El libro que con este título ha publicado hace poco Moisés Naím es de obligada lectura para quien aspire a entender la vida política en los tiempos que corren.
La suya es una visión crítica sobre la democracia contemporánea, que a su juicio se ve alterada por lo que él denomina las tres pes: Polarización, Populismo y Posverdad.
Es bien sabido que la política ofrece dos facetas, como lo explicaba el profesor Duverger al ilustrarla con la figura del dios Jano: una arquitectónica, orientada hacia la edificación de la armonía social, y otra agonal, como la denominaba el profesor argentino Mario Justo López, centrada en la lucha, la controversia, los desacuerdos.
Uno de los grandes logros de la democracia moderna radica en la conciliación de esas dos tendencias, al hacer que los desacuerdos se muevan dentro de lo que Álvaro Gómez Hurtado denominaba el acuerdo sobre lo fundamental, que se registra básicamente en la Constitución. Ese acuerdo hace posible el juego pacífico de la dialéctica gobierno-oposición y permite que ésta pueda aspirar institucionalmente a ocupar el lugar del primero, dando así pie para la alternación en el ejercicio del poder.
En su examen de la democracia, Karl Popper señalaba que su ventaja más significativa radica en la posibilidad de reemplazar sin traumatismos a los gobiernos deficientes.
Que haya contradicción sobre los asuntos políticos es, entonces, algo no sólo natural, sino necesario. Pero debe moverse dentro de unos límites racionales. Más allá de éstos, la polarización entraña graves riesgos para el sistema político. La historia muestra que no pocos escenarios de guerra civil y de dictadura son inevitables en medio de una polarización exacerbada que hace imposible la dialéctica fluida de las fuerzas de gobierno y oposición.
Naím y otros agudos observadores han llamado la atención acerca del radicalismo de la controversia política que se pone de manifiesto en la actualidad en muchos países, incluido el nuestro.
Uno de los ingredientes de esa peligrosa polarización es el populismo que enfrenta a la masa de pobres contra la minoría de adinerados. Es un conflicto que se ha dado a todo lo largo de la historia. Ya Platón lo señalaba con inquietud, mostrando cómo lo aprovechaban los demagogos para sustentar su poder en perjuicio de la armonía colectiva.
No es fácil definir el populismo. He pensado que puede identificárselo cuando los gobernantes pierden de vista el bien común y se aplican a ofrecerle al pueblo, más que lo que realmente necesita, lo que sus apetitos le exigen. Quien quiera formarse una idea de lo que significa el populismo puede considerar lo que el tándem Perón-Evita hizo para arruinar a la Argentina. Son de esa escuela los gobernantes que ofrecen ríos de leche y miel, como dice la Biblia.
Colombia, en términos generales, lo ha evitado. Marco Palacios hace algún tiempo escribió sobre la necesidad de que nuestro país adoptara ciertas dosis de populismo. Ahora, con el nuevo gobierno, parece que entrará de lleno en esa corriente despilfarradora.
El tercer rasgo negativo que destaca Naím en la política actual es lo que denomina la posverdad. Política y verdad rara vez van de la mano, como lo muestra Max Weber en "El Político y el Científico". También Platón observaba a este respecto que ciertas mentiras útiles eran inevitables. No hay que ignorar que el mito es un ingrediente de toda política que debilita desde luego su racionalidad. Pero a Naím lo preocupa ante todo la ubicuidad de la Gran Mentira en los regímenes contemporáneos.
El Evangelio en su profunda sabiduría nos enseña que "La verdad os hará libres" (Jn 8:38). Por consiguiente, la mentira nos esclaviza y, si se trata de la Gran Mentira, peor esclavitud traerá consigo. Su vehículo más idóneo son las ideologías que están desmoronando el edificio conceptual logrado por la civilización a través de muchos siglos de convivencia humana.
La acción deletérea de esas "tres pes" no sólo distorsiona la institucionalidad democrática, especialmente en lo que concierne a la regla de la separación de poderes y la alternación en el ejercicio de los mismos, sino que da lugar a la captura de los gobiernos por organizaciones criminales, tal como puede observarse hoy en Venezuela o en Nicaragua.
San Agustín se preguntaba sobre lo que debe diferenciar a un gobierno de una banda criminal y encontraba la diferencia en la justicia. Donde ésta desaparece convirtiéndose en una mera y frustrante ficción, ya no se puede hablar de gobierno, sino de imperio de la delincuencia. ¿Qué tan lejos nos encontramos de ese extremo, cuando estamos inundados de coca, la corrupción es rampante y ya no podemos creer en la imparcialidad de la justicia?
Coda: Agradezco de nuevo los ambles comentarios que sobre mi persona y mis escritos hace el padre Mario García Isaza. Me encantaría atender su sugerencia de no callar frente a lo que se ve venir para nosotros en los tiempos que se acercan, pero ya he dicho todo lo que se me ha ocurrido y seres muy cercanos a mi corazón se alarman por ello. Como reza el adagio, la caridad entra por casa.
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