Para la segunda vuelta en las elecciones presidenciales el voto en blanco tiene un valor simbólico que no deja de ser importante, pues pone de manifiesto la insatisfacción frente a las dos alternativas que se sometan al escrutinio ciudadano.
Yo he votado en blanco en dos oportunidades: en 1990 y en la segunda vuelta en 2010. En esta última, porque consideré que se enfrentaban dos payasos, uno de ellos bastante maligno al que con razón se comparaba con el personaje de una película de terror.
Como el voto se debe depositar en conciencia, quien obre invocándola merece todo el respeto.
El fundamento moral de la democracia reside en la adecuada información y el buen criterio de la ciudadanía. Ese buen criterio, lo que Santo Tomás llamaba sindéresis, implica ir al fondo de las cosas para explorar mediante el ejercicio de la razón lo que haya de conveniente o de inconveniente en ellas. Como nunca podremos saber cuáles serán en últimas los resultados de nuestras decisiones, el juicio que las anime debe inspirarse en la prudencia.
En las circunstancias actuales de Colombia todo votante debe preguntarse entonces si es prudente votar por Duque, por Petro o en blanco.
Las razones de los primeros y de los segundos son tema ya más que trillado de las respectivas campañas electorales. Interesa examinar las de los terceros, cuyo trasfondo es simple: da lo mismo que gane el uno o el otro, pues ambos son igualmente perjudiciales para la suerte de Colombia. Como dijo alguna vez el presidente Mitterrand de unos contradictores suyos, optar por cualquiera de ellos equivale a elegir entre el hambre y la peste.
Pero, ¿es así realmente en lo que a Duque y Petro concierne?
Al ciudadano de a pie conviene advertirle que no se fíe mucho de los políticos que están promoviendo el voto en blanco, pues ellos miran ante todo su propia conveniencia. Fajardo, por ejemplo, no se atreve a apoyar a Petro porque ello le enajenaría hacia el futuro el voto de quienes lo identifican con el castrochavismo, fuera de que lo condenaría a perder ciertos apoyos empresariales que le han ayudado a ascender en su carrera política; pero tampoco adhiere a Duque porque al finiquitar la campaña en la primera vuelta le declaró la guerra. Lo mismo sucede con los delfines Galán, cuya enemiga contra todo lo que huela a Uribe es incurable, pero tampoco se atreven a arrojarse al lodazal del petrismo. Igual parece ser la postura de Claudia López, que, como tiene la mirada puesta sobre las próximas elecciones para gobernaciones y alcaldías, no osa tomar partido. Se siente única y cree estar por encima de todos y de todas.
Ellos, como muchos otros de sus congéneres, suelen guiarse, así sea de modo inconsciente, por esta amarga conclusión a que en su vejez llegó Clemenceau:"Los intereses creados nunca perdonarán al político que solo tiene en mira el interés público". Extraigo esta cita de una joya bibliográfica que estoy disfrutando en razón de mi actividad profesoral, la "Introducción al Estudio de la Constitución de Colombia", de Alfonso López Michelsen, que tuvo a bien reeditar la Universidad Santo Tomás en 1983.(Vid. pag. 14).
Los políticos hacen sus cálculos generalmente en función de la teoría de los juegos, tratando de avizorar lo que más les conviene frente al público.
Pero el ciudadano corriente debe examinar las situaciones bajo otras ópticas.
Es claro que Duque y Petro no representan lo mismo. Sus respectivas personalidades son muy diferentes, así como sus ideas y sus programas. Que gobierne el uno o el otro no será igual para la sociedad en su conjunto ni para cada uno de los habitantes de este país.
No haré la apología de Duque. Confieso que al principio tuve ciertas reservas acerca de él, pero su desempeño me ha ido convenciendo de que goza de cualidades sobresalientes, por no decir egregias. Sin embargo, en gracia de discusión, admitamos que no es óptimo, pues sus aptitudes como administrador de la cosa pública están por verse. Mas Petro es pésimo. Su gestión como alcalde de Bogotá fue ruinosa y para nada lo acredita como gobernante. Sus ideas y sus programas están tocados de delirio. Y su personalidad, como lo han admitido algunos que ahora lo acompañan porque odian a Uribe, es detestable.
Sugiero a mis lectores que abran este enlace que me llegó vía Facebook, que exhibe a Petro borracho en Montería diciendo que le gustaría andar como Chaves diciendo por todas partes: "Exprópiese, exprópiese ..."(https://www.blogger.com/ blogger.g?blogID= 7884601205131077457&pli=1# allposts).
Dudo que en conciencia se pueda afirmar que da igual para Colombia y cada uno de los habitantes de su territorio que quien la gobierne sea Duque o Petro. Aceptemos que quizás el primero no ofrezca maravillas, pero del segundo es muy dable esperar pesadillas.
La libertad de conciencia debe ejercerse responsablemente, no a la ligera ni con frivolidad.
En rigor, como lo observa Eugenio Trías en un texto admirable, la libertad está inextricablemente ligada a la responsabilidad: ser libre es gozar de la capacidad de responder haciendo uso de la razón frente a las diferentes circunstancias de la vida. Aquí y ahora, el ciudadano debe guiarse por la razón.
Creo que Petro no tiene ni tenía ninguna opción de ganar las elecciones. A la mayoría de ciudadanos no le gusta su ideología. La candidatura de Duque dependía de la resistencia o aceptación de los otros partidos diferentes al de él, como partido liberal, conservador, de la U, etc. Desde un principio era evidente que las altas jerarquías de esos partidos le hacían el guiño a Duque. Incluso sectores no afines al uribismo hacían el mismo guiño. Desde entonces, yo vi clarísimo que Duque era el candidato que, por consenso, estaba destinado a ser el Presidente.
ResponderEliminarEse consenso es el que no me gusta ni nunca me gustó. Por ese consenso tácito, creo que Duque es ya prisionero del régimen o establecimiento. Esa aceptación de Duque por los diferentes partidos políticos de maquinaria electoral, creo, se debe a sus propuestas, en mi parecer, mediocres, que dejarán las cosas tal cual conviene a quienes han dado el guiño.
Por su enorme fuerza política, Uribe podía intentar hacer los grandes cambios que el sistema político colombiano necesita. Pero prefirió sacrificar esos cambios por tener el apoyo del consenso, político, que le permitiría obtener la Presidencia, a su partido.
En estas circunstancias, me abstendré de votar, hasta que alguien proponga intentar los grandes cambios que el sistema político, y judicial, colombiano necesita.
El voto en blanco significa estar de acuerdo con el sistema político. Pero quien no está de acuerdo debería abstenerse.