Echo mano de una vieja y muy graciosa película que se burla de la mafia italiana, para referirme al documento que se publicó la semana pasada, en el que un grupo de distinguidas personas que se autodenominan intelectuales pide que, en aras de la paz, se modere el lenguaje en lo que atañe a la situación actual del país y, en especial, a los diálogos de La Habana.
Leyendo entre líneas el documento de marras, se entrevé la censura a quienes se refieren en términos poco amables al presidente Juan Manuel Santos y a la gente de las Farc y el Eln.
Desde luego que la conducta de aquel y de estas ha dado pie para que muchas personas, sobre todo en las redes sociales, pero también en eventos públicos, se expresen en términos evidentemente ruidosos, como lo hizo el escritor Fernando Vallejo en su discurso en la Feria del Libro en Bogotá.
En realidad, lo mismo puede decirse con eufemismos y palabras que no hieran la sensibilidad de los oyentes ni los exciten a la violencia, pues bien es cierto que de la violencia verbal suele pasarse fácilmente a la física.
Pero, como decía Lenin, los hechos son tozudos y si algo tiene figura de pato, se mueve como pato, emite sonidos de pato y vuela como pato, parece que no hay otro remedio que llamarlo pato.
A los defensores de Santos y los pacifistas extremos, les resulta desobligante que se lo moteje de mentiroso y de traidor. pero si de hecho dice mentiras e incurre en actos de traición, ¿cómo calificar su comportamiento?
Tengo a la vista el famoso "Ensayo de un Diccionario Español de Sinónimos y Antónimos" de Sáiz de Robles, en el que figuran 39 sinónimos de la palabra mentiroso. Entonces, para que no les duela tanto, digamos que el personaje de marras es faramallero, jacarero, trolero o trápala.
De igual modo, como para traidor se registran 17 sinónimos, hablemos más bien de que es zaino, magancés o tragafees.
Respecto de las Farc y el Eln la lista de sinónimos adecuados para calificar sus acciones sería muchísimo más larga y habría que acudir a un Diccionario de Injurias que alguna vez vi en una librería.
Es de sobra conocida la lista interminable de agravios de toda índole en que esas organizaciones insurgentes han incurrido en contra del pueblo colombiano. No en vano en los Estados Unidos y la Unión Europea se las cataloga como terroristas, pero al padre Derroux y demás firmantes les parece que el empleo de ese calificativo va contra los propósitos de la paz.
¿Cómo referirse entonces a quienes han acudido en su acción política a toda clase de medios ilícitos, dando muestras de la crueldad más atroz y el deprecio total por los más elementales sentimientos de piedad, que son los que fundan la moralidad?
Se sabe que las Farc son una de las organizaciones narcotraficantes más poderosas y ricas del mundo. Pero decir que lo son configura un agravio para la búsqueda de la paz y hay que ignorar ese hecho o, por lo menos, utilizar un lenguaje más pulido para referirse a él.
Pues bien, creo que los productores de la película italiana a que vengo haciendo referencia dieron en el clavo para resolver este espinoso asunto. Todo se arregla llamándolos honorables: honorables terroristas, honorables narcotraficantes, honorables extorsionistas y secuestradores, honorables masacradores, honorables reclutadores y violadores de niños, etc.
Como son honorables, pueden aspirar no solo a gobernarnos, sino a adueñarse del país. De ese modo se resuelve el viejo problema de la filosofía política acerca de a quiénes debe considerárselos como los mejores dentro de la sociedad, llamados por ende a dirigirla.
Privarlos de ese calificativo equivale a emplear un lenguaje de odio, a promover la guerra como solución del conflicto en que estamos inmersos, a predicar el exterminio del adversario. Pero si este se torna honorable, todas las venias le son debidas.
Las Farc y el Eln son, pues, honorables comunidades que integran por derecho propio "L'Onorata Società" y merecen que se les otorgue trato respetuoso.
Otrosí:
Ayer, como bien acaba de afirmarlo Fernando Londoño Hoyos en "La Hora de la Verdad", se dio un paso decisivo desde La Habana para arruinar la institucionalidad colombiana. Es algo sobre lo que he venido advirtiendo hasta el cansancio en este blog. En mi próximo escrito volveré sobre el asunto.
¿Cómo referirse entonces a quienes han acudido en su acción política a toda clase de medios ilícitos, dando muestras de la crueldad más atroz y el deprecio total por los más elementales sentimientos de piedad, que son los que fundan la moralidad?
Se sabe que las Farc son una de las organizaciones narcotraficantes más poderosas y ricas del mundo. Pero decir que lo son configura un agravio para la búsqueda de la paz y hay que ignorar ese hecho o, por lo menos, utilizar un lenguaje más pulido para referirse a él.
Pues bien, creo que los productores de la película italiana a que vengo haciendo referencia dieron en el clavo para resolver este espinoso asunto. Todo se arregla llamándolos honorables: honorables terroristas, honorables narcotraficantes, honorables extorsionistas y secuestradores, honorables masacradores, honorables reclutadores y violadores de niños, etc.
Como son honorables, pueden aspirar no solo a gobernarnos, sino a adueñarse del país. De ese modo se resuelve el viejo problema de la filosofía política acerca de a quiénes debe considerárselos como los mejores dentro de la sociedad, llamados por ende a dirigirla.
Privarlos de ese calificativo equivale a emplear un lenguaje de odio, a promover la guerra como solución del conflicto en que estamos inmersos, a predicar el exterminio del adversario. Pero si este se torna honorable, todas las venias le son debidas.
Las Farc y el Eln son, pues, honorables comunidades que integran por derecho propio "L'Onorata Società" y merecen que se les otorgue trato respetuoso.
Otrosí:
Ayer, como bien acaba de afirmarlo Fernando Londoño Hoyos en "La Hora de la Verdad", se dio un paso decisivo desde La Habana para arruinar la institucionalidad colombiana. Es algo sobre lo que he venido advirtiendo hasta el cansancio en este blog. En mi próximo escrito volveré sobre el asunto.
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