejante. De ahí el paralelismo de las categorías lógicas y ontológicas que preside el pensamiento aristotélico. Y esa gran metafísica se hermanó con la teología cristiana para plantear, repito, la idea de un orden cósmico racional fundado en el Logos Divino.
En síntesis, sin la metafísica cristiana no se habría podido desarrollar la ciencia occidental.
Volviendo al libro del padre Spitzer, destaco lo que expone acerca del Santo Sudario de Turín, los milagros eucarísticos en México, Polonia y Buenos Aires, las manifestaciones de la Sma. Virgen en Fátima y las desconcertantes sanaciones en Lourdes, de las que hay reconocidas como milagrosas por la Iglesia unas 7.000, pero probablemente ascienden a 70.000.
El catolicismo no se funda en supersticiones ni en ideas ingenuas, sino en hechos y razones que están a la vista de todos y han sido sometidos a riguroso escrutinio a lo largo de sus 2.000 años de existencia.
Bien lo observa Pelikan en su precioso libro, a partir del examen de las distintas concepciones que ha suscitado a lo largo de siglos: Nuestro Señor Jesucristo es la figura dominante de la historia de la cultura occidental, independientemente de lo que cada uno pueda pensar o creer al respecto.