Lo que se está tramitando en la Cámara de Representantes
para cumplir lo que se estipuló con las Farc
en el Comunicado Conjunto No. 69 del pasado 12 de mayo significa, ni más
ni menos, lo que he venido llamando un proceso de “blitzkrieg” contra la
institucionalidad colombiana.
Esta palabra alemana se
traduce como “guerra relámpago”. Dice Wikipedia que “es el nombre popular que recibe una táctica militar de ataque que implica un bombardeo inicial,
seguido del uso de fuerzas móviles atacando con velocidad y sorpresa para
impedir que un enemigo pueda llevar a cabo una defensa coherente.”
Mutatis mutandis, lo convenido por el gobierno de Juan Manuel Santos con
los negociadores de las Farc y apoyado por la Mesa de Unidad Nacional que
controla al Congreso, es un asalto veloz y sorpresivo contra la Constitución
que impedirá una defensa coherente de su supremacía y su integridad.
En buena lógica, esta aventura
tendría que abortar en el seno de la Corte Constitucional, pues, si esta obrase
de modo acorde con sus precedentes jurisprudenciales, se vería forzada a
dictaminar que lo que acaba de aprobarse en la Comisión Primera de la Cámara viola
flagrantemente el principio de consecutividad, fuera de que la pretensión de
asignarle rango internacional y constitucional al Acuerdo Final con las Farc
subvierte a no dudarlo el ordenamiento de la Constitución.
Desafortunadamente, la Corte
Constitucional es un cuerpo muy poco confiable, ya que es bastante dada a los
abusos interpretativos y a sesgar sus fallos por consideraciones ideológicas y
de oportunismo político, más que en el riguroso escrutinio de los alcances de
las normas fundamentales.
Hay que observar que los magistrados de la Corte Constitucional no le temen al ridículo. Median antecedentes muy penosos que ponen de manifiesto que no los arredra incurrir en absurdos desafíos al buen sentido jurídico cuando de imponer alguna consigna ideológica o de buscar un efecto de política coyuntural se trate.
Desde ya es previsible la presión que se ejercerá sobre la Corte para que dé el brazo a torcer en aras del elevadísimo valor de la paz, aunque de hecho se trata más bien de la obsesión de Juan Manuel Santos por pasar a la historia.
Desde luego que ya tiene puesto
asegurado en ella, pero tal vez no el que desea. Como dijo alguna vez Raymond
Aron acerca de Giscard d’Estaign, este ignoraba que la historia es trágica. Y lo
mismo ocurre con Santos. Es posible que él sea, como apuntó alguna vez Carlos
Villalba Bustillo, “inteligente, camaleónico y saltarín”, pero no es hombre docto ni sabio. La prudencia no
es virtud que lo adorne, pero ella es precisamente la que más necesita un
gobernante en esta hora crucial para la suerte de Colombia.
No es la paz el tema central de todo esto, sino el encumbramiento de las Farc. Aquella suscita cuestiones demasiado complejas que no se resolverán a través del cacareado Acuerdo Final. Más fácil resulta, en cambio, abrir amplios espacios para que las Farc se lancen al asalto del poder por el que dicen haber luchado a muerte a lo largo de más de medio siglo.
Lo que se está promoviendo es una
aventura en la que se juega la suerte de millones de colombianos para
satisfacer las exigencias de una minoría que el pueblo desprecia y teme en razón
de su ominoso pasado.
Hay que ignorarlo todo acerca
del sentido normativo e incluso institucional de una Constitución, para
pretender introducirle un texto como el de ese Acuerdo Final. Fuera de que no se lo conoce, es de presumir que
contendrá un atiborrado catálogo de expresiones declamatorias, proclamas
políticas, delirios ideológicos y propósitos
de toda índole, que sería necesario coordinar con la normatividad
constitucional, que de suyo es bastante antitécnica, y traducir a enunciados
jurídicos.
Esa será empresa de nunca
acabar y generadora de toda suerte de discusiones sobre lo que se quiso decir
al influjo de los mojitos habaneros.
Ilusos son todos los que ayudan a que los Acuerdos de la Habana se incorporen al bloque de constitucionalidad. Hasta ahí todo les será fácil; pues no tienen más que aceptar dócilmente lo que Santos les pida, a cambio de mermelada, corrupción y presiones para el Congreso y la Corte Constitucional. Después de la firma y de todas las formalidades del Acuerdo vendrá la vida real, la práctica de lo acordado, que será frustrante para los que de buena fe crean en la luz al final del túnel.
ResponderEliminarPor ejemplo, la jurisdicción de los tribunales de justicia creados por el acuerdo para juzgar todos los actores del conflicto sería rechazada por todos los que vayan a ser juzgados pero que no participaron en su creación; pues alegarán que obliga solo a quienes los crearon; porque los privilegios de tal índole son antidemocráticos. De cualquier manera con la desobediencia civil esos tribunales nacerían muertos.
Otro ejemplo: El acuerdo sobre política agraria no podría obligar a futuros Presidente y miembros del Congreso elegidos popularmente, si ellos no estuvieran de acuerdo con su contenido y fueran elegidos precisamente por estar en desacuerdo. No se podría obligarlos a implementar el acuerdo, porque el hacerlo violaría la libertad de conciencia, de expresión y de pensamiento. ¿Cómo podrían implementar algo que su razón y conciencia rechazaría?
Los negociadores de la Habana no se han dado cuenta de las utopías en las que se están metiendo. Pero las Farc, más listos y mejor asesorados, creo, saben del atolladero a que están conduciendo a los estúpidos que conducen el Estado.
Los negociadores del gobierno en la Habana son tan ineptos, tan ignorantes, que no se han dado cuenta que una negociación para poner fin a un conflicto con un grupo armado no puede referirse a contenidos sustantivos de la Constitución sino tan solo a procedimientos o reglas de juego, aunque sean del orden constitucional. No es que si se quiere se puede, es que es práctica, lógica y políticamente imposible implementar acuerdos con contenido sustantivo.
Las columnas del blog del Doctor Jesús Vallejo, como ésta, y los artículos del doctor Jaime Castro en El Tiempo, a mi modo de ver son los mejores análisis en el plano constitucional y político que se están escribiendo en Colombia sobre esta materia.
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