Quiero referirme en este escrito a la más reciente y quizás última encíclica del papa Francisco, que lleva por título Fratelli Tutti (http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html).
La he leído cuidadosamente, con la atención y el respeto que merece. Debo decir que es un escrito señero, verdaderamente admirable, que permanecerá seguramente como testimonio de las convicciones más profundas del Santo Padre.
A medida que fui avanzando en su lectura encontré su consonancia con lo que modestamente les enseñé a lo largo de años a mis discípulos de Teoría Constitucional acerca del bien común, la dignidad de la persona humana, el verdadero sentido de los derechos fundamentales, la dimensión trascendente del ser humano, su realización plena a partir del amor, la nobilísima función de la política cuando es rectamente entendida, el valor de la sociabilidad humana y de las distintas esferas comunitarias, desde las locales hasta las cosmopolitas, etc.
Debo manifestar mi extrañeza respecto de comentarios frívolos, superficiales y bastante sesgados que encuentro en distintos medios que no ocultan su antipatía para con el Papa, ni su intención de darle a la encíclica alcances que obviamente no tiene.
No han faltado los que la consideran herética, más cercana a la francmasonería que a la tradición católica, inclinada al pensamiento de la izquierda globalista, poco comprometida con el pensamiento cristiano, etc.
Nada de eso tiene fundamento.
Su punto de partida no podría haber sido más cercano al espíritu del Evangelio. Inspirada nada menos que en San Francisco de Asís, medita cuidadosamente sobre uno de los más preciosos pasajes del Evangelio, la parábola del Buen Samaritano, para confrontar sus enseñanzas con la realidad del tiempo presente.
Permítaseme una disgresión al respecto. Cuando estuve en Chile tuve oportunidad de conocer una obra ejemplar que tenía su sede en Temuco, la fundación El Buen Samaritano, que aspiraba a llegar a Colombia, como en efecto lo logró abriendo una sede en Barranquilla. ¡Cuántas acciones humanitarias se habrán realizado a lo largo de casi dos milenios inspirándose en este hermoso pasaje evangélico!
La parábola da cuenta del amor incondicional hacia el que sufre, amor que se pone en acción sin esperar recompensa, superando las barreras de las divisiones muchas veces artificiales impuestas por las culturas. Y sobre esta base, la encíclica pasa revista a los sufrimientos que padecen millones de seres humanos en el mundo actual, con miras a que pensemos en un nuevo orden que los haga visibles y genere acciones tendientes a aliviarlos.
Qué duda cabe acerca de la injusticia radical del ordenamiento internacional en estos tiempos que corren. Para formarse una idea de los desequilibrios imperantes, basta considerar el tenebroso Informe Kissinger que ya en 1974 consideró que la posesión de recursos naturales que interesan a las sociedades más desarrolladas en manos de las que se consideraban subdesarrolladas debía contrarrestarse de modo que aquéllas pudiesen mantener el control de los mismos. Ahí también cobró vuelo la agenda antinatalista para impedir el crecimiento de la población del Tercer Mundo.(Vid. https://docs.planoexistencial.com/pdf/informe-kissinger-completo.pdf).
El Papa censura con justas razones el individualismo materialista de las sociedades liberales. Llama la atención acerca de cómo la tecnocracia se ha apoderado de la economía y ésta, a su vez, de la política, para rescatar la autonomía de esta actividad social que tiene por cometido la realización del bien común. Pero no cierra los ojos ante los errores de los regímenes populistas que engañan a los pueblos seduciéndolos con falsas promesas y perdiendo de vista que una sana política se proyecta siempre hacia las generaciones futuras.
Si el documento pontificio se ocupa de política, lo que tiene en la mira es la alta política, no la mezquina de los actores que hoy por hoy medran en ella. El nuevo orden que reclama no es el de los promotores del NOM, que aspiran a imponer una verdadera dictadura globalista inspirada en los procedimientos autoritarios de la burocracia de Bruselas, sino una estructura verdaderamente democrática y representativa de los diferentes pueblos del mundo. La ONU no responde a ese modelo, pese a las buenas intenciones que inspiraron su fundación. Bueno es traer a colación el libro del padre Schooyans que pone de manifiesto su lado oscuro. (Vid. https://foroparalapazenelmediterraneo.es/wp-content/uploads/2019/01/Schooyans-Michel-La-cara-oculta-de-la-ONU-R.pdf).
El orden que promueve el Papa aspira a ser respetuoso de las identidades étnicas, locales, regionales y nacionales, bajo la idea de que hay problemas comunes que exigen que haya autoridades superiores con suficiente poder para resolverlos a través del diálogo. Este es un tema que ocupa un considerable espacio en la encíclica, pues el reconocimiento de la legitimidad de diferentes interlocutores es condición necesaria para la paz tanto global como en las comunidades nacionales.
Las consideraciones finales sobre los acuerdos de paz deberían inquietar a los gobiernos y a los grupos que han intervenido en ellos. Quién las lea cuidadosamente encontrará probablemente que, por lo menos en lo que a nuestro país concierne, los cometidos de verdad, justicia, reparación y no repetición que se acordaron no se han cumplido satisfactoriamente. No sería osado, entonces, pedirle a la Iglesia que intercediera con el fin de ajustar el NAF a los pedidos de las comunidades y, sobre todo, de las víctimas, para que se den verdaderamente las condiciones de una paz estable en la sociedad colombiana.
La encíclica destaca el documento suscrito conjuntamente por el Papa y el Imán Ahmad Al-Tayyeb en Abu Dhabi sobre la Fraternidad Humana para la Paz.(Vid. http://www.vatican.va/content/francesco/es/travels/2019/outside/documents/papa-francesco_20190204_documento-fratellanza-umana.html).
Hay quienes consideran inapropiado que el Papa reconozca por lo menos tácitamente la legitimidad de confesiones religiosas no católicas. Esto es algo que ofrece no poca tela para cortar, pero hay un hecho incontrovertible: la paz religiosa es un valor que merece afirmarse mediante acciones ejemplares. Creo que la civilización ha afirmado el derecho de cada persona a entenderse con Dios de acuerdo con los dictados de su conciencia. Esta es la base de la tolerancia que postula la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.
El documento culmina con dos oraciones, después de evocar al beato Charles de Foucauld: una Oración al Creador y una Oración Cristiana Ecuménica.
Si bien el Papa ha suscitado no pocas discusiones a raíz de pronunciamientos y actuaciones sobre temas teológicos, morales y políticos, no encuentro que esta encíclica dé lugar a las mismas. Es, desde luego, polémica, pero, como lo dice un pasaje del Evangelio que se leyó hace poco en la misa, el mensaje cristiano está llamado a confrontar al mundo. No puede ir en la línea de lo que hoy se considera políticamente correcto.
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